MARZO 2007 - Riaño "beach" y la vida del guerrero



Mira que está manida la frase aquella de "la realidad siempre supera a a la ficción" pero, con los años, veo que no por ser un tópico deja de ser una afirmación acertada, ideal para ilustrar en pocas palabras lo que nos vamos encontrando por el camino en ocasiones. Claro que para ello, como dijo el poeta, hay que dar un primer paso, andar, o, en nuestro caso, para ser más exactos, rodar.

Hoy voy a contar una pequeña anécdota que nos pasó hace algún tiempo camino de una concentración en Arriondas (Asturias). El viaje, chulo y entretenido ya en papel, se convirtió, con el paso de las horas, en una auténtica pequeña aventura, que, para variar, nos sacó del habitual "tedio" de los viajes ruteros (ya de por si, casi siempre, muy entretenidos).

Erase una vez dos motos, una pequeña GPZ y una Fazer, que salen de Madrid camino de Arriondas para participar en una reunión que celebran allí. Finales de marzo y la televisión habla de mal tiempo por el norte. Bueno, ya son muchas granizadas, lluvias y hasta truenos a las espaldas, es normal que si juntamos “invierno” y “norte” pasen estas cosas. Nos conformamos sabiendo que llevamos el traje de agua a mano. Traje, traje, motero y bonito, no esos trajes de capitán “Pescanova” que llevaba de joven (joder, ¡vaya modelitos íbamos luciendo por la vida, ja,ja!, todavía tengo fotos por ahí con mi pantalón y botas de la mili junto a mi chupa de cuero, de "muete").

Pues nada, salimos con un sol impresionante, dirección León. Algo antes, en Mansillas de las Mulas (tela con el nombre), nos desviamos para recoger otro integrante del viaje, autor de unas fotos fenomenales que nadie imaginaba fueran a tomarse. Proseguimos la ruta sin más distracción que el fuerte viento y el tráfico. Empezamos a llegar a Riaño, esa zona montañosa tan impresionante y, según avanzamos, la temperatura va descendiendo y el cielo se vuelve a cada kilómetro más gris y sucio. Está claro que va a llover o nevar. Algo "gordo" va a pasar. De repente las primeras gotas, aunque no es agua exactamente, parece nieve o granizo. De repente empieza a nevar “a saco”, bajamos notablemente la velocidad mientras el pavimento se empieza a humedecer en serio. Bien, habrá que parar a ponerse los trajes, pienso sin muchas ganas. Nos vestimos todavía más de “romanos” y arrancamos mirando las nubes. Aquel cielo no puede traer buenas noticias, la cosa acaba de empezar. Pronto el viento azota más fuerte y los copos de nieve ya son "tochos". Volvemos a bajar la velocidad de “crucero” a casi 30/40 km/h, las viseras empiezan a empañarse ya en serio, ni un solo coche alrededor y un horizonte gris como mi traje de los domingos.

Cerca del puente que hay antes de Riaño, encuentro un túnel, pequeño alivio. Limpio la visera porque no empiezo a ver gran cosa. Justo en ese momento me rebasa un automóvil con las luces puestas. No pierdo oportunidad y arranco para seguirle. Vano intento. En quinientos metros ya le he perdido. Al llegar a Riaño la cosa ya se pone seria. Aparte de la “peazo” nevada que está cayendo la niebla empieza a actuar a su antojo. Levanto la visera para poder ver pero el aire me destroza los ojos. La cierro y descanso pero dejo de ver. Ese va a ser ya el problema número uno, la falta de visibilidad.

Mientras tanto, mi padre sigue su periplo a su “bola”, posiblemente a 60/70 km/h, después de dos o tres curvas, empiezo a perderle. La niebla se hace más densa y voy prácticamente a cero por hora empezando a preguntarme cuanto aguantaremos en pie. El asfalto ya está completamente blanco pero la capa es fina y la moto casi ni se mueve. Ese no es el problema. ¡El problema es que no veo un carajo! Llevo la moto con una mano casi todo el rato para, con la otra, poder levantarme la visera. El caso es que no puedo mirar de frente más de unos segundos, el aire sopla fuerte y destroza los ojos. Así que tengo que mirar hacia abajo, una cosa extrañísima, vamos, que veo la rueda delantera y apenas tres o cuatro metros por delante, no exagero. Si miro de frente me acribilla el viento y lo que escupen las putas nubes. Mientras, mi pasajero comenta lo “entretenido” que está siendo este viaje... ¡madre mía, qué adjetivo más plausible! Empiezo a sacar los pies en algunas curvas, ya no veo casi nada, le digo que voy a parar. La GPZ desapareció en el “vacío”, su luz roja trasera dejó de verse hace toda una eternidad.

En una curva a derechas decido parar, no tiene sentido jugársela a lo tonto. Se que cualquier caída sería muy leve pero no quiero imaginar qué podría pasar si nos cruzamos con otro vehículo mientras "esquiamos". Empiezo a frenar y meto punto muerto, la moto está casi detenida en la cuneta derecha cuando saco el pie del estribo y lo apoyo en el ¿asfalto? Mal hecho, la caída se prolonga unos largos segundos. Es como a cámara lenta, lenta sí pero segura, no hay AC. Farias que salve la "derrapada". Aunque suene algo bravucón debo reconocer, porque es cierto, que me dio tiempo a tomármelo con calma: aviso oralmente que nos vamos a caer en segundos mientras, con la mano izquierda (la derecha seguía rozando la maneta del freno), intento pulsar el cortacorrientes, ya sabéis, el botón rojo. Plaff, caemos en silencio como los bolos de la bolera. A mis espaldas ¡se ríen!, y no es una pose, sé que es un sentir genuino; yo sigo flipando tranquilamente. Al final hasta sonrío, total, por fin ha terminado esta pequeña pesadilla matinal. Luego recuerdo que cuando era más joven (ummm, que poco me gusta decir eso, parece que uno ya ha vivido muchas cosas) no le hubiera dado tanta importancia. ¡Será la edad! Una vez repuestos, hacemos fotos. El abuelo debe estar casi en el puto puerto del Pontón, no quiero imaginarme cómo deben estar allí las cosas.


