Fin de temporada 2024... (volando pasa la vida del...)

 

Con el habitual retraso que profeso ultimamente (a mi pesar) a nuestro querido blog (este por si hay dudas), y por lo cuál pido disculpas a mi viejos lectores (¡cómo suena eso!),  arranco este post intentando comentaros lo vivido durante el otoño pasado, para seguir la línea cronológica en el punto donde se detuvo hace unos meses.

Con el otoño llega siempre un clima para mi más agradable aunque, por otra parte, las horas de luz se acortan y en ocasiones es un hándicap por las tardes, sobre todo si te pilla de viaje. Pero de casi cualquier circunstancia hay que saber disfrutar, mucho o poco, en sus diferentes facetas.

A finales del verano pasado y durante el otoño, la protagonista de mis correrías fue mi querida Fazer inmortal. Algunas noches paseamos por la Sierra Oeste, como suele ser habitual en esas fechas de agosto, disfrutando del relativo buen tiempo y de la tranquilidad que se respira a esas horas de las cenas.

Pero la cosa no quedó en unos paseos. Después de cambiarle el embrague (todavía era el original), visto que empezaba a patinar, ideamos un par de viajes con ella muy, muy interesantes.

El primero fue acudir al GP de Motorland, en septiembre, con la compañía de los dos Motos, David y Pablete, el padre con su Fazer 1000 y el champion con su voluntariosa Kawa 400.

Fue de esos viajes con "ritmo", y aunque nos paró dos veces los que visten de verde y no son mecánicos de Kawa, teníamos todo en regla y fue un viaje muy cañero y placentero. Pablete con su escaso KaVallaje nos achuchaba de lo lindo en las zonas reviradas, como era de esperar, completando unos tramos, como digo, a un muy interesante ritmo de crucero. 

El problema llegó al final, cuando  por la zona de Calanda, y esas rectas kilométricas soporíferas, decidimos bajar el ritmo, casi ya llegando a Alcañiz. De repente vimos un maldito Pegasus en los cielos y aun desaceleramos más pero, por lo visto, ya nos habían cazado previamente a los tres... Semanas después, tuvimos que pagar una multa muy parecida pues nos registraron a la criminal velocidad en recta infinita de 140/145 km/h, ya ves, ¡unos dementes! Lo peor fue que nos descontaron dos puntos a cada uno. Está prohibido disfrutar con cabeza, ¡esto es España, señores! 


La verdad que acudir a Motorland siempre tiene esa pega, está muy "militarizado", siempre, no recuerdo año que no nos parasen. Esta vez fueron dos veces sin novedad pero la tercera fue desde el cielo y no la vimos venir hasta muy tarde. Aun así, obviamente, disfrutamos de lo lindo. Teníamos entradas de tribuna (entrando a recta de meta) gracias a que el amigo Héctor (del M.C. Foro) me las regaló días antes, ¡gracias de nuevo! Pero si disfrutamos de Moto2 y MotoGP, lo que más nos hizo vibrar y aplaudir fue escuchar y ver a Crivillé varias vueltas a lomos de su fantástica  y poderosa NSR 500. ¡Casi fue como viajar en el tiempo! ¡Qué grande Alex! Sobra decir que los "vintages" disfrutamos como enanos, ja, ja... Y la vuelta a casa también fue divertida, pero sin multas, mejor.

La siguiente escapada con la Fazer estaba planeada para principios de Noviembre, cuando iniciara su periplo de "vuelta a España" el amigo Juanjo (el Doc) con su BMW, con motivo de su incipiente jubilación laboral, que no motera. La idea era comenzar su vuelta al país por su vieja tierra de Almería, una zona que apenas conozco yo pero que prometía buenas visiones e interesantes tramos, sobre todo porque además enlazaríamos con la Alpujarra granaína, ¡casi ná! Lo habíamos hablado meses atrás, durante ese fin de semana lo acompañaríamos en sus primeras etapas.

Los integrantes de este viaje éramos, aparte del DocDavid y Julito de Móstoles, Antonio Triumph y el primo de David, Juan, que venía de Holanda a disfrutar de su veterano BMW GS (que le esperaba por nuestra zona) más el que esto escribe. Un buen pack de "figuras" que se prometía interesante, sobre todo también por la ruta elegida para esos casi tres días de marcha, comenzando viaje hacía Almería en esa primera etapa, durmiendo concretamente en la localidad de Vícar

Por supuesto, antes de llegar allí, y una vez pasada la aburrida zona manchega (salvo por el encuentro con mi querida Marián y Oscar, en Manzanares, ¡a ver qué día compartimos viaje!), disfrutamos de los tramos de Gádor, Calahorra y, por supuesto, de las curvas estupendas de Sierra Nevada, ¡un auténtico pasote! Fauna y flora nos dejaron casi sin habla, hasta se nos cruzó un zorrillo. Qué sinuoso tramo montañoso, un regalo para todos los sentidos, muy recomendable. Daban ganas de parar continuamente pero tampoco se trataba de hacer eso, estábamos disfrutando en marcha, devorando aquellos virajes y desniveles. Al final nos detuvimos casi todos en un mirador muy bonito, el del pueblo de Picena. Huelga decir que yo jamás había pasado por allí ni en cuatro ni en dos ruedas.


