Barry Sheene, campeón de corazones


Para bien o para mal, nada se repite en la vida de la misma manera. Cada copo de nieve es inédito y distinto aunque a veces cueste creerlo. Parece que un “ingeniero” decidió que vivamos dentro de una espiral donde las sombras del pasado se reflejan en nuestros actos cotidianos calibrando nuestra actual “potencia” y parando el crono vuelta tras vuelta, hasta el final de la carrera de la vida.

Los viejos tiempos no volverán… pero quién vive solo del pasado está ya medio muerto en vida. También los hay que olvidan rápidamente, el otro extremo que algunos tratamos de evitar. “Siempre adelante” ponía un parche en mi macuto. Buena idea. Hoy quiero hablaros de una influencia vital en mi vida, la que (aparte de la influencia de mis padres) contribuyó a que intentara ser piloto de motos o, por lo menos, seguir mi camino, muchas veces al margen de las circunstancias o de las opiniones. Sé que hay gente joven que no conoce a los viejos héroes, quizá merezca la pena contar esta historia.

Creo que llegué a este mundo sin pedirlo. Tampoco sé todavía (¡menos mal!) como acabaremos el viaje pero sí sé lo que quería ser cuando era un crío. Resulta que había unos tipos que hacían cosas increíbles. Para empezar, hacían lo que más les gustaba: montar en moto y competir, esa sensación de libertad inigualable. Lo hacian con una maestría genial pero no solo eso era lo que me cautivaba. Lo que más me llamaba la atención era que no se rendían fácilmente. Caían pero se levantaban. Ganaban o perdían pero volvían a luchar. En ocasiones, incluso, luchaban hasta el final y a veces caían “con las botas puestas”, como los violinistas del Titanic, vaya. No eran superhéroes con poderes, eran hombres de carne y hueso como nosotros, pero capaces de superarse continuamente a si mismos, desarrollando con hechos esa grandeza dormida que, se supone, anida en cada uno de nosotros.

De chaval, en casa de mis padres, había mucho papel y poco espacio. Había papel en las paredes (el gotelé todavía no estaba de moda), en los libros, en mis cuadernos y también en las revistas de motos. Cientos y cientos de revistas. Me fijé sin remedio en guerreros como el gran Ricardo Tormo o Hubert Auriol pero, sobre todo, en "un tal" Barry Sheene, ese campeón del mundo de 500, cachondo y simpático, el de la eterna sonrisa, genial dentro y fuera de la pista, el tipo del cigarrillo y el pato Donald en el casco, el piloto del emblemático número siete forever.


No tengo muchos ídolos pero él será siempre mi favorito. El más integro, el más duro, el más cojonudo. Su figura y su Suzuki granate se grabaron a fuego en mi mente pero sobre todo en el corazón. Ahí estaba el tío, con su estilo, luchando año tras año, a pesar de sus graves caídas, de los problemas que iba acumulando... siempre fiel a si mismo, sin traicionar sus convicciones, cruzando sin parar las luces y las sombras que le acompañaron toda su vida.

Hubo un día que mi admiración por Barry se convirtió en un patrón de “conducta” (o algo así) que intenté interiorizar e imitar ya para siempre (su número siete me acompaña en todas las motos todavía). No recuerdo si esta admiración comenzó el día que mi padre me llevo al Jarama, cuando le vi correr por primera vez (junto a Kenny Roberts y Wil Hartog, en 1979) o durante los primeros años cuando me contaba sus hazañas (también las de Santiago Herrero y Angel Nieto), o cuando leía sus revistas de motos en casa… Era la época en que bebías el “Tang”, nunca te ponías el cinturón en el coche, jugabas en los descampados hasta las tantas sin miedos, te colabas en los cines de verano de tu barrio sin que trascendiera y te piñabas cada dos por tres con tu bici "BH". Y, en paralelo a esa vida callejera, semana tras semana, abrías la revista y descubrías las nuevas motos que venían de Japón, las carreras (eso de verlas en la tele no se “estilaba” todavía) que se habian celebrado el fin de semana anterior y los relatos de aventureros como Palomo, Ricardo Tormo o Juan Porcar. Un inciso.. No puedo evitar decir que el rally Paris-Dakar me enamoró casi tanto como las 24 Horas de Montjuic en 1982, mi primer viaje. A Juan, después de su primera participación en el Dakar, le escribimos una carta muy emotiva. Contenía pasajes como este: “Ojala algún día pueda estrechar tu mano en Paris antes de la salida”… El gran aventurero nos contestó y todo, qué detallazo. Evidentemente la carta no la podía haber escrito solo un niño de 9 años pero nos saludo a los dos. Pocos años después le vi en el viejo estadio de Montjuic, en las verificaciones de las 24 Horas. Casi me atreví a saludarle pero me corté cuando estaba a menos de diez metros. A Porcar y su jefe y amigo, el gran Jaime Alguersuari, fundador de la revista Solo Moto, toda mi admiración y respeto. Gracias a ellos conocimos mejor y amamos más este deporte, esta vida que llevamos. Pero volvamos al hilo principal...