El destino es caprichoso, y como decía antes, la realidad suele superar a cualquier ficción imaginada. No pasan ni diez minutos cuando escuchamos a nuestras espaldas un vehículo. Miramos y vemos una furgoneta grande blanca. El buen hombre para enseguida al vernos. Se baja para preguntarnos cómo estamos. Le contamos que vamos a Arriondas. Casi se ríe pero nos desaconseja proseguir, sabe que más adelante será difícil incluso para él, no por la nieve sino por la espesa niebla. Le pedimos que, por favor, si ve un motorista mayor con una moto pequeña negra le avise de que estamos bien pero más atrás, esperando, que de la vuelta. Sopesamos la idea de subir la moto a su furgoneta pero no tiene sentido. Si el puerto va a estar mil veces peor solo tendríamos una vuelta aún más larga. Nos despedimos y volvemos a esperar.
Pasa casi media hora y, después de hacer algunas fotos, por fin oímos el característico sonido de la vieja Kawa. Ahí viene el “cromagno” de mi padre, qué tío, vivo y “coleando”, casi impoluto (si no fuera por la nieve acumulada en sus brazos, cúpula y piernas). Se detiene como cuando paras en la plaza de un pueblo, ante varios autóctonos, para preguntar una dirección. Se levanta la visera y dice que se dio la vuelta porque no veía nada y no nos veía cerca. Además, iba una furgoneta pitándole y dándole las largas e imaginaba que era por nosotros. Que el conductor le soltó el mismo discurso que el que nos regalo minutos antes: imposible continuar y menos sobre dos ruedas. Le pregunto como iba él en la moto. “Bueno, solo se ha movido de atrás un par de veces, iba despacio y creo que podía continuar pero al ver la furgoneta...” Me lo creo porque le conozco. Nunca sabremos –afortunadamente- que hubiera pasado de continuar hacia delante. El caso es que, con buen criterio, decidimos volver a Riaño y reponer energías. Es casi la hora de comer y necesitamos secarnos y volver a planear el fin de semana. Está claro que a Arriondas no llegaríamos. Tal vez si hubiéramos subido por León y Oviedo hubiera sido distinto pero habíamos elegido esta ruta deliberadamente para disfrutar de sus carreteras. Y ya creo que lo disfrutamos pero de una manera “diferente” a la prevista, ja,ja.


Mereció la pena por lo que yo llamo, cuando me pongo algo melodramático o épico, “la vida del guerrero”. Acababamos de disfrutar de una hora larga de "lucha". Cuanta gente estaría a esas horas viendo la tele, calentitos, "a salvo". Pero no cambiaria aquel día por ninguna jornada en un hotel de cinco estrellas. Hay momentos que son irrepetibles. Hoteles hay muchos y fiestas alegres también. Carpe diem. Siempre recordaré momentos chulos como este y "guerreros" como aquellos tres ¿valientes? que hicieron que aquel sábado fuera tan especial. Fue un día perfecto para nosotros, no necesitamos lujos, fama, comodidades o demasiado dinero para ser felices, viajar en moto siempre será una gozada (¡eso espero!). El destino del viaje, como veis, era lo de menos, casi siempre es solo la excusa.


Pero quién se lo iba a imaginar... aquella anécdota matinal era lo mejor del viaje pero las aventurillas no había concluido. A esas horas no teniamos ni idea que, poco después, estariamos recorriendo los bellos parajes de la zona y visitando los preciosos pueblos de Boñar y, sobre todo, La Vecilla. Y, de nuevo amigos, quién se iba a imaginar que, visto los problemas con los carburadores que adoleció al día siguiente la GPZ, terminaríamos la noche del 1 de abril en León, entre nazarenos, beatonas y policía (vamos, mis "ídolos"). Aquella noche -imprevista- terminariamos saliendo con unos amigos a tomar unas copas. Casi todos iban disfrazados de nazareno (venian de las procesiones), pero mi caso fue peor ya que no llevaba ropa "normal" y me toco lidiar aquella velada vestido de cordura, con mis botas Alpinestars bien puestas, entrando y saliendo de varios pubs y bares, aunque debo reconocer que con el follón que había en la ciudad solo era un "friki" más del paisaje urbano.
Lo dicho, aquel conjunto de anécdotas me demostraron, una vez más, que sí, que la realidad suele superar nuestra imaginación, si me permitís la exclamación, ¡afortunadamente!

En un lugar de la... marcha (o "por amor al deporte")


Después de tantos años, mi vecino Santi, buen amigo y gran motero, me anima para meterme en un circuito (de velocidad) y pasar un día de lujo junto a él y su panda, destripando lo destripable y, de paso, aprendiendo lo que se pueda. La fecha, el día de San Isidro, lugar, el bonito circuito de Albacete, allá en La Mancha, la tierra de mi madre.

Como era de esperar, ninguna de mis células se resistió a tan suculento caramelo y, sin importar condicionantes y menudencias varias (del estilo de ir y volver en marcha, madrugar un huevo, "romper la hucha", etc) lo tuve claro desde el primer momento. Se activó el “modo Don Quijote" (idealista) y la llamada de la selva se hizo patente enseguida, por decirlo de alguna manera. Poco iba a influir lo que el bueno de "Sancho” pudiera decirme y, mucho menos, los “molinos de viento” que pudiera encontrarme en mi cabalgada (básicamente, me horrorizaba destrozar mi Fazer en alguna caída, al fin y al cabo, es la moto que tengo para todo).

Preguntaréis que tiene de especial este hecho, algo tan habitual entre aficionados de todas las edades y ubicaciones. Pues sí, tenéis toda la razón, de especial nada, nada, lo que sí me hace escribir esto fue la reflexión que, sin querer, fue anidando en mi cabeza al acabar la jornada y durante algunos días después. Eso antes no pasaba, corrías o rodabas, y no había más melón que cortar. Esta vez, fue distinto: cuando la adrenalina desapareció las cosas aparecían claras en mi mente, sin dramatismos ni trivialidades, simplemente quedó claro por qué cuando era un chavalín adoraba –todavía más- salir en moto y competir. Por supuesto, no llegamos a nada, ni suficiente talento ni suficiente pasta en casa. Ahora nos conformamos con no perder el instinto, con no pensar mucho encima de la moto, seguir conservando ese amigo invisible, el instinto sabio que nos guía curva tras curva. Como siempre he dicho, estos caprichitos de “jugar a las carreras” son de lo más aconsejables para comprobar si uno sigue vivo, si sigue acompañado de ese amigo invisible tan querido, ese "instinto asesino” que antes decía (o " mirada del tigre", ¿no?, al estilo Rocky o Jorge Lorenzo, ¡¡¡salvando las distancias, claro!!!).

Digan lo que digan es mucho más probable que te compres “alguna parcela” en una rodada en circuito que por la calle, claro que, obviamente, las consecuencias físicas nada tienen que ver. Para empezar vas con ganas de darle al mango, no tienes que preocuparte del tráfico (¡salvo excepciones!), ni de los muros, ni de los malditos "¿guarda-qué?", ni de los putos radares, ni de los coches... Así que vas algo pila (como diría Angel Nieto), quieras o no, por mucha “calma” que luego digas vas a tener. “Solo voy a divertirme” decimos a veces pero, claro, para conseguirlo tenemos que apretar un poco más de lo habitual. Ahí está la gracia.

Bueno, pues os contaré (en plan resumen) mis reflexiones sobre aquella jornada pero, primero, tengo que contaros los antecedentes, lo que viví en aquellas horas de marcha desmedida con la esperanza de no aburriros demasiado (¡también lo escribo para que no se me olvide nada a mi!).