Al día siguiente acometimos el famoso Alto de Velefique (1820 ms) con bastante niebla según íbamos ascendiendo a trote tranquilo. Lo hicimos en compañía de mi amigo Aurelio (y su hermano), autóctonos de Almería, previamente avisados, claro, y después de un fenomenal desayuno comunitario con porras y churros. ¡Lástima que no vivamos más cerca!


Nos detuvimos en algunos parajes que me dejaron casi extasiado, incluyendo el observatorio de Calar Alto, una pasada de localización y un gran lugar para los amantes de la astronomía, por supuesto.


Y así continuamos todo el santo día, quemando "algo" de gasolina y masticando buenos paisajes, hasta llegar a la zona de Las Alpujarras, otra zona que me dejó muy satisfecho. Intentamos visitar el pueblo de las brujas (Soportújar) pero como coincidía con Halloween había tal follón de gente que nada más llegar, parar y mirar, nos dimos la vuelta, ¡insólito!

Ya el domingo tocó volver para casa mientras Juanjo iniciaba su viaje en solitario, una vuelta por media España que le llevaría a multitud de localidades durante unos cuantos días (qué envidia, amigo). De esa jornada final nos encantó el tramo desde Andújar hacia la comarca de Los Pedroches, por la localidad de Marmolejo, norte de la provincia de Córdoba, ¡vaya marcha metimos a los motores, sin comentarios! Comimos cerca del pueblo de mi suegra, Malagón, y doy fe que nadie pasó hambre. ¿Los moteros pasamos hambre alguna vez? me temo que no.


A la vuelta del periplo sureño, un domingo quedamos unos cuantos trastornaos para visitar Trillo y sus bonitas cascadas. Los tramos de La Alcarria forman otro rincón de nuestra geografía que gusta visitar de vez en cuando. Ese día decidimos viajar con la Fazer, junto a una buena tropa:  Javi y Mónica, Paloma y David, Julito, Joselito, Raquel (la hermana de Javi) y su chico... yo iba con Inma que, aunque en su día aguantó muchos kilómetros encima de la Fazer, los años no perdonan y ya prefiere motos más cómodas...¡como yo! La ida y la comida fueron, simplemente, espectaculares. El paisaje rural, entre numerosas hojas caídas también. 

La vuelta no fue tan agradable, me fie de mi compadre que decía sabía volver por la zona que habíamos hablado previamente (hacia Tielmes) y, detrás de él, percibí, pasado Valdeconcha, mientras anochecía por el llamado "Barranco Oscuro", que subíamos y bajábamos por la comarca sin mucho sentido. Gasolina quedaba en los depósitos de la Versys de David y en mi Yamaha pero ya andaba mosca. Justo cuando iba a increpar a Julito, que seguía liderando la marcha, el jinete de la Honda se detuvo súbitamente, en medio de la noche cerrada, ¡su CBR fallaba, no mantenía la tensión! 

Esos fallos le habían confundido, por decirlo de alguna manera, cuando reconoció que se había perdido. Habíamos parado en un cruce de esos solitarios donde no había vida inteligente (risas por favor) y solo los faros alumbraban una zona desangelada en mitad de la nada. Miramos la CBR, tenía pinta que era el regulador, quizá. Al empujón se la arranqué y le pedí que tirará a su bola, visto que llevábamos como 80 kilómetro de más y una hora extra de recorrido, ¡parecía que no volveríamos a casa nunca a ese paso! Por fin, mucho después, llegamos a la zona de Mejorada del Campo, flipando de las millas que habíamos consumido de sobra sin mucho sentido... Cosas que pasan, pero lo sentí por Paloma e Inma, nuestras sufridas pasajeras, ¡los demás llegaron bien, por otras rutas directos a sus casas! Vaya tela...


Para diciembre nos quedaba un "reto" que muchos años no cumplimos por un motivo u otro: volver a Arguis. Esta vez las ganas por reencontrarnos con el veterano Kiko de Barna, viejo colega de mi padre, y compañero de alguna Stella Alpina, me hizo replantearme la misión de llegar como fuera. Al final hasta nos colaron en su alojamiento por lo que no había excusa para no ir. También había ganas de volver a Arguis para ver a Gregg que acudía en compañía del bueno de Pablo

Para esta excursión rodaría con mi estimada Tiger y con mi querido compadre Julito; por fin volveríamos a viajar juntos. El vendría esta vez con la Aprilia Caponord (de hace unos añitos) que había adquirido recientemente, una moto rutera bella, rápida y algo pesada, una montura con mucha personalidad.


Quedé con el bueno de Kiko en un asador de Huesca donde habían reservado mesa, allí comeríamos junto a sus colegas. Llevábamos sin vernos... ¡desde 1989! Pero hay cosas que no cambian entre almas parecidas y gente de buen corazón: nos daba la sensación que solo habían pasado unos pocos años a lo más. Solo nuestros cuerpos vislumbraban el inexorable paso del tiempo. Los dos más mayores, yo sin pelo y más lastre a cuestas, él más mayor y veterano si cabe. 


