Después de tantos años, mi vecino Santi, buen amigo y gran motero, me anima para meterme en un circuito (de velocidad) y pasar un día de lujo junto a él y su panda, destripando lo destripable y, de paso, aprendiendo lo que se pueda. La fecha, el día de San Isidro, lugar, el bonito circuito de Albacete, allá en La Mancha, la tierra de mi madre.
Como era de esperar, ninguna de mis células se resistió a tan suculento caramelo y, sin importar condicionantes y menudencias varias (del estilo de ir y volver en marcha, madrugar un huevo, "romper la hucha", etc) lo tuve claro desde el primer momento. Se activó el “modo Don Quijote" (idealista) y la llamada de la selva se hizo patente enseguida, por decirlo de alguna manera. Poco iba a influir lo que el bueno de "Sancho” pudiera decirme y, mucho menos, los “molinos de viento” que pudiera encontrarme en mi cabalgada (básicamente, me horrorizaba destrozar mi Fazer en alguna caída, al fin y al cabo, es la moto que tengo para todo).
Preguntaréis que tiene de especial este hecho, algo tan habitual entre aficionados de todas las edades y ubicaciones. Pues sí, tenéis toda la razón, de especial nada, nada, lo que sí me hace escribir esto fue la reflexión que, sin querer, fue anidando en mi cabeza al acabar la jornada y durante algunos días después. Eso antes no pasaba, corrías o rodabas, y no había más melón que cortar. Esta vez, fue distinto: cuando la adrenalina desapareció las cosas aparecían claras en mi mente, sin dramatismos ni trivialidades, simplemente quedó claro por qué cuando era un chavalín adoraba –todavía más- salir en moto y competir. Por supuesto, no llegamos a nada, ni suficiente talento ni suficiente pasta en casa. Ahora nos conformamos con no perder el instinto, con no pensar mucho encima de la moto, seguir conservando ese amigo invisible, el instinto sabio que nos guía curva tras curva. Como siempre he dicho, estos caprichitos de “jugar a las carreras” son de lo más aconsejables para comprobar si uno sigue vivo, si sigue acompañado de ese amigo invisible tan querido, ese "instinto asesino” que antes decía (o " mirada del tigre", ¿no?, al estilo Rocky o Jorge Lorenzo, ¡¡¡salvando las distancias, claro!!!).
Digan lo que digan es mucho más probable que te compres “alguna parcela” en una rodada en circuito que por la calle, claro que, obviamente, las consecuencias físicas nada tienen que ver. Para empezar vas con ganas de darle al mango, no tienes que preocuparte del tráfico (¡salvo excepciones!), ni de los muros, ni de los malditos "¿guarda-qué?", ni de los putos radares, ni de los coches... Así que vas algo pila (como diría Angel Nieto), quieras o no, por mucha “calma” que luego digas vas a tener. “Solo voy a divertirme” decimos a veces pero, claro, para conseguirlo tenemos que apretar un poco más de lo habitual. Ahí está la gracia.
Salimos de casa, junto a los vecinos (que iban en coche y con carrito) a eso de las cinco de la madrugada. Yo llevaba puesto el mono y encima la chupa de cordura. Cogimos la pista de peaje, dirección Albacete. Era de noche, obviamente, y un frío de flipar. Mi padre también se apuntó a la “excursión manchega” para tomarnos tiempos y disfrutar del evento. Iba en el coche contando batallitas así que, ni Santi ni su hermano Paco, tuvieron oportunidad de dormirse, ja,ja. El día anterior había cambiado las dos ruedas, así que fui “rodándolas” e inclinándome hacia los lados para que fueran perdiendo el brillo. Supongo que alguno de la caseta del peaje pensaría que a dónde coño podría ir un motero a esas horas. El caso que el aburrido trayecto se consumó y, cerca de Roda, paramos a desayunar y unirnos al resto de la panda de mi vecino, todos muy majetes.
At last, llegamos al circuito y al “paddock”. Enseguida veo que soy de los pocos, pocos, que ha llegado rodando. Como cuando era un crío, veo que soy el pobre de la “parrilla”. Solo hay coches con carritos. Me importa un huevo ese matiz pero me doy cuenta enseguida. Me quito el casco y miro alrededor. ¿Motos?, os podéis imaginar, casi todas son unos pepinos de infarto. Muy bonitas la mayoría. Incluso veo alguna Ducati de ensueño (la de la foto por ejemplo). Tela, hay que tener valor, a mi juicio, para acudir a un circuito con pedazo “diosa”. Todo el mundo te va a analizar dentro de la pista, ¡más vale que estés a la altura!