Salimos de casa, junto a los vecinos (que iban en coche y con carrito) a eso de las cinco de la madrugada. Yo llevaba puesto el mono y encima la chupa de cordura. Cogimos la pista de peaje, dirección Albacete. Era de noche, obviamente, y un frío de flipar. Mi padre también se apuntó a la “excursión manchega” para tomarnos tiempos y disfrutar del evento. Iba en el coche contando batallitas así que, ni Santi ni su hermano Paco, tuvieron oportunidad de dormirse, ja,ja. El día anterior había cambiado las dos ruedas, así que fui “rodándolas” e inclinándome hacia los lados para que fueran perdiendo el brillo. Supongo que alguno de la caseta del peaje pensaría que a dónde coño podría ir un motero a esas horas. El caso que el aburrido trayecto se consumó y, cerca de Roda, paramos a desayunar y unirnos al resto de la panda de mi vecino, todos muy majetes.

At last, llegamos al circuito y al “paddock”. Enseguida veo que soy de los pocos, pocos, que ha llegado rodando. Como cuando era un crío, veo que soy el pobre de la “parrilla”. Solo hay coches con carritos. Me importa un huevo ese matiz pero me doy cuenta enseguida. Me quito el casco y miro alrededor. ¿Motos?, os podéis imaginar, casi todas son unos pepinos de infarto. Muy bonitas la mayoría. Incluso veo alguna Ducati de ensueño (la de la foto por ejemplo). Tela, hay que tener valor, a mi juicio, para acudir a un circuito con pedazo “diosa”. Todo el mundo te va a analizar dentro de la pista, ¡más vale que estés a la altura!

Enseguida me pongo en “tensión”. No es tensión en el sentido exacto del termino, ni mucho menos miedo, ni locura, estoy “alerta”, sé que voy a disfrutar, seguramente aprenderé algo pero no tengo claro que me voy a encontrar. Toda mi cabeza anda enfocada en el mismo objetivo: rodar bien y divertirme. Solo me preocupan dos cosas, conocer rápido el circuito y tener suerte para no encontrarme con ningún “Simoncelli” en pista. Luego me acuerdo de la oportunidad de poder charlar y rodar con los monitores. Qué gran día se presenta. Mi sonrisa es comedida pero me siento bien, natural, “en mi auténtico trabajo”. Creo que hay cosas que no podemos ocultarnos por más que lo intentemos racionalmente: como siempre, “la cabra tira al monte”. De todas formas, aquellas primeras palpitaciones no me las tomo muy en serio. Cuando acabe el día veremos si estaban justificadas.


Después de la "emocionante" inscripción y del curioso briefing, donde aprendí como entrar medianamente digno en la curva del “Garrote”, salimos a pit lane y comenzamos a flipar y hacernos fotos. Yo, modesto como siempre, ¡y realista, qué caray!, me apunto a los lentos. Veo que me ha tocado una chica, una monitora. Al minuto me cambian de fila y de monitor (¿por qué?, juro que no la miré mal, je,je). Pues nada, ahí vamos los lentos y novatos, creo que hago lo correcto para empezar. Salimos y veo lo ancho que es una pista de verdad. ¡Por San Glas, qué maravilla! Las primeras vueltas son la caña (para mi) porque debí ser el único bípedo del día que entendió justo al revés las instrucciones del monitor. No había que adelantarle. Era entre nosotros, y en la recta, sin rebasar nunca al “boss”. Sí, amigos, fui tan paleto que en la segunda vuelta pasé al monitor saliendo de una curva de derechas (era el primero justo tras él). Dije, “claro, así nos observa y luego nos corrige"... pues no cateto. El caso que seguí a mi ritmillo de mala muerte y cinco o seis curvas más tarde me pasan otros “alumnos” algo mosqueados, señalándome con el dedo. Comprendo que he metido la zarpa y me coloco a cola. Ya no hay más “incidentes” salvo que, sin esperarlo, rozo un par de veces con los avisadores. Aún así, la tanda es tranquila y voy súper cómodo, me lo estoy pasando de muerte, mejor de lo esperado. Veo que, para mi gusto, el circuito es chulo pero muy corto. También me sorprende que ni siquiera yo con mi “trasto” pueda meter sexta. Para una “R” gorda debe ser como un circuito de kart, qué pena. Eso sí, hay dos curvas que las hago de coña. Final de recta y la rápida de izquierdas después de la de “mi amigo” Valentín Requena (que la hago de puta pena). En la rápida de izquierdas se disfruta muchísimo. No hay que cortar y pasas “volando”, una pasada. Al llegar a boxes me parto la caja contando lo del monitor y mi pasada, ale, con un par. De tiempos mejor no hablamos, entorno a los dos minutos, de juzgado de guardia, sí.

Avanza el día, la temperatura sube en todas partes, empiezo a sudar pero me siento cool. Mis ruedas no me dan ni un aviso, parece que voy sobre raíles. El asfalto agarra una cosa mala, claro, estoy disfrutando como un enano, los minutos pasan deprisa a medida que pillamos el puntillo. Me cambio otra vez de grupo, cambio de monitor y de “compis”. Con tanta seguridad a la vista, me permito el lujo de inclinar y descolgarme mucho más que por las carreteras de la sierra, como era de recibo, así que el paso por curva es algo más emocionante. Miramos las ruedas (que venían nuevas) y vemos que queda ya poco por “limar”. Eso sí, me había prohibido caerme bajo ningún concepto debido a que acababa de reparar y pintar la cúpula después de un pequeño incidente en un semáforo dos semanas antes.

En la pista, de vez en cuando, nos pasa algún grupo, otros pilotos del campeonato manchego o algún particular que va por libre, con motos preparadas (con sus fibras, sin luces, etc), lógico. Por ejemplo, antes de llegar al “Garrote” una R1 me pasa quitándome las pegatinas, no problem, así es la vida. También pasamos a otros con similares monturas, lo cual no computa en mi cerebro. En principio, solo hay tres motos más lentas que la mía, dos Bandit's y un valiente con una GS 500. Todos ellos van muy bien, no como otros que veo con misiles tierra-tierra, vaya "fauna" formamos todos... Lo dicho, la moto no hace al motorista. Tampoco entiendo los que arriesgan tanto que terminan con la moto destrozada. Menos mal que venían en carrito. Está mal decirlo pero la curva de final de recta me sale de coña (sí, perdonadme, ya lo he dicho antes). Aunque llego a la misma velocidad que los otros, freno entre las señales de 200 y 100 metros y recupero “la hueva” en esa zona, je, je, "que Alzamora estoy hecho" me digo, debe ser la única sección que hago rápido. ¡Con qué poco nos conformamos los pobres a veces!

