Los últimos hombres libres... (segunda parte)

Casi un año sin verse, cinco desde que las sirenas atronaron en la calle y la policía se llevó al viejo abuelo motero a un centro de “reeducación” para ancianos. Esta vez, la visita anual se adelanta un par de meses. El nieto ya tiene diecisiete años y algo ha cambiado en él. Tal vez la semilla que puso su abuelo aquella gloriosa tarde había germinado…

- Hola Carlitos… te esperaba ansioso, tenemos que hablar.
- ¡Querido abuelo! Yo también tenia muchas ganas de verte. Lástima que no dejen hacer visitas con más frecuencia. ¿Cómo te encuentras?
- Bien, de hecho mejor que nunca, tu madre me ha contado como progresas… estoy contento, feliz. Era importante que nos viéramos cuanto antes. Pronto tendré la condicional pero…
- ¿Te ha contado como “progreso”? No sé… en la escuela estatal me han dado algunos “toques”. Sabes que han cambiado muchas cosas. Después de tu reclusión fui a tu garaje… vi tu moto, llegue a ponerla en orden y arrancarla. Me enamoré de ella, comprendí parte de aquella conversación. Muchas noches la saqué fuera de Ciudad-1 y aprendí a llevarla. Me empezó a gustar. ¿Te lo crees, abuelo?
- Claro, algo sabía... ¡sin duda, todavía llevas los genes de tu familia! Pero… no quería presionarte, nunca te lo he preguntado aquí… pero ya han pasado varios años. Tb sé algo más, en qué líos te has metido últimamente.
- Sí, descubrí tu álbum de fotos, el que me comenzaste a enseñar aquella tarde, luego tus dvds, todo. Los guardé. Leí tus crónicas y he repasado cientos de veces tus viejas fotos. Algo me hizo cambiar hace dos años y busque a otros con inquietudes similares.

El abuelo ya lo sabía pero no dijo nada. Tan solo preguntó:

- ¿Hubo suerte en tu búsqueda? Ya no quedan moteros por las calles…
- ¡Lo sé! Descubrí a los que llaman “ilegales”, se esconden bien pero, casi por casualidad, pude contactar con uno de ellos. Una noche nos encontramos con nuestras viejas motos de gasolina en el viejo polígono del Jarama, donde antes de las naves de los rumanos había chales de lujo. E incluso antes de eso… ¡dicen que había allí un circuito permanente! ¿Es cierta esa leyenda urbana?
- Claro, pero han borrado sus huellas, hasta de internet. De hecho… allí, en el Jarama, comenzó la guerra.
- La guerra? ¿Hablas de “la guerra de las ruedas”?
- ¡Así es! Hubo muchas batallas entre los que ahora llaman “ilegales” y las fuerzas de seguridad privadas que contrataron esa pandilla de inútiles burgueses. Pero la primera batalla se lucho allí. Seguíamos corriendo entre sus calles pero comenzaron a masacrarnos con sus francotiradores, una lástima. Un buen amigo, muy “heavy”, decidió estrellarse contra uno de sus “cuarteles” para llamar la atención de los medios. No fue suficiente, comenzaron los abusos. Se formo incluso una brigada de auténticos kamikazes… pero todo fue estéril. Fue el preludio de nuestra persecución legal.
- Increíble, entonces eran ciertas esas historias…
- Lamentablemente... Los primeros voluntarios fueron los más célebres. Todos aquellos que, por multas o por enfermedades, sabían que no les quedaba muchos meses de vida se ofrecieron para las huelgas y las misiones más peligrosas. Eso fue en el 2023. Bueno, perdona, cuéntame más cosas. ¿Quién te ha contado todo eso? ¿Tu nuevo amigo, es un tío majo?, ¿cómo se llama? Confieso que algo sé de todo esto…
- ¡¿De verdad?! Se llama Hugonet, es un gran tipo, muy duro. Además… ¡es nieto de un tipo que creo conociste, Bonerkc!
- Sí, entonces estaba bien informado. Sí, fue un gran amigo mío. Me alegro, has elegido buenas compañías.
- Nos hicimos amigos enseguida, me contó que los moto-clubs se prohibieron en el 2018, después de la macrofiesta aquella… antes de la guerra.
- Ah, ¡hablas de la movida de Valladolid! Sí, en la concentración más numerosa de Europa, la “Toro Polar”. Ese año fuimos unos 80.000 inscritos y hubo unos 200 heridos y más de 600 guardias magullados. Estábamos hartos de sus abusos. Las requisas de gasolina ya eran legales, brutalmente injustas pero legales, se apoyaban en la vieja “crisis económica” para hacer lo que querían. No lo podíamos permitir. Muchos llevaban meses viviendo en aquel pinar. Algunos estaban embargados o desahuciado, no tenían ya mucho que perder. Uno de mis amigos tenia tantas multas de velocidad que había intentado vender a su suegra (se la llevo en side) pero no tuvo suerte, el tráfico de órganos estaba decayendo y nadie quería casquería, ja, ja, ja…

La cara del nuevo moterillo palideció.

