Los homenajes... mejor en vida

A lo mejor caímos en la tentación de mirarnos el ombligo, del autobombo, de echarnos flores como si fuéramos campeones del mundo en algo. No lo sé aunque, modestamente, creo que no, que no caímos en esa trampa. Quizá porque no le dimos más importancia que la que tenía. Simplemente fue un sencillo acto de justicia y aclamación entre amigos, ni más ni menos. Tanto admirar a héroes míticos, vivos o muertos, y resulta que siempre hemos tenido uno tan cerca que casi lo veíamos como algo normal. Seré juez y parte de la cuestión pero creo que no exagero si digo que la mayoria pensamos que, relamente, el protagonista de esta historia es un tio muy grande, un motorista eterno, de la vieja escuela, silencioso, radical, discreto a menudo pero siempre incesante. Cierto, un científico de vocación jamás se jubila... un motorista "sanguíneo" tampoco.

El caso es que teniamos ganas de rendir un pequeño homenaje a ‘El Motorista’ ¿y qué mejor lugar que en nuestra querida invernal Estrella de Javalambre para hacerlo?, ¡no se me ocurría un escenario más apropiado! Asi que avisé a los amigos y pronto preparamos un “plan” con la ayuda de Peter y sus colegas del MCZE, organizadores de la Estrella (por enésima vez: ¡gracias!).

El domingo 30 de enero, antes del sorteo de regalos, Peter se subió al escenario y habló del madrileño que le habló hace veinte años de aquella aventura italiana que era la Stella Alpina. Luego llegó el momento entrañable de la entrega de la placa. Fue muy emotivo, sencillo y sin pecar de pesados. El viejo maestro se nos emocionó un poco justo después de coger el micro y dejarnos bien claro que todavía hay planes futuros, incluyendo una subida cronometrada nocturna para, tal vez, la próxima edición de la Estrella. En fin, hoy tengo ganas de hablar de mi padre.
De pequeño ya me di cuenta. No todos mis amiguetes y vecinos tenían un padre que había sido corredor de motos y luego rutero incansable, por no hablar de su faceta como mecánico, creador de pequeñas motos y de extraños inventos como aquella aspiradora con la que pintó una vez una de las motos de los "Cuervitos” (de la Escudería Los Hierros, mejor dicho). Durante años, sufrí y aprendí algunas cosas y eso que soy bastante torpe (sobre todo con la mecánica) mientras disfrutaba y conocía sus convicciones, sus amigos, sus broncas terribles y sus pequeños y grandes sueños. Algunos al alcance de cualquiera que lo desee de corazón, otros solo viables si existe un montante económico por medio. Aprendí que excusas para no hacer grandes cosas en la vida hay muchas, muchas... casi siempre consiste en lo mismo, en la misma elección: el camino correcto o el camino fácil... él lo dejó claro con sus acciones.


Muchas páginas llenaria con todas sus ideas, proyectos, anécdotas y sueños. Solo comentaré algunas cosilas. Primero, los dos sueños que no ha conseguido. Dos sueños que destacaban, quizá, por encima de otros. Uno era viajar a la concentración de Elefantreffen, viaje que por un motivo u otro (casi siempre las penurias económicas abortaban el intento) se fue retrasando y, cuando se inició, no terminó con éxito. El otro, mucho más especial y difícil, era bajar al desierto, al mítico Tamarrasset, por dónde ya habian pasado multitud de participantes del París-Dakar, por ejemplo, y docenas de aventureros anónimos con motos totalmente "improcedentes" para la mentalidad actual: viejas Sanglas 400 azules, Vespas o pequeñas Yamahas 125... Todos esos reportajes están todavia documentados en su librito "de guerra" (junto a mapas, reseñas, referencias e ideas de todo tipo sobre el mundo de las dos ruedas) . ¿Qué atracción nos brindaba el desierto?, ¿por qué todavía pensamos que hasta que no pisemos su infinito manto dorado no habremos vivido una auténtica aventura?, ¿será esa sensación de libertad y gloria que una vez en marcha quisó trasmitir por televisión aquella piloto española que participó hace pocos años patrocinada por Caja Postal? Tal vez... ojala un día tenga la respuesta. Al final mi padre no ha podido cumplir estos dos sueños pero no se queja. La cita alemana ya no es tan apetitosa a sus ojos y bajar a Argelia es, desde hace ya muchos años, casi imposible. Si a eso le sumamos su delicada salud de hierro se comprende lo de "al final" de la frase anterior. El maldito dinero que nos faltó para tantas cosas, para tantas carreras y viajes, para tantos proyectos, no evitó que el amigo volara libre y viajara sin parar por España y por Europa solo o acompañado, año tras año, con cualquier excusa. Porque también hay que contar los sueños, pequeños y grandes, cumplidos: corredor de Montesa, pionero de la ruta en este país, cofundador del MCT, organizador de concentraciones, carreras y motoclubs... amigo inseparable de los franceses de Olorón, testigo directo de aquella mítica concentración de Andorra de 1974, colaborador durante años en Solo Moto, restaurador de viejas máquinas, etc, etc, ¡hasta motorista en la Vuelta Ciclista a España! Es curioso, él y su amigo el "Chiqui" llegaron a rodar en el circuito de Jerez antes de celebrarse su primer Gran Premio. En fin, ¡tantas anécdotas...!