Por fin, en una de las tandas, paso al grupo de los rapidillos y coincido con mis amigos, Santi y Paco, que son rápidos de narices y llevan unos pepinos de aúpa (Fireblade’s). Coincidimos en el “garrote” (otra vez tengo que mencionar este ángulo) y en la peor curva que hago (la siguiente de izquierdas) me pasa Santi por dentro, luego en la recta le despido mentalmente, se aleja como un obús, ¡cómo anda "Kevin"!, claro que ya lo sabia, es un jodido crack, me alegro por él, se lo tiene que estar pasando de muerte. En esa o en la siguiente tanda, yendo solo y “aburrido” salgo algo abierto de la curva a derechas anterior a la chicane y veo que me salgo. Enderezo la moto y freno de atrás, pero da igual, en cuanto llevo 3 metros en la gravilla salgo volando, por orejas. Afortunadamente no pasa casi nada. Eso sí, intento levantar la moto y no hay bemoles para lograrlo hasta que llegan las asistencias. "Bien", ya estrené el mono y “cumplí” mi autoprohibición. Miro acojonado pero la cúpula sigue intacta salvo algunos arañazos que ojala me los hubiera hecho yo. Me cabreo tanto que cuando me sacan de allí sigo a mi ritmo hasta terminar la tanda. Llego a boxes y “er pápa” flipa pero ve que estoy cabreado, o sea, bien. Estaba haciendo tiempos pelín más dignos, pero eso es lo de menos. Limpiamos la moto de la arena y la grava y, como si fuera, un guión bien pensado, llega la hora de almorzar. Nos relajamos, me quito el mono y veo que estoy totalmente empapado en sudor, pero me siento vivo, como nunca, dispuesto a “correr un Mundial entero” ja,ja,ja, de cansancio nada, estoy haciendo "ejercicio", eso que me recomienda el médico tantas veces. La muñeca izquierda, la tocada, no se queja, menos mal. Nos vamos a comer y luego seguimos. Mismas sensaciones, mejorando detalles pero más o menos mismo discurso. Antes de la última tanda me tengo que ir, quedan 250 kms. hasta casa y tampoco quiero llegar a las tantas.

¿Balance del día? magnífico. Fue todo en uno, un día “concentrado”. Rodé, apreté a gusto, aprendí alguna cosa, me reí, me cabree, compre parcela, etc, pero me divertí un montón y me demostré que “algo queda donde algo hubo”, aunque sea escaso o mediocre. Y de ahí la reflexión que empezó a zumbar en mi cabeza volviendo a casa. ¿Qué hubiera pasado si nos hubiéramos iniciado en serio en las carreras? Nunca lo sabremos. Imagino que nada glorioso, seguro, pero, al margen del resultado, habría vivido unos años a tope, con mayúsculas. Vivir en el sentido de sentir y crecer como persona, como espíritu libre, como guerrero, no limitarse a comer-dormir-trabajar, eso es sobrevivir o poco más. En aquellas horas me sentí el tío más afortunado del planeta.

Dicen que nada es tan complicado como conocerse realmente a si mismo. Conseguirlo es toda una conquista. Ese día fue un soplo de aire puro y un recordatorio sobre lo que pudo haber sido. Disfruté gracias a mi moto, a mis amigos, al revirado circuito... estaba feliz como un regaliz. Disfruté también viendo a mi padre como "team manager", deleitándose mientras nos cronometraba con su viejo pero exacto Heuer, preocupándose por cualquier detalle y avisándome de que no me calentara más. En fin, cuantas momentos "extras" habríamos vivido de habernos dedicado a esto, caray, ojala exista la "reencarnación motera".


También pensé (uff, ¡qué sobrecarga!) lo aconsejable que es que te lleves bien contigo mismo. Hasta los mejores amigos a veces se pierden o tienen que ausentarse. Hasta el amor de tu vida puede decidir prescindir de ti de mala manera, destruyendo también esa bonita estampa de moto-circuito-chica/familia que, por ejemplo, ya admiraba de pequeño viendo fotos de mi gran ídolo Barry Sheene junto a su chica, siempre cerca. Te puedes quedar sin trabajo o ser víctima de la actual crisis... o de cosas peores, una enfermedad inesperada. Todo eso puede ocurrir y de hecho ocurre. Por eso viene bien quererse a si mismo (que no adorarse, que es distinto) y meterse caña, ser crítico, realista, valiente y, sobre todo, no perderse las buenas oportunidades que, a veces, nos brinda la vida. Siempre quedan batallas por librar si uno quiere. La juventud es un estado del espiritu, no una etapa de la vida (eso decia Sócrates). Seguiremos vivos y cañeros mientras, al margen de nuestra edad física, todavía volvamos la cabeza cuando nos crucemos con un pibón por la calle o la emoción de la aventura nos ponga un poco "pila".

Todavía queda la moto como fiel compañera, sí. Ella pocas veces nos traiciona sin motivos. Sea dentro o fuera de una pista, allá en La Mancha, recordé de nuevo esa gran verdad. Así que si os preguntan alguna vez por qué lo hacéis, por qué corréis, por qué no vegetáis, sobre la moto o en la vida, si pensáis como yo, podéis contestar con la frase que adornaba las motos del gran Mike “The Bike” Hailwood: “For Love of the Sport”, por amor al deporte, a la competición, a la superación propia de uno mismo. Creo que no estaremos exagerando; a nivel personal no conozco ninguna alabanza más loable en este mundo.

JUNIO 2008 - Crónica del II Rally Desafío en Moto (Asturias)


Motos y Asturias. Motos y rutas de ensueño. Motos, gente maja y mucha sidra. Las delicias de siempre, una vez más, ¡perfecto! Tesoros que me “abducen” desde pequeñín, una y otra vez, aunque nací y vivo en Madrid.

Pues nada, en el 2007 me quedé con ganas de participar en el Desafío, menos mal que recordé que los años pasan volando… Y así es, entre viaje y viaje, entre tal y Pascual llegó el día “D”. Las dos semanas previas fueron casi, casi emocionantes.

Para mí, este viaje era bastante especial. Primero, el aliciente del rally, la ruta. Sobre el papel, ya prometía bastante. Además, iba a conocer a la Peña LukasTeam, estoy apuntado pero ¡no conocía a nadie en persona! Luego, el hecho de que era el primer viaje de uno de mis mejores amigos, Julio, que por fin tiene moto propia, una preciosa Ninja 900 que mi padre le ha apañado estos meses.

También era un viaje especial porque iba a conocer, ¡por fin!, a una amiga de Barcelona, Piper, que es la caña, la tía más motera y simpática que conozco, de esas personas difíciles de localizar. Por último, y no menos importante, era una nueva ocasión perfecta para sacar de casa al abuelo con la excusa de que no era una excursión de moteros “domingueros” sino que íbamos a hacer unos cuantos kilómetros fuera de autovías y mariconadas similares, aparte de los que llevábamos ya bajo el culo desde Madrid. Ok, la cosa era tentadora por varios motivos, como véis.