- Tranquilo, es broma… ¡creo! Muchos otros terminaron divorciados y arruinados. ¿Sabes que se hizo legal la típica amenaza femenina de “Tú te quedas con la moto y la tienda de campaña y yo con el piso, las cuentas, los niños y el coche”?
- Ummm… ¡vaya trato!
- Así terminé yo, ¿lo sabias?, hasta que me recogió tu madre a los sesenta tacos.
- Que vida más dura...
- No creas, por fin pude hacer enduro. Estuve seis años por Los Monegros y en otros desiertos y bosques. La tienda de campaña ya se ponía sola cuando la tiraba al suelo, ja,ja. Luego volví a casa. Las piernas me fallaban tanto que no tuve más remedio que sentarme en esta silla de carreras y comenzar a vegetar…
- ¡Qué historia, abuelo! Apenas sé nada de ti pero es todo tan… tan…
- ¿Inusual?, ¿loco?, ¿interesante?
- Sí… pero es… es auténtico.
- Bah, esa palabra es una tontería. No sé si es “auténtico”, era simplemente yo, simplemente mi vida, es mi vida, ni más ni menos. La vida no es solo barbacoas y madrugar camino del curro. Eso fue durante algunas décadas pero, como sabes, los fines de semana eran diferentes muchas veces.
- Ya pero… ni siquiera ahora comprendo algunas cosas que dices.
- Lógico, Carlitos, han pasado varias generaciones. La “casta” se va perdiendo pero todavía queda algo… puedes ser un guerrero, de hecho, tú y tus amigos todavía tenéis una oportunidad.
- ¿A qué te refieres?
- Pronto lo verás. Mañana mismo quiero que me lleves con ellos.
- ¿Con mis nuevos amigos?
- Sí, avísales. ¿Los ves mucho?
- Por las noches voy a echarles una mano. Son gente sencilla, romántica, luchadores, sueñan con vivir tranquilos… creo que los van a aniquilar. Me alegre cuando recibí tu llamada, abuelo. Tenía muchas ganas de verte y pedirte consejo.
- Haré algo más que darte consejos. Pero dime, ¿qué te contó más Hugonet?
- Pues como es viejo aficionado, se las sabe todas. Me contó que prohibieron las carreras de motos. Pasaron a ser máquinas virtuales con corredores reales. Así evitaron lesiones, muertes y gastos superfluos.
- Y gasolina… cortaron toda "apología" a la competición, a soñar con ser mejores...
- Me contó que os organizasteis en grupos denominados “tribus”.
- Sí, formamos esas “tribus” con el objetivo de defender nuestros derechos, nuestra libertad y conseguir la gasolina que eran de todos los ciudadanos, no solo de los gobiernos, enlatados y corporaciones.
- Ya apenas quedan unas cuantas... todos son ilegales, terminarán en prisión…
- Lo sé, nieto, por eso quería hablar contigo hoy… Sabes que mañana es mi cumpleaños, me dejaran pasar el día fuera, me tendrás que sacar tú de aquí…
- Lo sé, ya lo tenía previsto… de hecho, tengo preparado una sorpresa para ti.
- ¿Cuál? –los ojos del abuelo brillaron con doble ráfaga (su hija también se lo había “soplado” por teléfono).
- Tu vieja naked… la he restaurado. Está preciosa. Le he puesto nuevos latiguillos metálicos, pinzas de seis pistones, escape LeonardoDiCaprio, horquilla Marzelino Payandgo, amortiguador de dirección, de todo, de todo. Los pobres del “secondhand” están también perseguidos pero sé donde encontrarlos… pero, dime, de esas tribus que mencionan las leyendas, ¿conocerías alguna?
El viejo se rió con ganas mientras tiraba al suelo las pastillas azules de “reeducación”, ya nunca más le podrían obligar a tomarlas.
- Hubo varias en nuestra zona. Pero primero encarcelaron a los pacifistas, a muchos periodistas, a los ecologistas, a los independientes... Luego, con mucho esfuerzo, a nuestros primos, los rockeros… ya solo quedábamos los moteros y nos organizamos en “tribus”. Bonerkc, el abuelo de tu nuevo amigo, lideró un importante grupo; era un tío muy activo pero cayó en combate mientras desmontaban guardarrailes asesinos. El amigo Antonio tuvo que formar la tribu de "Los Ferreteros”, un grupo experto y contundente que todavía sobrevive a los coreanos mercenarios. Están en el noreste, cerca del bunker de Anzánigo, mañana te hablaré de ellos. Tb estaban los “Ghost Riders”, todos de negro, como su mito. Otros como el “Hondita” y los dos Jorges se perdieron, nunca volvimos a saber de ellos. Y los viejos amigos de Barajas hicieron lo que pudieron pero eran unos momias, la panza apenas les dejaba subirse en una moto… la especialidad del "Choncho", mi mecánico, y la de “el féretro”, “el muerto”, “el hiena”, “el bola” y los demás era el sabotaje y la logística, ¡que grandes tipos, ojala estuvieran ahora por aquí!

