Amor, pasión y tragedia en el noble arte del motociclismo


El pasado viernes tomé una caña con Vero, mi rehabilitadora, la chavala que se ocupó de ayudarme a volver a tener una mano normal a mi diestra. El motivo era que cambia de trabajo, se va a uno mucho mejor (cosa casi inaudita en estos tiempos, ¿verdad?). Además, lo teníamos pendiente, así que allí fui, claro. No me puse guapo porque no era en ese plan. La típica historia de rehabilitadora que se encariña con el motero lesionado no se va a cumplir esta vez. Sentados junto a la barra, después de contarme sus novedades, me preguntó por mi viaje a Alcañiz y me dijo luego, comedida pero sonriendo, “tú, claro, con tus motos y eso” mientras me miraba con sus hermosos ojos infinitos. Afirmé con la cabeza mientras la devolvía la sonrisa pensando que soy ya algo viejo para cambiar. A ella no le gustan las motos mucho pero desde que me conoció me da la sensación que tal vez las presté un poco más de atención cuando salen en la tele. Tranquilos, ¡no voy a sacar más conclusiones!
Me habló enseguida del japonés que había caído en Misano, del pobre Tomizawa, y asentí con la cabeza sin decir nada. Ni ganas ni tampoco mucho que decir, solo lamentarlo. Las historias de amor, como todos sabemos, no siempre terminan bien. Lo del piloto japonés con las carreras lo era. Vivió una gran historia de amor, pasión y, al final, tragedia. Además, desde aquella pareja de jóvenes italianos que nos presentó Shakespeare, parece que ese gran país acumula demasiadas tragedias en sus pistas... Monza, Imola, Misano... No sé si vería el homenaje que organizaron en Motorland, estaba bien preparado pero el resultado final fue de traca. Tal vez la emoción no dejaba ver los detalles (los malos detalles) pero la intrusión monárquica estropeó un poco lo que la familia del mundial tenia reservado para el querido piloto japonés. ¿Quién era el protagonista durante esos minutos? Parece que la presencia real era más importante que el piloto homenajeado y su equipo. Menos mal que se le rendirá otro homenaje, imagino que mejor organizado, en su tierra, allá en Motegi.

El amor por las carreras y la pasión que demostró Shoya desde que llegó al mundial (concretamente, desde la pretemporada 2010) impresionó a pilotos, periodistas y aficionados. Su alegría y su pasión por el motociclismo era otra de esas luces brillantes que nos recuerdan por qué amamos este deporte, ¿verdad?, pero ha resultado demasiado caro una vez más pagar el peaje. También ha sido inevitable maldecir esa especie de "maldición" que tienen los pilotos japoneses (hablamos mucho de Kato, Abe, incluso de Wakai pero nos hemos olvidado también del bravo Yasutomo Nagai, fallecido en 1995 en Assen, y del funesto accidente que sufrió el bueno de Takuma Aoki, aquel valiente y rápido piloto de 500 que volaba con una Honda bicilindrica pintada de Repsol). En Misano perdimos una sonrisa, un guerrero, un piloto, un ser humano de los grandes, algo sencillamente irremplazable. ¿Hubiera cambiado algo de haberse parado la carrera, de haber sacado bandera roja? Modestamente creo que no, la tragedia fue demasiado brutal. Pienso que es inútil buscar culpables para mitigar la rabia o las lágrimas. Es cierto que en casos tan sumamente graves es más importante sacar al herido que dejarlo en la pista o cerca de la pista (por miedo a que alguien lo remate) aunque esa acción de traslado conlleve cierto riesgos de lesiones adicionales. De hecho, estas cosas las deciden los médicos que para eso saben y están allí... nosotros… ¿qué coño podemos decir sentados en nuestros cómodos sillones viendo la tele?
Opinar es fácil pero estar en la pomada y decidir lo acertado no resulta trivial. Lo que pasa es que ya no estamos acostumbrados al regusto amargo de las carreras que terminan mal.
Afortunadamente, claro. Sabemos que esas cosas pasan con demasiada frecuencia en tierras inglesas pero ojos que no ven... Nos hemos habituado a las luces de colores y a casi creernos que el motociclismo (de élite o no) ha dejado en parte de ser una actividad con un alto riesgo físico. Creemos que desafiar las leyes de la física ahora es más accesible, más inocente, más humano… y cuando ocurre alguna tragedia la fea realidad nos impacta con fuerza. Cuando nos golpea nos sentimos agraviados, estafados, pero es un mazo que siempre pende sobre nuestras cabezas. Casi hemos olvidado la figura negra que monta con nosotros detrás. Hemos olvidado lo duro que es la botella de champagne cuando en lugar de beberla nos golpea. Afortunadamente, en general, todo ha cambiado a mejor, sí. Sobre todo en las carreras que vemos en la tele. Salvo en casos aislados como, por ejemplo, el que le sucedió a Robert Dunlop, es difícil que un piloto fallezca victima de un gripaje de motor, por ejemplo... pero el riesgo, como siempre, sigue acechando dentro y fuera de los circuitos.