Después de una super comida brutalmente exagerada en calidad y cantidad (juro que hacia años que no comíamos tan bien, combinando con tanta elegancia la exquisita cocina del lugar con una enorme cantidad de viandas y aperitivos), no sé cómo, los cinco o seis participantes (no recuerdo bien por culpa del buen Somontano paladeado), conseguimos subirnos en nuestras respectivas monturas, ya casi de noche, y llegar al hotelito de El Capricho, en Arguis, donde aparcamos y dejamos los bultos en las habitaciones comunitarias. Enseguida nos encontramos con nuestros admirados Gregg y Pablo; buenas horas de charla cayeron luego


Antes, la visita a la zona del fuego y acampada no fue excesivamente larga pero me encantó ver ese ambiente de "fuego de campamento" tan anacrónico, lleno de camaradería, parrillas al fuego, vinos, orujos y buen rollo entre los "vikingos" allí reunidos. Junto al pantano inmutable la mente siempre se escapa un poco al pasado y rememora noches gélidas que, yo creo, apenas existen ya por estos lares. Es curioso que la decana de nuestras concentraciones siga con buena salud sin apenas modificaciones. Es curioso y gratificante, por supuesto, pues espero que jamás se convierta en un circo mediático o festival musical como tantas otras que, al final, monetizaron nuestros viejos sentimientos en pos, claramente, de un famoseo y de unos beneficios mercantiles que, a algunos, nos producen rechazo visceral.

El pasado año terminó para nosotros con, además de lo contado, dos "clásicas" habituales. En Octubre celebramos la tercera edición de la Vuelta a los Puertos/Memorial Luis Fernández en homenaje a mi padre, con meta y comida en Zarzalejo, una bella jornada de puertos y amistad que culminó con esas horas en el comentado pueblo. 



Nos reunimos al final unos veinte amigos, incluyendo a PalomaLaura y mi Inma que acudieron en coche, lo mismo que mi estimado Juanki, mi mami y nuestra Racing Rosa que, sin moto disponible, no se quisieron perder este pequeño gran homenaje y acudieron enlatados. A todos los asistentes, ¡qué deciros!, que a los dos Luises nos encanta veros juntos, uno mirando desde el cielo y el otro desde el manillar de su moto, o desde su silla en el mesón. Qué dure mucho años esta oportunidad de compartir horas y de  recordar al viejo libertario LF...


Y para terminar el año, y este largo post, comentar brevemente que volvimos a reunirnos el 31 de diciembre en nuestra querida Cruz Verde para despedir el año y desearnos un gran nueva temporada. Esta vez, como siempre, corrió la sidra que algunos llevábamos y alguna otra bebida popular. Este año no hizo casi nada de frío y lo pasamos en grande a lo largo de la mañana. Todos deseábamos una 2025 lleno de felicidad, salud y gasolina... ¡amén, que así sea para todos!

Otoños motorizados...


Hay zonas de España que nos atraen especialmente. Son varias, sí, pero entre todas ellas hay algunas "top" y, como no podría ser de otra manera (al final somos animales de costumbres), cuando se puede, es fácil adivinar por donde terminaremos. Quizá haya un algoritmo que lo explique. Y me da la sensación que si alguien sigue este blog estará un poco harto de leerme algo parecido sobre los lugares a donde vamos de vez en cuando. Son cosas de la cabra, la que tira al monte siempre que puede...

Llevaba tiempo sin escribir un post, pero tenia ganas, el anterior contaba el viaje inaugural con mi Tiger 800, en el verano del 2023, hace mucho ya... Desde ese momento pasaron muchas cosas, escapadas, viajes, algunas reflexiones y diversos eventos que ya no tengo fuerzas para desglosar con más detalle por lo que, hoy, vamos a viajar solo hasta el otoño pasado... 

Pero antes, un breve resumen. En el lejano otoño del 2023, por ejemplo, volvimos a visitar en moto la zona de Las Hurdes. Fueron solo dos días pero muy intensos. Nos apuntamos tres caballeros maduritos: Juanjo, Joselito y yo mismo. Obviamente, penetramos a Extremadura por nuestro querido Gredos, parando en Venta del Obispo y luego comiendo en Béjar. El tiempo de ese octubre era otoñal en su más pura definición, ni frío ni calor, ni vientos ni borrascas, ni lluvias, pero sí un poco de todo eso, con bonitos colores salpicando montes, campos y montañas. Hasta el aire se respiraba mejor. También aprovechamos para visitar al día siguiente el museo de "la moto y el coche clásico" del pionero Juan Gil Moreno, en el pueblo de Hervás, el que yo visité en solitario años antes. Lo pasamos en grande registrándolo y más aún cuando subimos hacia el puerto de Honduras, un puerto para mi siempre diferente a los "habituales". Luego transitamos por el famoso y retorcido puerto de Tornavacas, frontera natural entre el valle del Jerte y Gredos, dirección ya hacia nuestros hogares.