El abuelo contuvo la emoción un momento. Luego continúo recordando:

- Mi amigo David dejo su tienda y su anonimato y formó, en el sur, a los “Pistones Justicieros”. Las “niñas” moteras formaron la tribu de las “Gaiteras” y crearon una zona de seguridad en todo el Levante. ¡Qué duras eran las jodías, tanto como guapas! Esa es vuestra esperanza todavía, llegar allí… Santiago dejó su enduro y volvió para liderar a los “Erres”, los pilotos más rápidos no-profesionales. Muchas veces servían de “liebres” para que pudiéramos emboscar a las patrullas de la policía. Descansen en paz. Eran muy valientes pero cayeron casi todos… yo debí morir con ellos pero tuve demasiada buena suerte, jamás me lo perdone. Eso sí, por el camino, nos llevamos a muchos burócratas ladrones y a esos “nazis” sobre ruedas, la tribu “Pere”, los más radicales, esas “fuerzas de choque” del poder, esos enlatados con sus putos radares y pistolas láser (primero, las de medir la velocidad, luego las de disparar, como en las películas).
- Sí, abuelo, sé que tu herida del hombro fue de un tiro. ¿No entiendo como pudo pasar eso?
- Ya da igual. Tenemos que pensar en el futuro. Escucha bien ahora: mañana vendrás a buscarme y me llevarás a casa. Prepara la moto, quiero volver a probarla. Y recoge tus cosas, tal vez no puedas volver a tu vida normal. Ah, y consígueme sin falta grasa de caballo. ¿Lo entiendes? Grasa de caballo.

El nieto flipó pero asintió con la cabeza de melón que Dios le había otorgado. El miedo le invadió medio cuerpo. ¿Qué estaba tramando el abuelo motero? Solo le quedaban cuatro meses para salir libre y volver a vegetar frente al televisor del gran hermano…

- Bien, te llevaré con mis amigos, me parece buena idea.
- Prepara también mi vieja ropa, toda. Mañana cumplo 72 años, cifra mágica. Espero que no te hayas encariñado demasiado con mi Kawa…
- Descuida pero… ¿qué tramas abuelo?, ¿tienes claro lo que te propones?
- ¿Y tú?, ¿tienes claro que quieres hacer con tu futuro, con tu vida?

Carlos Hugo Borja dudó un instante pero luego miro a los ojos.

- Sí, quiero vivir libre… ser digno de nuestra familia. Ayudar a mis amigos.
- Muy bien. Y, exactamente, ¿en qué situación están tus amigos? ¿dónde están y cuantos son?
- Tenemos un grave problema. Resisten ocultos acampados fuera de Ciudad-1, cerca de ToledoD’or. La policía y la Waffen-DGT los tiene prácticamente acorralados. Son más de cuarenta familias. Si los pillan, como mínimo, los enchironan de por vida.
- ¿”Enchironan”? ja,ja, ¡hacia años que no oía esa palabra! Realmente has cambiado, querido Carlos.
- ¿En serio? Ah, llámame Karlos con “K”, abuelo, es mi nuevo alias.

El abuelo volvió a sonreír divertido: - Muy bien, “Karlos”, veremos si te mereces esa “K”… Hasta mañana.