Enseguida me pongo en “tensión”. No es tensión en el sentido exacto del termino, ni mucho menos miedo, ni locura, estoy “alerta”, sé que voy a disfrutar, seguramente aprenderé algo pero no tengo claro que me voy a encontrar. Toda mi cabeza anda enfocada en el mismo objetivo: rodar bien y divertirme. Solo me preocupan dos cosas, conocer rápido el circuito y tener suerte para no encontrarme con ningún “Simoncelli” en pista. Luego me acuerdo de la oportunidad de poder charlar y rodar con los monitores. Qué gran día se presenta. Mi sonrisa es comedida pero me siento bien, natural, “en mi auténtico trabajo”. Creo que hay cosas que no podemos ocultarnos por más que lo intentemos racionalmente: como siempre, “la cabra tira al monte”. De todas formas, aquellas primeras palpitaciones no me las tomo muy en serio. Cuando acabe el día veremos si estaban justificadas.
Después de la "emocionante" inscripción y del curioso briefing, donde aprendí como entrar medianamente digno en la curva del “Garrote”, salimos a pit lane y comenzamos a flipar y hacernos fotos. Yo, modesto como siempre, ¡y realista, qué caray!, me apunto a los lentos. Veo que me ha tocado una chica, una monitora. Al minuto me cambian de fila y de monitor (¿por qué?, juro que no la miré mal, je,je). Pues nada, ahí vamos los lentos y novatos, creo que hago lo correcto para empezar. Salimos y veo lo ancho que es una pista de verdad. ¡Por San Glas, qué maravilla! Las primeras vueltas son la caña (para mi) porque debí ser el único bípedo del día que entendió justo al revés las instrucciones del monitor. No había que adelantarle. Era entre nosotros, y en la recta, sin rebasar nunca al “boss”. Sí, amigos, fui tan paleto que en la segunda vuelta pasé al monitor saliendo de una curva de derechas (era el primero justo tras él). Dije, “claro, así nos observa y luego nos corrige"... pues no cateto. El caso que seguí a mi ritmillo de mala muerte y cinco o seis curvas más tarde me pasan otros “alumnos” algo mosqueados, señalándome con el dedo. Comprendo que he metido la zarpa y me coloco a cola. Ya no hay más “incidentes” salvo que, sin esperarlo, rozo un par de veces con los avisadores. Aún así, la tanda es tranquila y voy súper cómodo, me lo estoy pasando de muerte, mejor de lo esperado. Veo que, para mi gusto, el circuito es chulo pero muy corto. También me sorprende que ni siquiera yo con mi “trasto” pueda meter sexta. Para una “R” gorda debe ser como un circuito de kart, qué pena. Eso sí, hay dos curvas que las hago de coña. Final de recta y la rápida de izquierdas después de la de “mi amigo” Valentín Requena (que la hago de puta pena). En la rápida de izquierdas se disfruta muchísimo. No hay que cortar y pasas “volando”, una pasada. Al llegar a boxes me parto la caja contando lo del monitor y mi pasada, ale, con un par. De tiempos mejor no hablamos, entorno a los dos minutos, de juzgado de guardia, sí.
Avanza el día, la temperatura sube en todas partes, empiezo a sudar pero me siento cool. Mis ruedas no me dan ni un aviso, parece que voy sobre raíles. El asfalto agarra una cosa mala, claro, estoy disfrutando como un enano, los minutos pasan deprisa a medida que pillamos el puntillo. Me cambio otra vez de grupo, cambio de monitor y de “compis”. Con tanta seguridad a la vista, me permito el lujo de inclinar y descolgarme mucho más que por las carreteras de la sierra, como era de recibo, así que el paso por curva es algo más emocionante. Miramos las ruedas (que venían nuevas) y vemos que queda ya poco por “limar”. Eso sí, me había prohibido caerme bajo ningún concepto debido a que acababa de reparar y pintar la cúpula después de un pequeño incidente en un semáforo dos semanas antes.
En la pista, de vez en cuando, nos pasa algún grupo, otros pilotos del campeonato manchego o algún particular que va por libre, con motos preparadas (con sus fibras, sin luces, etc), lógico. Por ejemplo, antes de llegar al “Garrote” una R1 me pasa quitándome las pegatinas, no problem, así es la vida. También pasamos a otros con similares monturas, lo cual no computa en mi cerebro. En principio, solo hay tres motos más lentas que la mía, dos Bandit's y un valiente con una GS 500. Todos ellos van muy bien, no como otros que veo con misiles tierra-tierra, vaya "fauna" formamos todos... Lo dicho, la moto no hace al motorista. Tampoco entiendo los que arriesgan tanto que terminan con la moto destrozada. Menos mal que venían en carrito. Está mal decirlo pero la curva de final de recta me sale de coña (sí, perdonadme, ya lo he dicho antes). Aunque llego a la misma velocidad que los otros, freno entre las señales de 200 y 100 metros y recupero “la hueva” en esa zona, je, je, "que Alzamora estoy hecho" me digo, debe ser la única sección que hago rápido. ¡Con qué poco nos conformamos los pobres a veces!