Ese otoño fue muy agradable. También terminamos volviendo a nuestra querida cita de Colombres y su carrera en cuesta para motos clásicas. ¡Cuántas veces hemos vivido aquello! En la cita norteña una vez más disfrutamos de la magia de esas monturas con personalidad, de los viejos amigos y rivales, de una temperatura algo cálida pero agradable, de la comida y, sobre todo, del grupo que fuimos, InmaJuanjo, Paloma, David, Mónika, Tyto, David Motos y Tere... y de "bonus extra" pudimos pasar un buen rato con Kurtis Myriam, y contar con la presencia esa mañana de nuestra querida Carlota que venía de su tierra gallega, ¡ya era hora volver a vernos! Pudimos saludar al amigo Champi y a su chica, ¡por fin!, y de remate a Bebeto, que no nos veíamos desde un encuentro de Grillaos del TT, y hasta charlar con el gran Min Grau que era el piloto estrella invitado para el evento.  ¡Bonita jornada aquella!


Faltaría contaros el viaje a Irlanda del Norte que nos fabricamos en Mayo pasado con la excusa de ver la mítica NW200... algo realmente increíble, en todos los aspectos, lo dejaremos para un post dedicado.

Y ahora sí, viajamos un año en el futuro, al pasado otoño del 2024. Os hablaré del rally que disputamos en compañía de numerosos participantes. Hablo de la famosa Cantabria Rider, en su modalidad media, unos 300 kilómetros de recorrido, un metraje acorde con el hecho de que íbamos en esta ocasión con las chicas y no era cuestión de meterlas muchas millas el sábado del evento.


Algunos miembros de nuestra expedición salieron el jueves (por desgracia, con lluvia torrencial) pero tres de nosotros, por temas laborales, Joselito, Julio y yo, salimos ese viernes, un día antes del inicio del rally. Aparte de no pisar apenas las autovías, cerca de Reinosa, les tenía preparado el regalo que habíamos comentado días atrás: subir el precioso puerto de Palombera, uno de mis favoritos de la península. Aparte de saludar a las inevitables vacas, era obligatorio alucinar con las vistas y parar en lo más alto...


Y llegó el sábado señalado tiempo atrás en los calendarios. La salida ya, solo para empezar, fue una auténtica pasada. Madrugamos un montón pero merecía la pena. Nos dejaban recorrer y salir desde el precioso parque de Cabárceno, bajo nubes grises sospechosas. Recorrerlo a baja velocidad (sin estridencias, claro, para no molestar a los animales) poco después del amanecer fue una experiencia alucinante. Daban ganas de pararse para tomar fotos pero no era posible. Tardamos una media hora larga en transitar por sus caminos, asombrados por la naturaleza que nos rodeaba.


El rutometro del rally fue una pasada, comenzando por el tramo que desemboca en la carretera que llega a Cabezón de la Sal. Mira que he pasado trillones de veces por esos pueblos y no conocía ese recorrido previo, ¡fue brutal, curvas entre vergeles rodeando una estrecha lámina de asfalto! Una vez "recuperados" y totalmente despiertos, por fin, tuvimos que mirar los mapas y el GPS para orientarnos bien, no queríamos tocar la autovía como sí hicieron algunos otros amigos y conocidos (cosa que yo personalmente no entiendo).


El lindo rutometro nos llevó por maravillosos parajes, llegando incluso a las famosas cuevas del Soplao, mítico punto turístico. Antes de llegar allí ya nos comimos unos buenos platos de curvas y horizontes montañosos que daban ganan de enmarcar. Paramos en una gasolinera para repostar, el típico "por si acaso". Allí fueron llegando más participantes, algunos con motos tradicionales y modelos gloriosos. Me llamó la atención la preciosa KLE que llegó conducida por su gentil propietaria:


En nuestro grupo, Joselito iba con su mítica Enfield Himalayan, máquina que en recta no anda nada, pero por zona de virajes, en buenas manos, se comporta muy bien. Menuda marcha llevaba su dueño, delante de todos, marcando nuestro ritmo. Hasta algunas KTMs modernas tardaron en pasarnos, ¡cómo nos reíamos dentro del casco! Y qué decir de cómo disfrutaron David con sus Versys y Julio con su legendaria VFR del año 91, no era para menos, de verdad, ¡vaya atracón de curvas! Llegó un momento que algunos pensaron, ¡¿pero cuando terminarán?! De las chicas, qué decir, unas campeonas. Tanto Paloma como Laura y mi Inma se lo pasaron en grande desde sus puestos traseros. 

Afortunadamente, el sol salió un poco más y comenzó a brillar con ganas mientras llegábamos a tramos retorcidos cercanos a Piedrasluengas, etc, aunque empezamos a despreocuparnos del recorrido oficial, no nos obsesionaba sellar todos los controles (ya estamos muy mayores para esas cosas), nuestra prioridad era seguir conduciendo y disfrutando... con la idea de comer en Potes, ¡esa era la clave de la motivación, detenernos luego allí, dónde uno nunca queda defraudado! Entre devorar el bocadillo de la organización o sentarnos para degustar un buen cocido allí... no había color. Y, por supuesto, incluyendo su sidra, o sidras en plural, cómo manda nuestra "religión". Antes de comer en Potes hicimos una breve parada por la carretera CA-182 que desemboca en la que viene de Palombera hacia Cabezón. Descubrimos un local con una terraza inmensa y una piscina, ¡un lugar para recordar! Tomamos algo y continuamos hacia nuestro target, como contaba antes. Yo disfruté aquella mañana aunque noté en los descensos que iba ya muy justo de pastillas, como luego pude comprobar en el taller. 