La noche pasó lenta porque el abuelo motero no durmió mucho. Sabía que muy pronto moriría. No le asustaba la idea, al contrario, lo deseaba pero no quería hacerlo de cualquier manera. Quería terminar ofreciendo un regalo de esperanza a su nieto y a sus amigos. Quería completar la formación de su joven “padawan” con el ejemplo y, de paso, ayudar a aquellos buenos hombres acorralados en los montes. En resumen, satisfacer con éxito la misión que había concebido durante esos últimos meses.

Aquella mañana mágica de agosto el nieto llego puntual. Iba vestido de cuero negro y corbata verde Ninja. Empujo la silla de ruedas (q ya no lucia pegatinas, las guarras de las enfermeras de “reeducación” tenían ordenes de quitar cualquier vestigio personal) hasta el garaje del “hospital” donde aguardaba su coche reglamentario. Luego, después de comer copiosamente y beber bebidas prohibidas, el abuelo se quito el batín reglamentario y se atuso su larga cabellera, también su barba canosa. Sin reconocer a qué aludía, el nieto descubrió el tatuaje de su hombro, un rectángulo que ponía dentro “Champion”. El anciano se miró al espejo por última vez con cierta indiferencia. Luego repasó visualmente toda su vieja ropa “dormida”, esperándole encima de la cama, lista para la acción. El abuelo se vestiría por última vez, como había previsto. Dejo a un lado su mono de cuero, también sus chupas, incluso las bonitas botas que todavía podía lucir bien… Ante la mirada de su nieto, y un silencio casi reverencial, eligió su vieja sudadera, la del dedo rampante. Cuando se la puso su rostro pareció experimentar un milagroso rejuvenecimiento. Luego cogió sus botas militares de tres hebillas y, con la ayuda de Karlos, se las puso. Más tarde se probó su viejo barbour inglés y preguntó por la grasa de caballo que le había pedido. Durante casi media hora estuvo engrasando su vieja chupa, en silencio, con la mente puesta en mil cosas del pasado y del futuro. Repaso el contenido de sus bolsillos y sonrió. Por último, se anudo el viejo pañuelo de su padre, el patriarca motero de la familia y saco otro, de color verde, que guardaba en su vieja bolsa de depósito. Dijo:

- Este era mi pañuelo, ya nadie llevo uno al cuello. Una viejísima tradición. Ahora es tuyo. Si quieres, algún día, regálaselo a la mujer que ames. Guárdalo bien hasta entonces, no es propio perderlo ni entregárselo a cualquiera, ¿me explico?
- Por supuesto, así lo haré. Muchas gracias… pero, ¿qué preparas?, intuyo que tu vuelta en moto encierra más objetivos… ¿es que nada te va a parar? Puedes volver a vivir tranquilamente, alejado de nuestros follones.
- ¿Parar? No me pararon las lesiones, ni los ladrones que entraron repetidamente en nuestro viejo garaje, ni las sanciones, ni las amenazas de tu abuela, ni la Administración, ni los huesos que me tuvieron que atornillar… Elegí mi vida, “Pedrosilla” y moriré como he vivido. No te pongas triste, soy un hombre afortunado.

Después de más explicaciones sobre el futuro que tenia por delante el nieto y sus amigos, abrieron la puerta del garaje y descubrió a su vieja “niña”. La limpia y restaurada naked de 1100 cc, la Kawa negra. El abuelo vibró de nuevo, emocionado. Ella también le devolvió el saludo. Se hablaron en silencio y acordaron su último viaje. ¡El momento había llegado ya!

- ¿Recogiste todas tus cosas?
- Sí. Llevo todo lo que necesito. No volveré.
- Bien. Llévame con tus amigos, con esos últimos moteros del país. Mañana será un nuevo día para vosotros pero hoy… hoy es mi día.
- Estoy emocionado, abuelo. ¿Puedes conducirla todavía?
- Sí, capullín… pero ayúdame a estirar las patas. Una vez encima ya no me hará falta ayuda para bajar…

El nieto le ayudó con cariño. Sabía que aquella noche seria histórica aunque no entendía cómo ni por qué. El abuelo giró la llave y pulso el botón de arranque. El cuatro en uno de la Zephyr atronó el chalé. La alarma sonó. El nieto miró por última vez a su alrededor y arrancó su coche. El abuelo salió detrás, despacio. Luego, en la primera recta despejada apretó el acelerador. El esqueleto le tembló dentro del cuerpo pero soltó una gran carcajada dentro del viejo Climax al tiempo que la rueda delantera se elevaba medio metro del suelo. ¡Volvía a la vida activa! Evitaron las calles de la ciudad y en menos de una hora ya estaban entre los “ilegales” que quedaban en la zona centro, entre barrancos y árboles.