Lamento profundamente la perdida de Tomizawa porque, por lo que vi estos meses y he leído, era un ser humano excepcional, positivo, afable, lleno de energía y de vida. Lo lamento porque lo considero sumamente injusto, sobre todo si recuerdas que solo tenía 19 años, con toda la vida por delante. Pasé un domingo triste porque sentí que era parte de nuestra familia, un hermano mayor que hace y sabe hacer lo que otros nunca nos atrevimos a probar, ahí es nada.
Durante días he pensado y he leído muchas cosas pero, lo siento, no entiendo cómo podemos darle una y mil vueltas a un hecho que aunque triste, cruel e improbable es posible. Lamentarlo es una cosa, buscar culpables hasta el infinito es otra. Me parece mezquino que haya incluso gente que, ¡¡alucina!!, haya acusado a Alex DeAngelis con comentarios tan horribles como alguno que he leido que dice, a las claras, que Shoya ha sido otra victima de Alex. ¿Cómo se puede decir semejante burrada? También los que acusan a los médicos, a los controles o a la misma Dorna de no cancelar la carrera de MotoGP. Seguro que hay detalles que pulir, acciones o conductas que mejorar, sí, pero obsesionarnos creo que no conduce a nada. ¿Fue acaso culpa del propio piloto por salir en la carrera? ¿Fue culpa de los pilotos que se lo encontraron en su camino como sugieren algunos impresentables? ¿de Dorna por permitir parrillas tan saturadas?
En todo caso, si tengo que culpar a “alguien” culparía a la maldita hierba artificial que no vale para nada salvo para decorar pero… ¿dónde podemos terminar?, así podríamos seguir enumerando cosas durante un minuto y otro y otro… Al final solo queda una pequeña certeza, la modesta opinión de algunos moteros, aficionados o simples telespectadores con, quizá, una perspectiva más fría. Mientras corramos sobre máquinas de dos ruedas y un motor, que desafían cada segundo la fuerza de la gravedad y otras leyes amigas de la naturaleza, existirá riesgo. Mayor o menor, grande o pequeño, pero existirá. Intentar conjurarlo por completo como a un demonio es una batalla perdida. Podemos maquillar las sensaciones, mejorar la seguridad (por supuesto), cambiar o pulir los reglamentos pero en el fondo del vaso de la pasión siempre estará, latente, el mismo poso de tragedia. Las dos caras de la conocida moneda.