Héroes como Porcar, Christian Sarron, Tormo, Joey Dunlop, Tony Rutter, Sheene, Lavado, Spencer, Gardner y otros más anónimos (como mi padre o su amigo, Angel del Pozo, subcampeón de España de 125 en 1977) me demostraron que si luchas realmente duro es posible que logres muchas de las cosas que deseas. El precio, el peaje, suele ser caro y conviene tenerlo claro cuanto antes para saber si uno está o no dispuesto a pagarlo. Yo hice ese cálculo muy pronto (dentro de las carencias de un chaval de pocos años) y teniendo claro nuestras limitaciones en cuanto a medios. Algunos meses más tarde, en cierto circuito de motocross (en Alcobendas, ¡¡donde ahora hay un Carrefour!!), una mañana nos dimos cuenta que iba a ser muy difícil alcanzar ese sueño de ser piloto. Los niños que me rodeaban cada fin de semana montaban muy bien, claro que sí, pero la gran diferencia era el material. Sí, esa excusa o “excusa” que tantos pilotos utilizan cuando no salen las cosas bien. Yo rodaba con mi “LF” con motor Derbi 3 marchas (y luego 4) con aquella horquilla, ejem, mejorable. Ellos con sus Italjets y sus verdes Riejus Marathon. En cierta ocasión, en aquel circuito, uno de aquellos chavales volvió a gripar el cilindro de su Italjet. "No problem", su padre (que era dueño de ciertas tiendas de alimentación) nos contó que era ya el tercero o cuarto que gripaba el chaval en mes y pico… ¡tela! Cuestión de bolsillo también...

Sigo pensando que la vida es, con muchas personas, injusta. Desde aquel día, en el circuito de Alcobendas, varios ejemplos más me demostraron que el factor humano no siempre marca las diferencias, por desgracia. También hace falta medios y buena suerte. Si no fuera así, por ejemplo, Ricardo Tormo habría sido más veces campeón del mundo. Igual se podría decir de Víctor Palomo y, sobre todo, del gran Santi Herrero. No conozco a nadie que dude de ello. Si este mundo fuera justo, siempre, con los mejores estoy convencido que hubieramos visto luchar a nuestro Santi con Barry por algunos títulos en la máxima categoria. Hubiera sido fantástico pero no pudo ser, por desgracia. Medios, talento, suerte y ganas no siempre van a la par. Da igual que estés dispuesto a pagar ese peaje que antes citaba… a veces no es suficiente. Por tanto la disyuntiva era, más o menos, la siguiente: si nada es seguro, si no solo vale muchas veces con tu esfuerzo personal, ¿merece la pena seguir luchando?

Aunque él no lo sepa, Barry Sheene me contestó muchas veces “sí”. Barry se había caído años antes en Daytona, cuando se reventó un neumático a 270 km/h. Esperaban encontrarle muerto, sí, pero no era su día, quedaban muchas carreras por delante. Alguno hubiera arrojado la toalla (ya había sido campeón de 750 y subcampeón de 125, tras Nieto) o se hubiera tomado las cosas con más calma... Barry volvió enseguida a ganar, y en el 76 y 77 gano el título de campeón del mundo de 500. Un año después empezó a tener pequeñas o grandes dosis de mala suerte. En 1980, ligeramente olvidado por la prensa y casi desahuciado por Suzuki, Barry siguió luchando con pocos medios, como piloto privado y a los mandos de una lenta TZ500. El riesgo de tirar por la borda buena parte de su prestigio y su palmarés era evidente… pero nuestro héroe no se arrugó.


En 1981 Yamaha le recompensó con una moto oficial, casi igual que la de Roberts, y Barry volvió a los primeros puestos. Aquel año ganó su ultimo Gran Premio en Suecia y las dos mangas de la memorable prueba que se disputó en el Jarama, "Banco Atlántico", dónde Nieto dejó a todo el mundo flipando. En la siguiente temporada, cuando todo iba sobre ruedas, volvió la mala suerte. De nuevo no fue culpa suya, se le cruzó de manera dramática en la pista inglesa de Silverstone. Aquella terrorífica caída destrozo sus piernas y casi le cuesta la vida pero no pudo destruir su voluntad de hierro… ni su sonrisa eterna. Recuerdo una fotos suya en el hospital con una cara de chiste impresionante… esa cara de pícaro que ponías cuando te operaban de cualquier bobada y sabias que ibas a estar sin dar chapa unas cuantas semanas… así era el gran Barry en el 82… Muchos pensamos que era el final de su carrera deportiva pero volvimos a equivocarnos. Corrió dos años más, mermado y con una desfasada Suzuki, demostrando su afición y su coraje.

Muchos (pero no tantos) años después un fulminante cáncer le atrapó en su retiro dorado de Australia. Ante aquella posible lucha Barry calibró sus opciones y, por lo que sé, entre luchar y mendigar por su vida o vivir el tiempo que le quedaba a su manera eligió esta última opción. Se fue con el honor del capitán que se hunde con su barco. Nada de arrodillarse en la última vuelta. La eterna sonrisa hasta el final.


Años después el auge, caída y retorno del gran Mick Doohan me recordó el coraje de Barry. Sin duda, guerreros de la misma “tribu”, hechos de la misma pasta. Yo los llamo campeones de corazones porque es el corazón los que les impulsa a no rendirse. Pueden romperse los huesos, sufrir lesiones, cojear o llenarse de canas en pocos años pero el corazón sigue fuerte, dirigiendo su impulso.

Poco más os puedo contar… Tan solo añadir, quizá, que aquel chaval que tantas veces asomaba la rodilla por el borde de su cama, simulando una plegada, el que aquella mañana en el circuito de Alcobendas comprendió que no solo valía con sudar la camiseta, ahora tiene treinta y seis castañas, ciertas responsabilidades y algunos kilos de más. Aunque echa números como cada hijo de vecino todavía tiene algunos pájaros en la cabeza y persigue sus modestos sueños casi cada día (el último tener una deportiva en unos meses y volver a disfrutar a tope antes de que nos prohiban circular sobre dos ruedas). Y todo porque, hace años, entendió que la eterna sonrisa de Barry significada vivir cada día sin miedo, cultivar tu pasión hasta el final y, sobre todo, no rendirse ante las adversidades o el desánimo que puedan escupirte los mediocres. Hasta la bandera de cuadros… siempre adelante. Aunque no fuiste el único, GRACIAS por enseñarnos el camino, Barry.


GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...