- ¡Esto sí que es una invernal! –exclamó el abuelo motero al ver el campamento y las hogueras.
- Ven, nos estaban esperando.

Después de las presentaciones, ya de noche, el abuelo dejo de comer y beber como un cosaco. Dijo que se reunieran frente a él…

- ¿Qué pretendes, abuelo? Te escuchan todos con atención.

El abuelo, sin bajarse de la Zephyr, habló con voz alta y clara. Nadie lo sabía salvo él, pero sería su último discurso. Dijo:

- Estimados amigos. No me conocéis más que por las historias que os ha contado mi querido nieto. Sé con certeza que buscáis lo que muchos buscamos y disfrutamos durante décadas, nuestra propia libertad, vivir nuestra vida sin molestar al prójimo. Si buscáis eso, esta noche os ayudaré a dar un paso más en vuestra lucha.

Todos aplaudieron, emocionados. El nieto no, seguía pasmado, mirándole con inevitable admiración. ¡Incluso una lágrima se le escapó al nota!

- Vuestra única oportunidad es huir al noreste para reagruparos con el grupo fuerte que resiste allí. Asturias está tomada por los camaradas mineros pero tiene difíciles accesos y os cazarían como a ratas. Sería ideal para llegar al refugio del mar de Irlanda pero está difícil… Solo os queda la opción de viajar al noreste. Luego, tal vez, podáis huir a la costa del Mediterráneo y vivir relativamente tranquilos. E incluso, quién sabe, un día podáis escaparos hasta ese último gran refugio, la isla de Man. Karlos ya tiene los mapas y las anotaciones necesarias para guiaros pero… antes tenemos que romper este cerco. Para eso he venido.
- ¿Qué quieres decir, abuelo? –gritó el nieto aturdido- ¡Tú vienes con nosotros!

El abuelo levantó un brazo, tajante y dijo, condescendiente:

- No, mi última carrera se disputará esta noche. Prepárate “John Connor”, eres el nuevo líder de la “Resistencia”. ¡Escuchad!, haré que la guarnición que os rodea me persiga durante un buen rato. Les costará mucho atraparme. Ellos, como vosotros casi, ya no saben tomar curvas. Me adentraré por las viejas carreteras de la sierra de la capital. Tardarán en abatirme, tiempo suficiente para que escapéis con relativa facilidad. Si un día veis una película titulada “Mad Max 2” recordaréis esta noche, esta huida. Y un último consejo, aprended de nuevo a vivir como hombres. Desconectar las ayudas electrónicas de vuestras motos. Destruir los sistemas de frenado automático y todas esas moñas que lo único que os hacen es ser más débiles y torpes. Y sed felices, por supuesto. Disfrutad del sol y del mar mientras no sean virtuales. Os deseo toda la suerte del mundo.

- No puedo consentirlo, abuelo, no puedo dejarte ir…
- ¡Silencio! No hay nada que debatir. Como toques las llaves te hostio. Ya sabéis que hacer. Vivid con honor y con coherencia. ¡Vivid y bebed mientras podéis!
- Eres el mejor, abuelo… el mejor motero que jamás conoceremos.
- Motorista, volved a utilizar esa palabra. Y no confundáis jamás libertad con libertinaje. Si lo hacéis volveré desde el más allá para atropellaros con mi “Ducati Heaven”. ¡Avisado estáis!, ¡buena suerte, recordad: sois los últimos hombres libres!

Gritos de esperanza y ánimo sacudieron el ambiente. La gente sentía que, realmente, tenían una nueva oportunidad, ¡no todo estaba perdido todavía! El abuelo guiño un ojo a su nieto, le besó y se puso el casco. Pronto se alejo despacio, sin mirar atrás, directo hacia el norte, hacia los límites de la antigua villa de Madrid.

A los pocos minutos detuvo la moto frente al cuartel general sur de la policía. Dio varios acelerones pero nadie le hizo caso. Decidido, cogió el antirrobo de disco que, junto a la estribera trasera, colgaba todavía de una pretina cromada que hizo su padre. Pensó en él durante un segundo. Sabía que no tenia su “raza” ni la mitad de sus bemoles pero sí los suficientes como para hacer algo positivo esa noche. Decidido, arrojó el antirrobo al ventanal. El estruendo fue magnífico. Por fin, varios agentes asomaron la cabeza.