Una semana antes, al otro lado del charco, se nos fue otro piloto, otra promesa de las dos ruedas, Peter Lenz, de solo 13 años. El suceso casi paso desapercibido. Me indigné y me cabree un huevo cuando aquel domingo, en Indianápolis, no escuché por la tele ninguna mención a Peter. ¿A qué estamos jugando?, pensé. ¿El puto show debe continuar sin más?, ¿cuánto vale la vida de un motorista, de un deportista, de un niño? Afortunadamente, una semana después rectificaron… mientras en paralelo se abrían viejos debates sobre la edad mínima que debería establecerse para comenzar a correr en el mundial y en los nacionales. En este tema sí que se puede mejorar mucho. Coincido con los expertos que comentan y avisan del gran negocio que hay detrás de las competiciones infantiles (prefiero no hablar de la Cuna Bancaja, por ejemplo) y de la locura de CVs y prestaciones que, casi desde enanos, tienen que torear los jóvenes aspirantes a corredores. ¿Y digo no nos estamos pasando? ¿Por qué confundimos el tocino con la velocidad, una y otra vez? ¿Por qué pensamos que no se puede correr de joven con motos menos potentes? ¿De qué vale correr tanto en las rectas? Vale, vivimos en un país, en una cultura motociclista, donde se nos inculcó que era lo más natural del mundo pasar de motos nacionales de 2T y limitadas prestaciones a jamelgos japoneses de casi 100 Cvs con chasis y ruedas casi de juguete… Hace dos o tres décadas, cuando se mataba algún flipado, tenias que oír la típica frase de “claro, es que las motos son muy peligrosas”… nadie aludía al “piloto” que sin preparación iba (¡con su padre a veces!) al concesionario y se pillaba una GSX-R de las primeras con cara de felicidad después de confesar, tan pichi, que su anterior moto habia sido una Puch Minicross o una Derbi C-4. Desde aquella bola lanzada la partida sigue corriendo… un caldo de cultivo perfecto para aunar otra vez pasión y tragedia. ¿Y pienso, tiene esto solución todavía? Lo dudo.

Volviendo al viernes pasado, en la barra de ese bar no hablé de mis tonterías, de mis ilusiones o fumadas mentales (lo de pajas queda a veces pequeño) o de lo que he pensado ser capaz de hacer para encontrar “patrocinador” (aunque no es ilegal, mejor no lo cuento) pero sí pensé en mi mano y en esa sala llena de lesionados dónde pase varios meses. La salud es lo más importante que tenemos, sin ella no podemos funcionar debidamente pero con salud y sin historias o retos, pequeños o grandes, no sé muy bien para qué valemos… Fue curioso: cuando Vero me dijo que su sustituta era muy maja me reí un poco, ¡no tengo intención de volver por allí, amiga! pero reconocí que fue realista. Sin pasión, sin negatividad y sin querer ser trágica… pero realista. Las historias de amor que concebimos suelen ser hermosas, idílicas, muchas de ellas posibles (sí, muchas veces lo son pero ante ellas nos cagamos en los pantalones), pero en ocasiones las bonitas historias de amor de un luchador con casco y guantes no culminan con un merecido título, con un record de victorias o una larga trayectoria deportiva. Ese ha sido el caso de Peter y de Shoya. Vive tu vida y escribe tus propias historias, sí amigo (mira que es fácil decirlo), pero, si lo haces, traga saliva y se consciente que una historia grande no siempre es hermosa o justa. El pack no viene completo muchas veces pero la elección es nuestra, personal e intransferible. No des nada por sentado, no jures nada... pero disfruta mientras dure. Para bien o para mal, algunos futuros no serán dulces miradas a brillantes ojos profundos sino, en el mejor de los casos, a cintas negras de asfalto que nos recordarán que amamos la velocidad por algún motivo irracional que no tiene sentido intentar clasificar científicamente.
Se puede vivir de muchas maneras, podemos echar la culpa de muchas de nuestras miserias a todo tipo de argumentos o condicionantes pero al final solo nosotros podemos elegir entre vivir historias pequeñas o vivir historias grandes. Peter y Shoya eligieron luchar por sus sueños, vivir una historia de las grandes. Solo por eso merecen todo nuestro respeto y admiración. Su actitud, una vez más, será recordada porque fue lo que marcó la diferencia. Eso es lo que pienso contar de estos chavales tan valientes si algún día mis hijos me preguntan.

Me da la sensación que no he dicho nada interesante pero queria al menos dejar constancia de mi admiración por todos los pilotos caidos en combate, héroes del noble arte del motociclismo. Va por ti Peter, y por ti, Shoya, ojala estéis ahora mismo echando carreras por los cielos. DEP

“O no jures por la luna, la inconstante luna, que mensualmente cambia en su órbita circular, a menos de que el amor pueda demostrarse igual de variable".

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