La tarde también fue intensa aunque hubo un rato de "amodorramiento", lógico por otra parte. La vuelta fue por el famoso desfiladero de La Hermida, que seguía parcialmente en obras. Cayeron cuatro gotas y había algunos semáforos de obra pero se intentó disfrutar también. Sobraban coches, eso sí, como siempre... Terminamos en la localidad de Lamadrid, en casa de Tyto, horas más tarde, para cambiarnos y acercarnos a la cena y entrega de premios que se celebraba en Santander. Fuimos afortunados en el grupo pues varios regalos del sorteo cayeron en nuestras manos. Luego, más tarde, dormiríamos en el hotel Los Angeles, conocido por muchos, donde nos alojábamos varios participantes, todos, me atrevería a decir, satisfechos de los kilómetros disfrutados. 


La mañana del domingo se levantó también interesante, ¡volveríamos a la meseta por el Escudo con paradita programada en el bar de Sotopalacios!, ya sabéis, para revisar las morcillas de Burgos, todo un clásico. El puerto del Escudo fue, como casi siempre, salvo en crudos inviernos, muy placentero. La paradita era inevitable:


Y así concluimos aquel weekend fascinante de tres días para algunos, y cuatro para otros. Mi Tiger se comportó de maravilla, pronto la cambiaria pastillas y algunas cosillas más. El intenso otoño acababa de empezar pero no teníamos ni idea, ni yo ni la Triumph, de las movidas que viviríamos en breve..., pero eso ya será otra historia.

Un año con una tigresa... ¡inglesa! (y el viaje a los Alpes que no fue).


Parece mentira pero la de cosas y motos (términos antagónicos, por cierto) que pueden cruzarse en tu vida sin verlas venir... o trabajando para que suceda, eso también. La pequeña historia de hoy quizá mezcle ambas tipologías. El caso es que durante estos días de junio (aunque me leas a partir de julio) cumplimos, cierta moto británica y el menda, un año de fraterna unión... no exenta de detalles, alegrías, chascos y redescubrimientos personales (suena melodramático pero no lo es).

No era ningún secreto entre mis amigos que buscaba, hace tiempo, volver a tener una moto para viajar holgadamente (con la XSR y su "depósito" es insufrible por el tema de los repostajes) y, sobre todo, con mi Inma, ahora que los nenes son mayores y no requieren tanta "monitorización". La Fazer, mi exmoto, la última de mi padre, sigue en perfecto estado pero con la idea de conservarla Forever no pensé en recuperarla para uso, digamos, más habitual, aunque durante estos últimos años la hemos sacado a pasear, a solas o a dúo, varias veces. Digamos que buscaba una nueva moto, de segunda mano, fiable y "razonable" para los dos objetivos que mencionaba antes.

No exagero, siempre me gustó la Tiger. Polivalente, suficientemente potente para viajar con decencia, bonita, manejable y bastante fiable (aunque tiene un talón de Aquiles, el regulador). Encima todo ello con una personalidad británica que me encanta. Recuerdo cómo "me presentaron" este modelo face to face. Ya la había visto docena de veces, al poco de salir al mercado, pero un par de años más tarde, quizá, en el taller de Neumáticos Richards (dónde Mario, no el de Ricardo que tiene el suyo en la calle Cartagena) me la encontré a corta distancia sin proponérmelo. El mecánico arrancó una moto justo a mis espaldas. El silbido me encantó. Antes de girar la cabeza pensé que se trataba de una pequeña deportiva, alguna R de 600 quizá. Cuál fue mi sorpresa cuando me encontré, negra, una Tiger de las primeras. ¡Ostras, qué sonido maravilloso! Ya ese "toque" me hizo mirarla con más cariño desde entonces...

Y sucedió que durante la primavera del año pasado fui haciendo "filtro" y entre las finalistas quedó una Tiger 800 del 2016 en buen estado, aunque con casi 70.000... a un precio muy razonable. Fuimos a verla y tras la inspección de turno me pareció que valía el número que pedían. 

Pronto llegó a casa y tenía claro que lo primero seria cambiarla las ruedas mixtas que llevaba, ya bastante gastadas. La primera vez que monté con ella por mi viejo barrio, el ahora PAU de Carabanchel Alto, empezó a llover y pensé... "claro, como es una moto inglesa, ¡toca agua!" Apenas estuve veinte minutos a paso de caracol y solo me alarmó que el freno delantero estaba muy destensado, por lo demás me sorprendió lo ágil que era, ¡bien!, la buena posición para conducirla y el tacto de su motor. Y su sonido, claro...

Ya en las primeras salidas serias (por la zona de siempre, "mi" Sierra Oeste de Madrid), después de cambiarle aceite y filtro (no me fiaba aunque me la habían entregado "bien"), nos fuimos conociendo un poco más y cuando por fin conseguí ponerla en modo Rider comprobé que el motor no es un cohete precisamente pero tampoco un caracol, muy lógica y apta para casi todos los públicos. Me empecé a enamorar en secreto de su posición de conducción, cómoda pero nada burguesa, es decir, con las piernas y los brazos haciendo un triángulo que yo llamo "Sport Turing", con las estriberas, afortunadamente, nada adelantadas, ¡menos mal! Su agilidad me dibujaba una sonrisa en la cara... sus frenos, no, sus frenos van justos y eso que cambié pastillas, líquido y la moto ya venía con latiguillos metálicos. La Tigresa se detiene pero tengo que usar tres dedos en lugar de uno o dos como en mi XSR, por dar una referencia... y no puedes entrar colado en una curva porque no hay más freno que el que imaginas. Cambio y embrague me chiflan, suaves y precisos, ¡biennn!