Por todo ello, salimos muy alegres el viernes después de terminar la jornadita laboral (15h00) camino del norte por la entretenida carretera de Burgos. Sol y gasolina. Ningún problema a pesar de las profecías mediáticas. Llegamos a Ribadesella sin mayor contratiempo que la magnífica y acojonantes tormenta que nos cayó durante media hora antes de llegar a Reinosa. La cosa prometía, ja, ja; como de costumbre, cuando nos pusimos los trajes ya era algo tarde, pero estábamos disfrutando tanto de aquella situación que para qué parar si, total, seguro que eran solo cuatro gotas (joder, ¡como son las gotas en el norte!)

Al llegar al hotelito ya vimos una preciosa CBR600RR roja con un top case puesto, toma ya… Olga, tenía que ser ella, ¡sin duda!, además había otra moto, una “vaca”, una GS 1200, la de su amigo Eduard, prestada, llena de pegatinas de mil concentraciones y viajes. Un par de mensajes mientras nos quitamos la ropa de “romano” y nos ubicamos un poco. La zona es preciosa, la playa muy cercana pero no podemos ir a verla. Luego nos encontramos con los amigos de Barcelona, buen rollo, gente maja, maja. Lamentablemente, Piper tuvo un desafortunado choquecillo con un tonto del culo que se salto su stop, increíble, menos mal que solo hay daños materiales (y de bajo impacto, además). En fin, borrón y cuenta nueva. Al rato, ya casi de noche, nos vamos al pueblo, a las sidrerías, como un imán, directos al ambiente. Joer, que contentos íbamos. La cabra tira al monte, ¡no falla el refrán!, ese es nuestro hábitat, no el hábitat de esta oficina dónde ahora estoy sentado haciendo que trabajo. El caso que iba ya algo chungo con un poco de catarro y la garganta irritada pero, por supuesto, nada vinculante para rodar y beber. Algo de marisco, charla, mucha botellita de sidra con botón para que orine el invento (muy gracioso) y con ganas de que llegue el sábado. No nos acostamos muy tardes para reservar “cartuchos”. De hecho, madrugamos un poco para no perdernos detalle. El cielo impresionante, ¡qué os voy a contar! El rutómetro encima de los depósitos, como manda la tradición, todos con ganas de salir pitando en plan tranqui.

El hermano de Julio, Manuel, tenia que llegar de un momento a otro. Resulta que el día anterior no le dio tiempo a unirse a nuestro comitiva y se había pasado toda la noche subido en su Yamaha Omega (había salido de Madrid a las 22h00). Un desastre porque iba con problemas mecánicos, con sueño acumulado y con ganas de descansar un rato. Por Burgos le había parado la Guardia Civil a no se qué horas, lógico. Cuando dijo que esa noche quería llegar a Asturias debieron de mirarle con cara incrédula. Para nosotros era como una “quimera”, decíamos: “¿Qué va a venir tu hermano? No me lo creo, venga ya, si ya son las tantas“. Pero allí se presentó el tío, con un par y con una alforja calcinada sobre el escape, entre otras “lindeces”. Y todo justo antes de la salida. Después de una pequeña reparación de emergencia, muy express, salimos los cuatro juntos (los amigos catalanes luego nos alcanzarían, acordamos).

Pues nada, os contaré nuestra crónica del rally, comenzando por lo que nos paso esa primera hora y pico de puto infarto.

Salimos Julio, Manuel, mi padre y yo a nuestra “bola” pero tuvimos que parar a repostar allí mismo, en Ribadesella, a la GPZ no le quedaba ni una gota. Total, que cuando arrancamos no quedaba ni una sola moto a la vista, tampoco por detrás y nos dirigimos hacia Llanes, según ponía el rutómetro, cogiendo la cercana autovía o autopista. Yo iba en cabeza y por tanto la responsabilidad era mía. Nada más salir a la pista me convencí que no era por allí, ¿Cómo íbamos a ir por la autovía? No reconocí su número o nombre en el rutómetro y me convencí de mi error. Paramos y no nos cuadraba a ninguno. Dimos la vuelta y nos fuimos por la nacional dirección, más o menos, Cangas. Los minutos pasaron y apenas vimos motos… aceleramos el paso y, al rato, ya vimos gente que iba en dirección contraria. Obviamente, me di cuenta que había metido la pata hasta el fondo. Yo quería sellar a toda costa el primer control y me dije, “voy a intentarlo”, a ver si me dejan sellar aunque sea así. Me marché solo, aceleré el paso mientras más y más motos se cruzaban en dirección contraria, que desastre, ¡ya iba pensando en el segundo control, ¿llegaría a tiempo?! El caso que como soy algo cabezón, seguí y seguí, cagándome en mi despiste matutino. Llegué como un poseso a la glorieta del primer control, allá, “en el fin del mundo”, digo esto, porque allí no había ni Dios bendito. Era exactamente las 11:05, lo juro por mi fazer, cinco minutos antes de la hora límite, pero no vi a nadie, di una vuelta y nada. Así que, maldiciendo mi equivocación, di media vuelta y apreté algo más. A la altura de Cangas recogí a mi padre y a los dos hermanos, todos fumando como cabrones. Uff, resumen y cabreo contenido. Arrancamos y deje de saltarme todos los límites de velocidad conocidos para volver a conducir como persona ‘responsable’.


Afortunadamente, quedaba lo mejor. Nos encantó la ruta matinal, que carreteras más ratoneras. El puerto del Pontón, por fin, lo íbamos a hacer de una pieza, sin nieve, sin niebla, qué maravilla. Disfrutamos de lo lindo. Esos túneles que cuando sales te llueve un poco, je,je, sé que los recordáis. Personalmente, me pareció de los mejores tramos del rally. Paramos cerca de un río, bajando el puerto, antes de Riaño y de la desviación a Señales. Allí, los amables señores del bar nos aprovisionaron de cecina, jamón y bebidas. Ya habíamos alcanzando y rebasado a varios participantes pero nos volvimos a quedar solos para poder tomar el almuerzo a gusto. Gracias desde aquí al amigo de la Peña que, junto con su chica, nos quiso invitar a las consumiciones. La noche anterior había tenido boda, así que... el pobre tenía unos ojillos… Un abrazo para los dos, de verdad, así da gusto viajar. Salimos detrás del coche “escoba” y seguimos disfrutando de lo lindo todo el día hasta llegar a Ujo. El puerto de San Isidro no lo conocía y también nos maravillo. Qué paisajes y qué carreteras tenéis por allí, amigos, alucino. Eso sí, empezaba a atizar el Lorenzo (el sol, no el Jorge) y llegamos a la comida medio asfixiados.

Os juro que no me gustan las judias, mi madre os lo puede confirmar, que en mi casa tampoco me las ponen ni con amenazas pero... puñetas, ¡como me las comí ese día! Joder, me dieron ganas hasta de repetir, qué buenas estaban. Felicidades para las cocineras, de corazón. El pan preñao también se dejó comer, sí.