- ¡Venid a por mi, maricones enlatados! –gritó el motorista emocionado- ¡si todavía tenéis un gramo de dignidad, atreveos!

La leyenda cuenta que la persecución duró más de una hora. En la cabeza del piloto resonaba un viejo tema de los Priest titulado (apropiadamente) "Running wild". Muchas patrullas fueron movilizadas incluyendo las que formaban el cerco. El abuelo motorista o, mejor dicho, el abuelo de los motoristas (alias “Fast Federico” alias “Gladiator” alias “Pantani” alias “Templario” alias “El Bujías”) fue, como era previsible, finalmente abatido, cerca del legendario puerto de “La cruz verde”, en una de las numerosas rectas que inundaban todos los rincones del país. El disparo impactó en su neumático trasero. Obviamente, el Pirelli, aunque de carcasa dura, no aguantó.


La bella Zephyr y su amante cayeron por una pequeña ladera. La fiel montura se desplomó con la dignidad de un héroe que muere en batalla. Su piloto, aquel caballero del asfalto, también... “Gracias por todo, fiel compañera” musitó el guerrero mientras acariciaba el depósito. El destino fue generoso y le dio unos cuantos minutos más de vida. Los suficientes para sacar del bolsillo de su viejo barbour una antigua y arrugada foto en color que él apreciaba más que cualquier otro objeto en el mundo. Era una foto de sus mejores amigos y de su familia motera. Aquella emblemática foto que hicieron en aquella última concentración a la que acudieron todos juntos. Desde la foto, ellos y ellas parecían cobrar vida, devolverle la mirada sonriendo, estar contentos. El también sonrió en silencio, pronto estaría con todos ellos preparando nuevas aventuras en algún lugar del otro lado.

"La libertad es una aventura sin fin, en la cual arriesgamos nuestras vidas y mucho más, por unos momentos que no se pueden medir con palabras o pensamientos. La búsqueda de la libertad es la única fuerza que yo conozco.
Libertad de volar en ese infinito. Libertad de disolverse, de elevarse, de ser como la llama de una vela, que aun al enfrentarse a la luz de un billón de estrellas permanece intacta, porque nunca pretendió ser más de lo que es: la llama de una vela. " (Carlos Castañeda)

MAYO 1988 - ¿Qué apostamos?

Sin que sirva de precedente, voy a contaros una divertida y vieja aventurilla que sucedió hace unos cuantos años. No me gusta demasiado contar cosas del pasado (salvo si sale el tema) porque parece que uno ya es muy viejo o quiere reclamar supuestas "medallas"; además, creo que, sobre todo, hay que mirar al futuro.

A riesgo de que alguna motera de Barna me llame "abuelo cebolleta" (cualquier día te voy a canear pero bien) por contar viejos cuentos esta vez haré una excepción. Destaco esta historia entre otras más heavies porque esta aventurilla tuvo un puntito "exótico" muy divertido y, sobre todo, porque este viaje coleó después de regresar a casa, como comprobaréis más adelante.

Veréis, era la primavera de 1988, yo tenia dieciséis años y todavía tenia que ir de paquete, qué remedio. Mi moto de entonces era una pequeña Ducati Senda trucada, sin matricula. Era mi primera moto de carretera pero no podía ir muy lejos con ella, claro, solo a estudiar y a alguna concentración cercana a Madrid. Ni siquiera me valia para pasear chavalas y, encima, entendi porque las mecánicas italianas tenian fama de ser poco fiables (demonios, la de veces que me toco empujarla a la muy jodía). Aparte, era una "época" en que mi padre y su panda viajaban mucho por Francia u otras zonas como Aragón, Cataluña, etc, por lo que no tenía otra opción que seguir yendo de copiloto si quería ver mundo.