Por fin, en una de las tandas, paso al grupo de los rapidillos y coincido con mis amigos, Santi y Paco, que son rápidos de narices y llevan unos pepinos de aúpa (Fireblade’s). Coincidimos en el “garrote” (otra vez tengo que mencionar este ángulo) y en la peor curva que hago (la siguiente de izquierdas) me pasa Santi por dentro, luego en la recta le despido mentalmente, se aleja como un obús, ¡cómo anda "Kevin"!, claro que ya lo sabia, es un jodido crack, me alegro por él, se lo tiene que estar pasando de muerte. En esa o en la siguiente tanda, yendo solo y “aburrido” salgo algo abierto de la curva a derechas anterior a la chicane y veo que me salgo. Enderezo la moto y freno de atrás, pero da igual, en cuanto llevo 3 metros en la gravilla salgo volando, por orejas. Afortunadamente no pasa casi nada. Eso sí, intento levantar la moto y no hay bemoles para lograrlo hasta que llegan las asistencias. "Bien", ya estrené el mono y “cumplí” mi autoprohibición. Miro acojonado pero la cúpula sigue intacta salvo algunos arañazos que ojala me los hubiera hecho yo. Me cabreo tanto que cuando me sacan de allí sigo a mi ritmo hasta terminar la tanda. Llego a boxes y “er pápa” flipa pero ve que estoy cabreado, o sea, bien. Estaba haciendo tiempos pelín más dignos, pero eso es lo de menos. Limpiamos la moto de la arena y la grava y, como si fuera, un guión bien pensado, llega la hora de almorzar. Nos relajamos, me quito el mono y veo que estoy totalmente empapado en sudor, pero me siento vivo, como nunca, dispuesto a “correr un Mundial entero” ja,ja,ja, de cansancio nada, estoy haciendo "ejercicio", eso que me recomienda el médico tantas veces. La muñeca izquierda, la tocada, no se queja, menos mal. Nos vamos a comer y luego seguimos. Mismas sensaciones, mejorando detalles pero más o menos mismo discurso. Antes de la última tanda me tengo que ir, quedan 250 kms. hasta casa y tampoco quiero llegar a las tantas.
¿Balance del día? magnífico. Fue todo en uno, un día “concentrado”. Rodé, apreté a gusto, aprendí alguna cosa, me reí, me cabree, compre parcela, etc, pero me divertí un montón y me demostré que “algo queda donde algo hubo”, aunque sea escaso o mediocre. Y de ahí la reflexión que empezó a zumbar en mi cabeza volviendo a casa. ¿Qué hubiera pasado si nos hubiéramos iniciado en serio en las carreras? Nunca lo sabremos. Imagino que nada glorioso, seguro, pero, al margen del resultado, habría vivido unos años a tope, con mayúsculas. Vivir en el sentido de sentir y crecer como persona, como espíritu libre, como guerrero, no limitarse a comer-dormir-trabajar, eso es sobrevivir o poco más. En aquellas horas me sentí el tío más afortunado del planeta.
Dicen que nada es tan complicado como conocerse realmente a si mismo. Conseguirlo es toda una conquista. Ese día fue un soplo de aire puro y un recordatorio sobre lo que pudo haber sido. Disfruté gracias a mi moto, a mis amigos, al revirado circuito... estaba feliz como un regaliz. Disfruté también viendo a mi padre como "team manager", deleitándose mientras nos cronometraba con su viejo pero exacto Heuer, preocupándose por cualquier detalle y avisándome de que no me calentara más. En fin, cuantas momentos "extras" habríamos vivido de habernos dedicado a esto, caray, ojala exista la "reencarnación motera".
También pensé (uff, ¡qué sobrecarga!) lo aconsejable que es que te lleves bien contigo mismo. Hasta los mejores amigos a veces se pierden o tienen que ausentarse. Hasta el amor de tu vida puede decidir prescindir de ti de mala manera, destruyendo también esa bonita estampa de moto-circuito-chica/familia que, por ejemplo, ya admiraba de pequeño viendo fotos de mi gran ídolo Barry Sheene junto a su chica, siempre cerca. Te puedes quedar sin trabajo o ser víctima de la actual crisis... o de cosas peores, una enfermedad inesperada. Todo eso puede ocurrir y de hecho ocurre. Por eso viene bien quererse a si mismo (que no adorarse, que es distinto) y meterse caña, ser crítico, realista, valiente y, sobre todo, no perderse las buenas oportunidades que, a veces, nos brinda la vida. Siempre quedan batallas por librar si uno quiere. La juventud es un estado del espiritu, no una etapa de la vida (eso decia Sócrates). Seguiremos vivos y cañeros mientras, al margen de nuestra edad física, todavía volvamos la cabeza cuando nos crucemos con un pibón por la calle o la emoción de la aventura nos ponga un poco "pila".
Todavía queda la moto como fiel compañera, sí. Ella pocas veces nos traiciona sin motivos. Sea dentro o fuera de una pista, allá en La Mancha, recordé de nuevo esa gran verdad. Así que si os preguntan alguna vez por qué lo hacéis, por qué corréis, por qué no vegetáis, sobre la moto o en la vida, si pensáis como yo, podéis contestar con la frase que adornaba las motos del gran Mike “The Bike” Hailwood: “For Love of the Sport”, por amor al deporte, a la competición, a la superación propia de uno mismo. Creo que no estaremos exagerando; a nivel personal no conozco ninguna alabanza más loable en este mundo.
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