Manuel y su maltrecha Yamaha habían sufrido lo incontable para llegar hasta allí. Tenía algún problema de embrague y otro nuevo: el freno delantero, tenía que bombear para poder frenar (al día siguiente fue mucho peor). Mi padre y los dos hermanos decidieron ir directos a Luarca, en busca de un taller; era sábado y podía existir la posibilidad de arreglar algo. Así no se podía continuar con un mínimo de garantías. Yo acepté la idea de Eduard y me fui con Piper y él para seguir con la ruta marcada por la organización. La tarde fue preciosa en todos los sentidos. Más parajes de ensueño, carreteras actas para la diversión, vacas y caballos por doquier (vaya, por mirar el paisaje y a un grupo de “aficionadas” con cuernos casi me salgo en una curva a derechas, lo juro). El ritmo también era bueno, me lo estaba pasando de vicio, olvidando el ritmo padecido al principio de la mañana. Eduard iba delante, muy bien, Piper detrás, y yo cerrando la formación. No te quejarás Olga, ibas escoltada, aunque tú no necesitas escolta. Luego paramos para hacer algunas fotos, claro. Que bonito es detenerse en sitios como aquel puerto (no recuerdo el nombre) y ver por dónde has subido, contemplar durante unos minutos qué montañas o valles te rodean, ese silencio algo enturbiado por el sonido de los motores a bajas revoluciones… Nos hablaron del tío de la Vespa, que tío más grande. Por la tarde hablé con él un buen rato en Luarca. No la pasa casi nunca de 90, me dijo, pero aquel día sí. Un saludo si me lees.

El trozo de obras por Belmonte un autentico peñazo, pero bueno, así es la vida. Hace dos años había pasado y creo recordar no estaba en obras. Lo sentí por Piper y su RR. Yo con esa moto por ahí me hubiera hostiado, seguro.

Por la zona de Tineo me despiste un poco y casi pierdo la “formación”. Resulta que había otra concentración ¿fue así? Yo veía cartelitos de ‘motos’ por todas partes, no sé, casi me pierdo, menos mal que ví, a lo lejos, la CBR de Piper y volví a orientarme. En este sentido, felicidades a Eduard por controlar la ruta. Sin ti nos habría tocado mirar más el rutómetro, sin duda. La verdad que rodamos a un ritmo alegre, adelantando de vez en cuando al personal que iba más tranquilo, intentando, eso sí, no molestar. Aún así, pido públicamente perdón a un amigo con una BMW que adelanté en una curva a izquierdas. Aunque él no me crea ya había visto la salida de la curva y decidí adelantarle por el otro carril para no molestar pero imagino pensaría que iba de carreras. Mis disculpas. (También por el de la Thundecat o Thunderace, no lo sé). 



En Luarca lo pasamos bien charlando con más participantes en el polideportivo. ¿Visteis al de la GS, el que la tiro al suelo para demostrar lo bien protegida que la tiene con sus defensas y baúles? Impresionante. Solo se le rompió el plástico del intermitente. Aún así, ninguno de los presentes le animó a seguir demostrando lo bien preparada que la tenía para cualquier aventura, ¡no, gracias! Muy chulas las fotos que nos hizo el fotógrafo de la organización (con mi cámara, por eso lo sé) en una punta de Luarca, en el puerto. Fue un momento de tranquilidad y repaso mental del día. Yo esperaba una noche más movida pero estuvimos, al final, tranquilitos, dando un paseo, no había mucho follón. Cenamos lo que pudimos y dimos una vuelta aunque yo andaba medio dopado con el Clamoxyl. Al final, aquella visita no fue demasiado agradable para mí. Dos años antes había estado allí, también con la moto, con otra persona que ya no está y los recuerdos afloraron un poco… Encima, me quedé sin batería en el móvil y no pudimos despedirnos de los amigos de Barcelona, qué faena.

A la mañana siguiente no podíamos continuar el rally: la Yamaha de Manuel ya no frenaba casi nada de delante y, lo peor, su hermano se tenía que ir con el camión para Melilla esa noche, tal como suena, así que tuvimos que “plegar velas” y regresar hacia Madrid a nuestro pasito. Cerca de Cudillero coincidimos con la “procesión” de motos pero ya íbamos con otro target en el ‘visor’, una pena.

Podría contaros más anécdotas pero me parece que ya me he pasado de extenso y pelma, así que, de verdad, un abrazo a toda la peña, nos habéis dejado con una sonrisa en la cara para una buena temporada. Felicidades por la ruta, por la propia organización, y por darnos motivos para subir, una vez más, a la tierra más hermosa de España. También darles las gracias por haber otorgado un premio a mi amiga Olga. Creo que era de justicia mencionarla y obsequiarla con algún recuerdo. Ellos se chuparon 800 y picos kms desde Barcelona, y otros tanto para regresar. Al margen, demostró una marcha, afición y cualidades impresionantes. Un saludo también a los moteros que nos hicieron fotos, gracias a mis amigos por estar ahí y a mi padre por seguir demostrándonos por enésima vez como son y eran los auténticos moteros de barbour de los años 70. Hell bent for leather
Ráfagas, nos vemos el año que viene!!

AGOSTO 2007 - “París, 34 años después…”


Al alcanzar la edad de la jubilación, la vida de muchos hombres se reduce a pasear sin rumbo, acudir a la consulta del médico con mayor frecuencia de la deseada ó encerrarse en los recuerdos de una juventud ya lejana. De esa juventud, siempre estará presente en mi recuerdo mi primer viaje motociclista por Europa.
 
Fue en la madrugada de un 18 de julio de 1973 cuando partía con una Ossa 230 Sport camino de París. Con una enorme bolsa de herramientas sobre el depósito de combustible, una indumentaria de motorista que hoy provocaría carcajadas y la firme convicción de que toda caminata comienza ineludiblemente con un primer paso. Tras aquel viaje vendrían otros por Europa, pero, como ocurre con el primera amor, esta primera vez jamás se olvida.

Hoy, en agosto pasado, treinta y cuatro años después de aquella aventura, repito viaje acompañado de mi hijo. Son las 15,30 horas de un viernes 10 de agosto. Estoy en Distrito C, en Madrid, esperando al “currante”, junto a mi antigua pero impecable Kawasaki GPZ 500. Sale por fin, arranca su Fazer 600 y partimos rumbo a Irún.

Nuestra “hambre” de moto nos hace imprimir un fuerte ritmo. Horas después, a eso de la siete y pico de la tarde pisamos el asfalto de la A-10 francesa, camino de Burdeos, parada prevista para finalizar aquella jornada.

Pronto comprobamos el respeto de los automovilistas franceses hacia los motoristas, incluso con el tráfico denso procuran abrir un pequeño pasillo para facilitarnos su adelantamiento. El límite de velocidad está en 130 y algunos radares, debidamente señalizados, nos alertan de los futuros peligros que podemos correr si nos emocionamos demasiado. Cuanto nos queda por aprender de Europa. O bien hay poco radares ocultos o bien no nos enteramos, apostamos por lo primero. La noche ya había caído y era una delicia conducir sin apenas coches a un crucero que oscilaba entre 150/170.

