Despidiendo el verano... (¡por fin!)

Siempre apetece que llegue el final del verano, al menos para algunos. Quizá me repito ultimamente aludiendo a las temperaturas, quizá sea la edad que hace que nos afecte más el calor... quizá las ganas de salir en unas condiciones más confortables para jinete y montura.

Arrancamos septiembre formando un buen grupo de "ataque" hacia Gredos. Volvíamos a salir con David y Pablete (más la mami, Tere, esta vez), aparte claro de los demás figuras que por fin reunimos: Kurtis, Iñigo, Alvarito y un amigo, y Antonio con su nueva moto, la Tiger 900... Una vez más, un buen elenco de personalidades.

La primera parada fue en El Barraco, como casi siempre, para comenzar la jornada con el lubricante de los aberronchos: los torreznos del bar Tres Postes. Mítico. No somos muy originales con algunas de nuestras paradas y mucho menos con algunos de nuestros hábitos. Pudimos degustar también las máquinas reunidas. Veíamos de nuevo la nueva BMW de Kurtis, una venerable GS del 2003 amarilla que le permite pilotar más cómodo que en su magnífica S1000R, la reluciente Triumph blanca nuevecita de Antonio, la bella Kawa de ébano de Iñigo, los colores de la GPZ de Alvarito (ejem, sin comentarios), la flamante Hornet de su amigo... y una vez más también la Fazer 1000 y la Hondita 125 del dúo Motos, padre e hijo (no podían tener otro apellido, está claro).

Como siempre nos alargamos un rato allí y calculamos que para la hora de comer estaríamos por Venta del Obispo... pero, claro, solo nos separaban 45 kilómetros de curvas y nadie tenía hambre. Arrancamos con esas ideas y, una vez más, disfrutamos viendo a Pablete evolucionar con su 125. Por el camino nos habíamos fijado algunos en los terribles efectos del enorme incendio que arrasó tantas hectáreas pocos meses antes, terrible. Había zonas quemadas negras donde casi me detuve para fotografíar la masacre que se genero, un paisaje que nada tiene que ver con el que nos gusta contemplar por allí, claro. Luego, de repente, había zonas intactas y de nuevo sombras de tierra oscura o marrón, restos de calcinamiento a pie de carretera, o grandes extensiones dirección a diversas crestas...

Llegué el primero a la Venta y me dispuse a hacer algunas fotos según fuera llegando el personal. Por fin estábamos todos ya en el mítico "meeting point" o meta volante. Efectivamente, era la hora de comer pero ninguno tenía ganas. ¡Qué coñazo tener que gestionar ese asunto! Que sí, que a todos nos gustar devorar pero casi era lo de menos... sin embargo, tampoco nos veíamos con ganas de decir aquello de "hoy no se come, solo gas"... porque luego el cafetito apetece (risas, por favor). Honestamente, como alguna vez he contado en este blog, ya pasaron los años en que la parada del día era "decorada" por el chuletón de turno... aún así, cuando vamos en grupo, un menú de carretera suele caer en estos tiempos. Solo hay que ver qué figuras tenemos la mayoría...

Charlas y revisión del "parque móvil" que había en la zona (siempre hay ambiente allí) y pequeño debate sobre qué rumbo tomar para... comer (el tema de moda). Kurtis probó llamando a un sitio estupendo que conoce la zona de Mombeltrán, negativo, no había mesas libres. Al final, por consenso, se habló de tirar dirección Avila por la N-502, para pasar el puerto de Menga y, quizá, parar por el pueblo de Mengamuñoz, como en alguna ocasión pasada con Alvaro