En esta ocasión volviamos a subir a compartir fuego y charlas con los amigos franceses del moto-club Olorón, unos tipos geniales (estos sí que tienen historias que contar) con motivo de la celebración, en mayo, del encuentro de Lourdios-Valle Issaux. Pues nada, allá fuimos a lomos de nuestra poderosa y roja Guzzi 850 T3, con sus escapes atronadores y carenado Puig. En Zaragoza recogimos a otros veteranos de la ruta, Rafa, con su inédita y hermosa Kawa tricilindrica de ¡¡2 tiempos!! y otro amigo suyo, con una Honda XL 600. Pues nada, camino Huesca, luego Somport, frontera y en un ratín en la concentracion donde empezamos a disfrutar de la calurosa acogida habitual de los "gabachos". Si os digo la verdad, no recuerdo muy bien como pasamos la noche (aunque me lo imagino). El caso que a la mañana siguiente, sin apenas resaca y algo de sueño dimos el tipico paseo por los pueblos y montañas galos, luego vimos la entrega de trofeos correspondiente (esta vez no me toco ninguno, menos mal, porque años antes pasaba un corte tremendo cuando me los llevaba por ser el piloto más joven y cosas así) y a eso de la hora de comer, Rafa, buen conocedor de las carreteras de montaña de esa zona de los Pirineos, lanzó la idea de regresar a casa por otra carretera. Prometia curvas y bellos paisajes. Obviamente, todos dijeron que adelante.

Pues nada, arrancamos y, junto a otro conocido con una R90 boxer, salimos dirección a la frontera, adentrándonos en el paradisiaco valle del Roncal. Efectivamente, la ruta era muy hermosa. Poco tráfico y muchas curvas con asfalto malo o bueno, de todo un poco. El ritmo alegre. Bien, deciros que (aunque alguno piense que voy a exagerar) era la época en que mi padre, con sus cuarenta y pocos años, todavía iba deprisa y llegaba a rozar con los escapes de la Guzzi en algunas curvas (conmigo de paquete). Estos amigos de Zaragoza no iban precisamente despacio tampoco. Rafa, especialmente, con su Kawa era un cohete (solo si habéis probado una vieja RD 350 o una Ossa Yankee 500, por ejemplo, podéis entender qué se siente con una moto de 2 T, tan ligera y tan salvaje). Para mi era una delicia contemplarle. Iba abriendo la ruta y nosotros a rueda, disfrutando. Más atrás iba la Honda y, cerrando el cuarteto, la BMW. Pues nada, a eso de las cinco y pico de la tarde llegamos a la zona donde Rafa sabía que estaba la vieja frontera. Se supone que no había nada, como mucho solo una cadenita de esas que ruedan por el suelo, algún mojón indicando algo pero ni caseta, ni guardias, ni nada importante. De repente Rafa clava los frenos y se para. Nos detenemos y veo que nos indica que bajemos. Lo hacemos y miramos lo que tenemos justo en frente. Bien, la supuesta cadenita no está, correcto, pero en su lugar hay un pedazo tocho de viga soldada a ambos postes (o mas bien a uno) cerrándonos el camino. A un lado, la empinada loma, al otro, casi un precipicio. ¿Y qué hacemos? Volver no, a eso nos negamos enseguida, no podia ser, encima iba a anochecer en cuestión de horas y queriamos volver a casa porque era domingo y el lunes nos aguardaba a todos. Habia que saltar por alli como fuera. La Kawa no era problema pero las otras tres burras eran como tres gordas vacas. Joer, si lo hacemos aposta, ¡¡no atinamos tanto en seleccionar motos pesadas!! Pensad que la Guzzi, en orden de marcha, podía superar, facilmente, los 330 kilos. La Honda no tanto pero también, la BMW, pues eso, con decir BMW se entiende... Eramos cuatro adultos y un adolescente medio hombre con pocas chichas. Primero probamos con la Guzzi (la idea era comenzar con la más problematica, claro) y no hubo manera. No habia... de sujertarla con seguridad. Casi nos quemamos con los escapes, otro problema. Con lo bien que lo hacen algunos ladrones y nosotros torpes y blanditos. El problema no era solo el peso. Es que la puta viga estaba altita, a un metro largo del suelo, ¡casi nada! Parece una tontería pero os aseguro que ni cuatro tios podian levantar facilmente un mostruo como la grandiosa T3 con megadepósito lleno y demás gaitas a cuestas.