Estábamos a mediados de junio, con esta moto en mi garaje, conociéndonos y yo con la mente cruzándola un viejo pensamiento clásico que predicaba y practicaba mi padre: ¡un viaje guapo para conocer bien tu nueva moto! Venga, a la Stella Alpina, vieja cuestión de honor que todavía debía afrontar y cumplir. Quería dejar allí, en lo alto de la montaña una foto donde salíamos mi padre y yo en 1987, en nuestra primera participación, con nuestra Guzzi 850. Esa foto está dentro de un metacrilato rectangular y ancho, imagino que durará varias décadas, ojala pueda medio enterrarlo algún día entre la nieve del Colle del Sommeiller... (3009 metros).

A raíz de estos pensamientos tan previsibles, preparé un poco el viaje, lo justo que pude y antes del segundo fin de semana de julio puse rumbo a la Junquera & Perpignan yo solo. La sensación era extraña aquel jueves: cuando pasé por el desierto de los Monegros no hacia calor, luego me interné por la zona de Manresa, Vic dónde me perdí durante más de media hora, por unas carreteras estupendas que me drogaron... Luego entendí en parte lo que me pasaba. Me era raro volver a la Stella Alpina yo solo, sí, debía ser eso.

Sin más historias llegué perfectamente a la Junquera y luego, ya en Francia, al Ibis que había reservado a las afueras de Perpignan. Quizá al día siguiente, cuando me juntaría con Pablo de los Tortugas, el viaje se haría más ameno (¡menuda sorpresa aquella novedad!) y mucho más divertido podría llegar a ser cuando, el sábado, pasáramos a ser tres o cuatro los integrantes de la "expedición", contando con Angel de Intefolio y Fernando, un amigo suyo. 

Pero nada de eso sucedió porque cuando ese viernes me propuse poner rumbo a la zona de Montpellier y luego tomar rumbo a Briancón, en fin, la ruta típica que hacíamos hacia Bardonecchia, una llamada urgente y familiar me hizo replantearme todo el viaje. No seguiría en paz si no volvía a Madrid. Putada sí, inevitable además. Y en menos de media hora, tomé la decisión de volver a casa. Avisé a los dos amigos, Pablo y Angel, que esta vez no nos veríamos, ni a ellos ni a Teresa, cachis... pensé entonces que conseguiría llegar a los Alpes en moto en el 2024, o sea, ahora, en estas fechas que llegan... pero tampoco será así y, encima, hay problemas de organización y permisos para celebrar la Stella, ¡inaudito! No sé qué pasará finalmente pero cuando escribo esto la reunión está cancelada. ¿Cuándo hizo falta permisos especiales o una organización real para celebrarla? ¡Nunca! Ya nos enteraremos cómo termina esta historia pero pinta feo...

Y volemos a aquel viernes temprano. Como tenia muchas horas de margen, decidí alterar la ruta y volver por zona "cátara" (Languedoc) en lugar de volver a casa por la ruta más rápida. Ya había tenía suficiente autovía el día anterior llegando y pasando la frontera. En esas circunstancias la Tiger se muestra una gran moto. Su cúpula es efectiva y puedes mantener cruceros estables de 140/150 perfectamente. Tampoco es una gran bebedora y se muestra, además, como una moto estable y noble, vamos, que da gusto viajar así de cómodo y tranquilo. Antes de nada pasé por Perpignan, para darme un paseo con la moto por sus calles. Había madrugado tanto que pude desayunar en un bar, junto al río, disfrutando de mi habitual ataraxia y de un frescor agradable. No le di más vueltas al tema y me regalé una hora de "turismo" acercándome hasta el parque natural regional de Narbonnaise en el Mediterráneo. Pasada la hora larga, después de adentrarme en dos o tres pueblos algo misteriosos, tranquilos y con casi nadie en las calles, enfilé hacia el sur y luego hacia el oeste para enlazar con la bonita D117, camino a Quillan, otra localidad bien conocida del imaginario cátaro y templario. 


La temperatura era perfecta, el escaso tráfico, también. Estaba empezando a disfrutar de verdad del inesperado rutometro de vuelta a casa, descubriendo o redescubriendo tramos espectaculares como este que os enseño a continuación. Con ese ánimo paré algo más tarde en un supermercado con gasolinera, lo típico. Después de dar de beber a la fiel montura fui tan listo de tomarme medio litro de zumo natural. Yo, que en aquel entonces, pensaba que nunca sería diabético. Llamé a mi madre y la tranquilicé, yo estaba bien, y en día y media estaría por casa. Ya era media mañana y tenía un poco de hambre. Repostamos y enseguida me subí con ganas a la británica, avanzando con ritmo, disfrutando de los paisajes y agradecido del tráfico ligero que me encontraba. 