Después de preguntar a algún paisano, dejamos de dar vueltas por Burdeos y llegamos al Ibis a eso de las 23,00. Unas copas en una terraza cercana y de vuelta al hotel y a la ducha. Primera etapa del viaje saldada con 781 kms. recorridos, según nuestro parcial.

A la mañana siguiente, y tras un buen desayuno, emprendimos viaje a París. Breve parada cerca de Tours para repostar y comer. A primera hora ya estábamos entrando en la mítica ciudad del Sena. Esta etapa resultó ser la mas corta de este viaje, 601 kms. Al día siguiente, descanso para las monturas que tan extraordinariamente se habían portado en los casi 1400 kms que llevábamos recorridos. Así, como cualquier otro turista, recorrimos la ciudad en un bus-turístico. Señalar que todavía (¡increíble!) no nos había caído ni una gota de agua, ¿estaríamos en París realmente? Sí, lo estábamos. La primera parada fue en Los Inválidos, donde se encuentra la tumba de Napoleón. Ante el emperador era obligado hacer una reverencia. Su tumba, situada dos niveles bajo el suelo, obliga al visitante a inclinarse para contemplar el magnífico ataúd de porfirio rojo.

Catedral de Notre Dame, en su explanada, junto a la actual estatua ecuestre de Carlomagno, en 1314 moría en la hoguera, entre otros, Jacques de Molay, último gran maestre de la Orden del Temple. En su interior contemplamos sus extraordinarias vidrieras. Descubrimos con sorpresa una pequeña figura de Juana de Arco. Acusada por la Inquisición de brujería, la doncella de Orleáns moría en la hoguera con tan solo 19 años de edad. Siglos después, esa misma Iglesia que la condenó la hizo santa… Continuamos nuestra visita deteniéndonos en el museo del Louvre. Presidida su entrada por la gran pirámide de cristal que Dan Brown recrea en “El Código Da Vinci”, unas escaleras nos trasladan al vestíbulo central de museo. Tras visitar solo algunas de sus salas, compramos una lámina del cuadro de Nicolás PoussinLos pastores de la Arcadia” como recuerdo de nuestro efímero paso por tan importante museo.


Torre Eiffel, Arco del Triunfo y, de lejos, La Defense, centro financiero de la capital francesa. Un café cerca de la ribera del río, bajo el toldo de la terraza y, de pronto, comienza a tronar y a llover. Los ciclistas aceleran su paso. Los motoristas siguen su camino tal cual. Terminamos el café, pagamos y deja de llover. Caminamos un poco y de vuelta al hotel cerca de la plaza Cambronne. Finalizamos la jornada turística con una buena cena en una basserie. Llevábamos un par de días a base de pizzas y perritos calientes, nuestros estómagos agradecieron este pequeño homenaje gastronómico.

A la mañana siguiente abandonamos la ciudad por la Porte D’Orleans. Ya habíamos hecho la típica foto con las motos bajo la torre Eiffel (por cierto, gracias a nuestra fotógrafa y compañera improvisada, sin ella, no hubiera sido lo mismo). Dos visitas importantes nos aguardaban ese día: Montlhery y Orador-Sur-Glane. A pocos kms de la capital, por la N20, se encuentra el autódromo Linas-Montlhery. Nuestro deseo de visitar su anillo de velocidad fue una prioridad desde que, en 1962, la marca Bultaco desplazó hasta allí un equipo con la difícil misión de conseguir algún record de velocidad. Los pilotos encargados de intentarlo fueron Marcelo Cama, Ricardo Quintanilla, Francisco González, el gibraltareño John Glace y el francés Georges Monneret. El objetivo fue ampliamente logrado y la marca del dedo rampante regresó de tierras galas con cinco records mundiales de velocidad en su haber. Tras llegar al autódromo, aparcamos las motos y nos dirigimos a su entrada. Dos vigilantes nos impiden el acceso al mismo. Tras explicar a estos el largo viaje realizado y nuestro interés por visitar su famoso anillo de velocidad, los individuos se limitan una y otra vez a repetir e no podemos entrar al no ser horario de visita. Tras varios intentos, desistimos en nuestro empeño. Discutir con tontos siempre ha dado mucho trabajo porque no se cansan nunca.

Continuamos viaje a Limoges donde paramos a comer y, poco después, avanzamos por la n141 hacia Angouleme. Poco después, un desvío nos conduciría al pueblo Orador-Sur-Glane. Mientras visitábamos las ruinas del pueblo fantasma, tratábamos de imaginar lo sucedido aquel terrible 10 de junio de 1944, cuando la segunda división Panzer “Des Reich” de general alemán Lammerding cercó la pequeña localidad. Mientras una compañía de las SS incendiaba sus casas, la población era obligada a concentrarse en la plaza Camp de Foire. Los hombres, fusilados. Las mujeres y los niños encerrados en la iglesia. Una enorme explosión convirtió en escombro el templo terminando así todo vestigio de vida. Entre los cientos de cadáveres, un muchacho haciéndose pasar por muerto pudo salvar su vida. Robert Habras contaría años más tarde la masacre de aquel sábado negro. Finalizada la contienda bélica, el general De Gaulle, ordenó conservar sus ruinas para la memoria de generaciones venideras y en recuerdo de sus 642 mártires. En 1953 se inauguró el nuevo Orador y el museo Village Martyr Centre de la Memoire. Abandonamos la villa entristecidos. “El hombre es bueno, los hombres, no”.

Nuevamente dirección Angouleme, vamos ya en reserva. La tarde está cayendo y las gasolineras están ya cerradas, un contratiempo típico en el país vecino. Encontramos en un hipermercado una gasolinera self-service. Aliviados, introducimos nuestras tarjetas de crédito en la máquina y esta las expulsa repetidamente. ¿Ubicados en una gasolinera y no podemos repostar? Afortunadamente, la llegada de un motard salva la situación. Este, al ver nuestro problema se ofrece a dejarnos su tarjeta. Tras abonarle en metálico el importe, nos informa que, excepto en autopistas, el resto de gasolineras se cierran por la tarde. Nos despedimos de el y nuevamente nos sentimos orgullosos de formar parte de la gran familia motociclista. Tras rebasar Angouleme paramos a cenar. Cien kms más adelante, Burdeos de nuevo, fin de la etapa, tras unos 652 kms de ruta.

Hoy, ya 14 de agosto, será nuestro último día de viaje. Setecientos y pico kms más adelante nos espera Madrid. Lo mas reseñable del día, el magnifico paisaje en Hondarribia, el mar y el enorme calor rumbo a casa. Horas después, última parada en el puerto de Somosierra. Repostamos mientras nos preparan unos bocadillos en la cafetería. Una mirada a través de la ventana de la antigua gasolinera, la misma en la que treinta y cuatro años antes, había parado para reponerme del frío intenso de aquella madrugada en la que comencé mi inolvidable viaje con mi Ossa.