El caso que el destino (Dios debe ser motero, sin duda) quiso que, sin saberlo, un par de montañeros franceses se acercaran a interesarse por aquella extrañas maniobras que estábamos practicando entre sudores y risas flojas. Estos chavales, además, estaban cachas y enseguida se ofrecieron a echar una mano. Vimos la luz. Hasta pude dejar de hacer que hacía fuerza y coger la cámara de fotos. Pasaron las cuatro motos, (una a una, ¡claro!) y dijimos algo así como "misión cumplida". Ilusos. Después de descansar unos minutos y echar unos cigarros arrancamos las motos y nos despedimos de los montañeros. Pensábamos que ya habíamos vivido la anecdota del día pero no era así. A poco más de doscientos metros, justo detrás de una loma, nos enfrentamos con una curva a derechas amplia cuando de repente volvemos a parar con prisas. Me asomo desde mi puesto de copiloto y no me lo puedo creer. La curva y la recta siguiente están enterradas, literalmente, bajo una capa de nieve de alucine. ¿Resultado de un pequeño alud? posiblemente, el resto de la calzada está limpia. ¿Y que hacemos ahora? Con la tranquilidad que da la veterania, Rafa y mi padre sonrien y me dicen que saque la cámara de fotos. Está claro que volver a pasar las motos por la jodida barrera era lo último que ibamos a hacer asi que "er pápa" propone la única solución que ve viable: pasar andando varias veces por la nieve y hacer un caminito.

Como serán las cosas que los montañeros de antes ¡se vuelven a presentar! Pues nada, ahi véis a unos cuantos tios andando durante una media hora larga haciendo un puto caminito por una capa de nieve que, sin exagerar, podia tener más de 10 centímetros de profundidad. Yo terminé con los pies medio congelados y no tenía mas calcetines. (Ni os cuento qué botas gastaba en esos años).

Mi padre paso de pisar la nieve, Rafa por el estilo, ellos solo daban "coordenadas". El de la Honda, los montañeros, el de la BMW y aqui un joven fueron los que se curraron el "caminito del Roncal". Una vez convencidos de que ya estaba accesible (más que nada, ya estabamos cansados de hacer el bobo) arrancamos la primera candidata, nuestra Guzzi. El bramido de su motor bicilindrico retumbaba en aquella zona. Era, os lo aseguro, una sensación fascinante, algo insólita, sí, esa "mancha" roja entre la nieve, realmente apasionante. Creo que dije en broma que ibamos a provocar otro alud. Je,je, que gracioso el niñato.

Avanza mi padre con la moto pero el equilibrio es muy precario, no basta con remar con los pies, ¡aunque midas 1'94! Afortunadamente, en esos años, la Guzzi llevaba instalada unas defensas para salvar los culatines, de esas grandes donde podias hasta instalar un puto faro antiniebla que te deje sin bateria en mitad de la noche medio perdido por ahi (esa historieta para otro día). Agarramos de las defensas y vamos tirando. Suelto un momento para hacer otra foto en primer plano. Estoy haciendo un "book" cojonudo para pedir curro como "quitanieves-boy", hahaha. Bueno, pues después de muchos esfuerzos, conseguimos pasar las motos. Habiamos perdido otra hora larga pero estábamos contentos. El resto del viaje, no merece la pena reseñarlo. LLegamos tarde a Madrid pero con una sonrisa en la cara todavía (la mía, comedida, con unos cuantos dedos de los pies medio congelados).

Algunos años después, almorzando con los compañeros del curro en el comedor, una compañera de otro grupo me pregunta por temas de motos y por aquel viaje que me había oído mencionar con pasión unos días antes. Le cuento cosas, incluyendo aquel glorioso domingo de nieve. Qué sopresa me llevo cuando me contesta que soy un vacilón y que eso era, literalmente, "imposible". Lo dijo varias veces y con ese tono agresivo que empieza a calentarte. Pues nada, como la camarada siguio dándome caña (aunque ya le había dicho que no era para tanto, que no habiamos escalado el Everest en moto ni nada por el estilo) la propuse una pequeña apuesta. Le dije que tenia fotos. Se rió un poco pero le cambio algo la cara. Nos apostamos una comida (alli, de comedor, nada del otro mundo, no creáis) y dijo que cuando quisiera trajera "esas magníficas fotos". Qué cara al día siguiente, amigos. Los demás sonreian un poco. Fui tan bobo que la perdone la comida pero os aseguro que no volvio a juntarse con nosotros. Supongo que ya le caería mal pero ¿a quién se le ocurre apostar con un zumbao de las motos? Años más tarde inventaron un programa que recordaréis llamado "¿Qué apostamos?". A veces, cuando lo veía, me acordaba de aquel domingo y de la compi de Alcatel. Luego me enteré que su chico no era precisamente un aventurero de la vida, normal entonces.

En fin, espero que os haya entretenido esta aventurilla de aquel lejano 1988 (fue el año en qué media España era de Sito y la otra media de Garriga). Me ha costado decidir qué foto poner pero espero que, aunque tiene mala calidad, sea suficiente para ilustrar este relato. ¡Que no quiero volver a apostar! ;-)

GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...