Me relajé extraordinariamente, había que disfrutar todo lo posible del improvisado viaje que estaba construyendo. Cierto que mi plan original se había evaporado pero tenía un día y medio antes de llegar a casa. Viajar solo tiene sus ventajas, obviamente, una es que casi siempre haces lo que te apetece, no siempre, pero muchas veces. Pero también sucede, en ocasiones, que echas de menos compañía, contar con alguien cercano compartiendo la carretera y las vivencias que puedan surgir. De hecho, para este viaje, meses atrás, había surgido la posibilidad de contar con buena compañía. No pudo ser, o algo parecido, nunca quedó claro, pero yo sí tenía claro que lo haría solo o acompañado.

A pesar del límite de tiempo con el que contaba, me sentía libre para detenerme, visitar o cruzar los tramos que fuera eligiendo en live, ya me preocuparía más tarde por buscar dónde dormir. Gracias a mi mapa Michelin era muy dificil perderse, como os imaginaréis, y más por mi zona favorita de Pirineos y zonas más al norte aledañas. Y estaba claro que lugares "clave" pasaría a visitar aunque fuera solo durante unos minutos. Enseguida llegué al misterioso pueblo de Rennes le Chateau, ahora más turístico que hace décadas, por desgracia. Aunque llevan años restringiendo la entrada de vehículos privados, como no había nadie vigilando, pude ingresar un poco en sus calles, a bajas revoluciones, y admirar las ubicaciones típicas del pueblo... aunque no entré en la famosa iglesia, ese emplazamiento tan decididamente extraño y evocador que visitamos en el pasado varias veces. Si os pica la curiosidad es muy fácil informarse en internet de la historia de esta pequeña localidad y las misteriosas obras emprendidas por el cura que tuvieron a principios del siglo pasado, Bérenguer Sauniére

Ya saliendo de vuelta, tuve que parar unos minutos de nuevo para regar el campo un poco, eligiendo para ello esta curva del camino donde una pancarta anunciaba un festival de cine para las fechas de agosto señaladas. Caminé una docena de metros detrás de esa vegetación y pude hacer alguna foto chula de la famosa Torre Magdalena, torre que forma parte del increíble edificio que mandó construir el párroco en sus días de misterio, posibles y extrañas decisiones que, por pura lógica, no podría llevar acabo ningún cura de pueblo normal y corriente

A eso de las dos de la tarde volví a detenerme en el pueblo de Quillan, para comer en una terraza junto al río Aude, con un clima estupendo y una tranquilidad contagiosa. Devoré una estupenda ensalada y una cerveza más que decente. Quillan es una localidad digna de visitar por su castillo, sus calles y su naturaleza. Además, está cerca de la famosa ciudad medieval de Carcassonne y un montón de emplazamientos cátaros, principalmente castillos y fortalezas. A quién le apasione esta parte de la historia toda la comarca del Aude, todo el Languedoc, es de visita obligatoria. 


Sin prisas, después del café, a falta de echarme la siesta, me volví a poner el casco para intentar visitar el viejo castillo de Puivert, cuya historia es de mis favoritas. Subí por la notable pendiente que asciende hasta el en completa soledad, tanta, que parecía todavía más antiguo y terrible. Desde luego ya no quedan trovadores por aquí. Me imaginé cómo sería estar allí por la noche... Apenas estuve media hora detenido, mientras el sol calentaba un poco más, pensando ya en acercarme a Montsegur, por supuesto.


La rutilla hasta Montsegur fue muy agradable. No recuerdo cuánto pude tardar pero estamos hablando de distancias cortas entre castillos y pueblos. Siempre me emociono un poco al llegar a esta vieja fortaleza cátara, a su campo de mártires, a su dramática historia final, y más ahora, porque desde hace casi dos años es el lugar donde reposan las cenizas de mi padre (en la cima, junto al castillo):

Me detuve una media hora y algunos recuerdos golpearon la memoria. La última vez que estuve aquí fue junto a mi hija Laura, el día que subimos a lo alto con las cenizas del máster. Eso había sido en octubre del 2022, ahora estábamos en julio del año siguiente, ni un año había trascurrido. Con esa sensación agridulce y el corazón un poco tocado me volví a poner el casco para seguir navegando a ritmo tranquilo por aquellos parajes, ya tenía claro donde buscaría alojamiento, un conocido hotelito que nos encanta a toda la familia, en la localidad de Bélesta, retrocediendo algunos kilómetros. Como siempre, su dueño me trató de maravilla y pudimos hablar en español, aunque ya lo habla peor que su idioma de adopción. Pasé la noche tranquilo, después de un buen paseo por sus calles desiertas.

Llegó el sábado y nos internamos en Pirineos, camino, como no, de Aix Les Thermes y Andorra, no sin antes pararme un ratito en un viejo conocido, Chioula:


Las curvas de esos tramos son adictivas y, aunque me pasaron al final dos GSs, disfruté de lo lindo. Solo echaba en falta mejores frenos en la Tiger, por lo demás, moto más que aceptable. Al llegar a Aix paré en su zona más turística, claro, junto al viejo hospital, y metí los pies en su famosas aguas termales, como hemos hecho desde hace varias décadas. La temperatura ya no era la del día anterior, empezaba a hacer calor del bueno, o del malo, según se miré. Había que beber agua, o lo que fuera...