De aquel viaje, infinidad de anécdotas, algunas de ellas recogidas en el librito “memorias motociclistas” escrito como parte del legado que dejaré a mis nietos. De entre las anécdotas de aquel primer viaje, por ejemplo, el paso por las Landas, entre infinitos pinos. Las largas rectas de esa región y el corto desarrollo de la motocicleta que ocasionaba que, con relativa frecuencia, el motor se pasara de vueltas, circunstancia que a su vez ocasionaba unas fuertes vibraciones que aflojaban la tuerca que une el cilindro con el codo del escape. En una de aquellas paradas para apretar la tuerca aproveché para repostar. Y el primer contratiempo. Al solicitar gasolina mezclada con aceite, el operario no me entendía –ni yo a él, claro- y se empeñaba en servirme solamente gasolina. La llegada de una señora en Mobylette fue de gran ayuda. Al ver el problema se acercó y diciéndome “melange de temp” me indicó el surtidor dónde repostaba su velomotor. Tras darle las gracias me aprendí aquella frase, cosa que fue de gran ayuda el resto del viaje.
Otra anécdota curiosa fue la ocurrida cerca de Tours. Llegando a esta ciudad observo que, delante, llevo un motociclista que va rodando entorno a los 100/110. ¡Recordad que estamos en el 73, otra realidad! Animado por su presencia acelero y me situó a su rebufo. El conductor y su moto, con matrícula de París, acelera su marcha pero yo continuo pegado a su rueda trasera. Así llegamos a una serie de escaléstris. En una curva a izquierdas le rebaso perdiéndole de vista en mi retrovisor. Orgulloso de aquella pasada, pasan los minutos y empiezo a ver familiar aquel tramo de carretera hasta que a la vista de cierta gasolinera Castrol en la que había repostado una hora antes decido parar y preguntar si iba en la dirección correcta. La respuesta es que si continuo llego a los Pirineos, no precisamente a la capital gala. Duro golpe para mi ego. En aquel rifi-rafe había perdido la orientación… la emoción, sin duda.


Horas después llegaba a París, a su periferia, a la pequeña casita dónde vivía el tío Eduardo. Durante unos días fui su invitado. Jornadas que pasé en su compañía, dedicadas también a repasar la Ossa y desarrollar largas tertulias. Una vez más me contó su viaje de París a Albacete, allá en el 27, incluido su accidente en Burgos –reventó una rueda-. “Contratiempo” que le obligó a hacer más de seiscientos kms con un brazo ¡en cabestrillo! Por las noches, en compañía de sus hijos, descubría el lujurioso “Paris la nuit”. Días felices y triste despedida del tío Eduardo. Debido a su avanzada edad posiblemente no volveríamos a vernos, como así sucedió.
Afortunadamente, nunca muere lo que no se olvida. Mi viaje de regreso también estuvo plagado de anécdotas, quizá la más significativa, por su dureza, fue la ocurrida saliendo de Burdeos. Una fuerte tormenta se desencadeno y en pocos minutos me encontraba calado hasta los huesos. Paré en una gasolinera con la confianza de que la tormenta no duraría mucho. Media hora después continuaba aquel diluvio y, por miedo a encontrarme la frontera cerrada, decidí seguir. Poco después empecé a notar falta de sensibilidad en las extremidades. Era tal el sufrimiento de conducir bajo aquellas circunstancias que incluso –no me avergüenzo en confesarlo- llegue a orinarme en marcha. Aún así, lo peor estaba aún por llegar. Una vez más la ley de Murphy se cumplió. Falsas explosiones del motor hasta que este enmudece. Tras quitar la bujía comprobé que no saltaba chispa entre sus electrodos. Resignado busqué cobijo bajo unos troncos talados que esperaban su traslado a la serrería. Pasé un buen rato en aquella pequeña cavidad, protegido de la lluvia y aterido de frío. La providencia hizo que un motorista con una pequeña Honda 125 se detuviera junto a la Ossa. Al verle salí del improvisado refugio y tras explicarle el problema, sacó de su bolsa de herramientas un par de trapos secos y un spray antihumedad. Tras secar lo mejor que pudimos la instalación eléctrica y la bobina, una amplia rociada de aquel spray y poco después volvía a rugir el motor. Decidimos continuar el viaje juntos por si sucedía algo y así llegamos a Bayona dónde este amigo tenía su casa. Me invito a pasar la noche pero tenía prisa, así que, tras despedirme de aquel buen samaritano, continué hacia la frontera. Algo había aprendido de aquella situación, en la vida hay que aprender a sufrir para sufrir menos.

Por fin llegue a la frontera, el paso de la misma lo hice sin problema en la parte francesa, incluso ni me hizo falta mostrar el pasaporte. Desgraciadamente, el paso por la nuestra fue más complicado. Me pidieron que me quitara el casco para comprobar si aquel pasaporte correspondía a mi persona, después un pequeño interrogatorio… ¿a dónde va? ¿de donde viene? ¿qué lleva en esas bolsas? Cuando me obligaron a enseñarles el contenido, lo primero que les mostré fue unos calzoncillos sucios. Esta demostración bastó para terminar el registro no sin antes añadir “Y ahora, derechito a Madrid, ¿eh?” En Irún paré a dormir, había sido un día muy duro y necesita un descanso. Así, tras tomar una habitación en un pequeño hotel, y cuando me disponía a tomar una ducha, yo mismo me asusté al observar en el espejo mi aspecto. La cara tiznada y sucia salvo el pequeño espacio que había ocupado las gafas. Demacrado, ojeroso y con barba de varios días. Por un momento hice mía el aforismo del gran filosofo alemán NietszcheLo que no me mata, me fortalece”.

Ahora, ya en el 2007, en Somosierra, la llegada del camarero con los bocadillos provocó que mis pensamientos volvieran a la realidad. Tras devorarlos con extraordinario apetito emprendimos los escasos noventa kms que nos separaban todavía de casa. En total se iban a recorrer unos 2799 kms sin incidencias mecánicas ni padecimientos de frío o lluvia. El extraordinario comportamiento de las motocicletas, los “eternos” kms de autovía y la ausencia de problemas hizo, quizá, un poco descafeinado este viaje, lo admito. Aunque lo mejor había sido compartir junto a mi hijo este viaje y la satisfacción de comprobar que él ha heredado mi pasión por el motociclismo de carretera. Durante años le conté las “aventuras” de aquel primer viaje por Europa, a partir de hoy, será él el encargado de contar a mis nietos el viaje que realizó con su padre la capital de la luz en pleno 2007.

COMPARATIVO :

1973 - OSSA 230 Sport - 25 cv - año matriculación 1969 - edad piloto 29
2007 - KAWA GPZ 500 - 64 cv - año matriculación 1991 - edad piloto 63

Luis Fernández Sr. (padre de la criatura)

GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...