Arrancamos y, esta vez en grupo, fuimos devorando con alegría aquellas curvas con buen asfalto, dejando muchas veces a Pablete delante. Sus escasos 15 CVs poco podían hacer en las zonas más rectas, logicamente. Bajando el puerto, nos pasó Kurtis con su flamante GS por el carril izquierdo a un ritmo endiablado mientras David y yo escoltábamos los pasos de su hijo con la 125. El caso es que paramos en Mengamuñoz, donde hay o había un par de restaurantes chulos. No tuvimos suerte, estaban completos o cerrados y, después de ver de nuevo los efectos del famoso incendio por ese lado de la sierra, arrancamos nuestras fieles monturas, buscando un nuevo objetivo para detenernos. No pasaron ni veinte minutos. Por fin paramos a comer, ya no muy lejos de Avila ciudad y sus terribles rectas. Allí consumimos más de dos horas pues el servicio era algo lento y casi habíamos ocupado la última mesa disponible. Tuvimos un buen rato de cachondeo con mi ensalada..., ¡no se puede ser sano!, resulta que era una ensalada que no solo llevaba lechuga y tomate sino frutos secos... y a lo bestia, incluido muchos kikos y panchitos, ¡algo brusco para mi paladar!, risas, por favor, otra vez... hasta foto hicimos:

Después de comer, hidratarnos (¡qué bien suena ese término!) y de las risas habituales, con un calor moderado no quedaba más remedio que hartarse de paciencia un rato y cruzar decentemente las rectas infinitas que llegan a la famosa ciudad de las murallas. Y digo decentemente porque es una zona muy fácil para ser multado si enroscas lo que te pide el cuerpo y la mente. 

Ya en Avila, paramos para repostar y decidir los próximos pasos, debíamos ir volviendo para casa, sin prisa pero sin pausa. La idea era volver por la divertida carretera que llega a Navas del Marqués y Cruz Verde, la CL-505, la mejor opción para evitar el tráfico de aquel domingo por la tarde. Recuerdo perfectamente cómo cogerla, hay que ingresar en la ciudad, pasar la estación de autobuses y tomar una calle larga y amplia. Sin embargo, al final, con otros delante, tiramos por otras calles y terminamos por integrarnos en la N-403 que enlaza Avila con el el pueblo de El Barraco... tramo que no estaría nada mal de disfrutar si no fuera por su famoso radar de tramo. Cuando me di cuenta ya era tarde para parar el "desfile" de motos y rectificar... Pablo ya iba, además, delante y, minutos después, su padre le tuvo que contener cuando empezó el radar de tramo.

Más tarde, otra breve parada, basicamente por mi culpa. Volví a repostar unos pocos litros (la maldición de mi XSR) para no detenernos un poco más adelante y recordamos la máxima de intentar no volver por la carretera de los pantanos, para evitar su tráfico dominguero que suele ser fatal. Ya lo habíamos vivido meses atrás volviendo con ellos de Navaluenga. La mejor idea era que, al menos unos cuantos, tiraríamos en El Tiemblo hacia Cebreros para volver a casa por las carreteras de la Sierra Oeste. Sin embargo, tampoco pudo ser...

Llegando a El Tiemblo el tráfico ya aumentó y el grupo dejó de ser compacto. De repente Pablete iba líder destacado, detrás varios coches, y David, el padre de la criatura, algo más atrás... logicamente Pablo no sabia qué dirección tomar y no se desvió, siguió la carretera, rumbo a San Martin de Valdeiglesias. Los demás nos metimos en el desvío y paramos enseguida para ver qué hacíamos. Kurtis, Iñigo y alguno más tirarían ya hacia El Escorial y la Cuenca del Manzanares. La familia Motos daría la vuelta para intentar alcanzar a su hijo y llegar juntos a casa. Yo decidí acompañarlos hasta el último cruce que tendríamos en común. Dicho esto, allí, llegando a Cebreros nos despedimos todo el grupo y dos motos dimos la vuelta. 


Al final todos llegamos tranquilamente al hogar. Pablete llegó en solitario, sin perderse, lo cual tiene mérito porque no tiene, obviamente, nuestra experiencia por estas carreteras. Yo en general lo pasé muy bien. Hacía mucho tiempo que no rodábamos tantas motos y amigos juntos. Al final se hizo un poco corto pero, honestamente, el acumulado de kilómetros sin ser una pasada tampoco fue nimio. Cuando llegué a casa, antes de meterme en la ducha, pregunté por Whatsapp a David si había llegado ya Pablete. Le dije además que no le echara la bronca, total, era responsabilidad nuestra haber ido más cerca de él por aquellos parajes... Cosas que pasan cuando los grupos son grandes y hay máquinas de todo tipo de potencia... pequeñas experiencias de la vida, nuevas anécdotas para contar en algún bar años más tarde...


GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...