Cuando luego llegué a Andorra (después de disfrutar del mítico puerto de Envalira2408 m) el calor empezaba a ser asfixiante y "me tuve" que parar cuando vi un sarao motero con auténticas joyas plantadas a ambos lados de la calle central del principado. Tenía curiosidad y empecé a disfrutar de auténticas bellezas; casi olvido el calor...





Todavía me quedaban un par de horas largas para comer en algún lugar y decidí bajar al centro peninsular comenzando por un tramo mítico de mis amigos catalanes, el que pasa desde Adrall a Sort (el pueblo de la lotería), es decir, conquistando el mítico puerto del Cantó (1721 m.), al que solo conocía de una vez... y en coche. Así que en lugar de poner rumbo a Lérida directamente y seguir hasta casa, me desvié en Adrall y empecé a devorar curvas. En muchas ocasiones, curvas lentas y tramos muy retorcidos, donde eché de menos, sí, unos frenos más potentes, porque si me pasaba con la aceleración, y con el peso que llevaba encima, me faltaban escapatorias, ja, ja...


De repente encontré un mirador (Creu de Guils) y una jauría de motos trails, caras y preciosas, estacionadas. Ducatis, KTMs... woooww, yo parecía el pobre de la comarca. Lo parecía y lo era pero no pasó nada, intercambiamos algunas palabras aunque todos eran guiris. Durante unos minutos disfruté de las vistas. Pensé que comería en Sort, por qué no, quizá tuviera la suerte de mi lado (más allí por sus premios de lotería). 


Efectivamente, con un calor demoledor, comí en Sort, en una terraza, melón con jamón, espectacular. Bebi todo lo que pude y, con muy poquitas ganas, afronté la idea de bajar ya hacia la autovía de Zaragoza por la nacional N-260, dirección Tremp y luego Balaguer, bastante entretenida aunque nada que ver con lo que había dejado atrás. Aquellas horas fueron un suplicio de calor. Cuando paré en una pequeña gasolinera conocida me volví a empapar el pañuelo rojo que llevaba al cuello. Por cierto, ¡ese día lucía la bonita camiseta de mis amigos Tortugas y su 40 aniversario! Duró poco el fresquito, pero fueron unos minutos más agradables. Ya por la tarde empecé a divertirme un poco cuando pasé Zaragoza. En esos tramos tan bien conocidos de autovía solo los límites de velocidad son obstáculos a nuestras ganas. Debo decir que la Tiger se comporta de maravilla a alta velocidad, en curvones rápidos especialmente. Es una moto estable que solo la notarás ligera de delante a ciertos ritmos ilegales, sobre todo si llevas peso atrás, obviamente. No era plan de pasar de 140, y menos con aquellas neumáticos mixtos a medio uso...  pero incumplí esta idea.


Esperaba terminar la jornada y el viaje sin ninguna otra anécdota digna de mención pero me equivocaba. Después de disfrutar por los tramos de Calatayud, Arcos de Jalón, etc, donde -confieso- no cuide demasiado la mecánica y, quizá, fui más alegre que en cualquier otro momento del viaje, justo al llegar a la zona de Medinaceli noté unas perturbaciones ligeras y extrañas en la rueda trasera. Bajé a 120 y pareció que desaparecían. Luego volvieron a producirse, y pensé en un pinchazo. Baje a 50 y busqué donde detenerme en el arcén con un mínimo de seguridad. En la bajada que precede a la salida a la autovía, desde el pueblo, paré. Puse la moto en el caballete, alucinando un poco, pero bendiciendo que cualquier problema sucediera allí y no a miles de kilómetros de casa. Inspeccioné la rueda y no encontré ninguna perdida, ningún clavo, nada raro... Espero un rato y el neumático no pierde presión. Lo muevo y todo parece correcto. 

Miré la cadena y por la zona del piñón de salida, nada parecía incorrecto. Pero cuando me dio por mover la rueda hacia los lados noté que se "tambaleaba" un poco. Probé a rodar unos metros y volvió a reproducirse los mismos síntomas. Estaba claro, algo pasaba con los rodamientos. Al final no tuve más remedio que llamar a la grúa, salvador que vino enseguida y cuya base estaba en el mismo pueblo de Medinaceli. Allí dejé parte del equipaje y un taxi me llevo, ya de noche, a casa. Aun así, no me arrepiento de la escapada aunque el resultado final fuera agridulce: no llegué a Bardonecchia... pero pudimos darle un poco la vuelta a la situación y volver a tierra cátara. Llegar a la Stella y los Alpes es ahora cuestión de estado para mí, toca hacerlo sí o sí.


EpílogoSemanas después me cambiaron los rodamientos de ambas ruedas; mmmmm..., ¿su último dueño la metió mucho por agua?, ¿apretaron demasiado en el taller?, no lo sé, pero sí que ya nos íbamos conociendo la Tigresa y yo, ella pedía mimos, y desde entonces no le han faltado. Impresionante moto, no es un cohete, ni tiene mucha electrónica (¡bien!), ni va a la última pero para viajar tranquilo, todo un acierto como moto "razonable", barata y fiable. Seguiremos interactuando... y seguiremos rodando con ella cuánto quiera la británica o su nuevo jinete. God saves Tiger!


GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...