Por mi parte, claro, llegué un poco tarde a muchas cosas, a muchas citas (obviamente, casi treinta años de "desfase" ocasiona estas faenas) pero tampoco me quejo. Disfruté de viajar con él muchas veces a Montjuic, a Francia, a Italia, a docenas de reuniones en los Pirineos, siempre hacia el norte. El recuerda con especial cariño nuestro primer viaje juntos en su Vespa, camino de Montjuic, en el verano de 1982. Aquella mañana me avisó que me ataria con pulpos a su cintura si me dormia. Eran muchos kilómetros para un niño que apenas habia montado en moto pero creo que no hizo falta. Un poco antes, en 1980, me hizo mucha ilusión ver como recibía su último trofeo "serio". Fue en la fábrica Vespa, cuando terminaron aquella aventurilla por toda España. Fue el primero que llamaron en la entrega de trofeos después de la interesante visita que hicimos a la fábrica y a su linea de montaje. Años después le he visto recibir varios trofeos más en concentraciones y reuniones francesas pero era otra cosa, sin apenas importancia, casi como un reconocimiento humilde a su pasión por el motociclismo. Afotunadamente, conservo muchos recuerdos fantásticos y algunas sensaciones genuinas que todavía paladeo. Algunos gracias a las fotos, otros simplemente gracias a la memoria del corazón. Pienso en el circuito del Jarama, por ejemplo, en las veces que fuimos cuando yo era pequeño. En nuestras aventurillas en el mundo del motocross infantil. A los precioso viajes mediterráneos camino de la Stella Alpina o de algún pueblecito francés…

Recuerdo ahora algunos momentos puntuales de nuestra casi anónima existencia que quiero compartir...

Por ejemplo, mi primer recuerdo motero: de paquete en su Ossa, muy pequeñín, volviendo de Leganés a casa... caía tal chupa de agua que en Carabanchel Alto paró y dejó la moto en un viejo parking de barrio. El encargado se apiado de nosotros, por mi presencia supongo. Creo que no tenia ni siete años, ¡estas cosas en estos días son totalmente impensables, claro! No recuerdo como llegamos a casa pero él volvió al día siguiente a por su Ossita. Recuerdo aquella tarde casi con nitidez, como si hubiera pasado hace un año o dos.


Recuerdo lo que sentí, algunos años después, en una de sus míticas vuelta a los puertos de los domingos. Pocos domingos no cogia la moto. La mitad de las veces, a partir de cierta edad, yo iba de paquete en su Guzzi. Esta vez fue distinta, sin embargo: fue la primera y única vez que pase miedo con él. No recuerdo muy bien qué año fue ni con qué amigos ibamos de curvas. Tuvimos dos momentos alegres. En uno rozó con el escape izquierdo y sentimos una oscilación extraña. A mi se me pusieron de corbata. Luego nos confirmarian lo que habia pasado porque habian visto las chispas brillar desde atrás. Una media hora más tarde, bajando por Navacerrada, me acojoné ya en serio. Iban ligeritos y en una apurada de frenada, a derechas me rozo una rama en el casco. No exagero. Un poco más fuerte y me caigo. El resto del “viaje” fui algo tenso... pero bonita jornada, sin duda.

Saltamos diez años o más, estamos en febrero de 1997, regresando de, precisamente, la Estrella. En aquellos años él rodaba todavía rápido con la maldita R100RS que tantos problemas nos dió y yo ya había heredado la nerviosa Zephyr, aquella maravillosa Kawasaki que era puro corazón y aceleraciones endiabladas, y empezaba a espabilar en serio. Salimos junto a un grupito de conocidos, incluyendo a Laura, vieja amiga del querido MTM de Madrid, que iba muy bien con una preciosa SZR660 (aquella extraña pero deportiva Yamahita de carretera que montaba el motor de las Ténéré) . Durante algunos kms fuimos todos juntos pero luego mi padre comenzó a tirar y, como el día era propicio para divertirse (el sol lucía generoso aunque fuera febrero), me puse a su vera dándome cuenta que, fijate tú por dónde, en aquella “época” rodábamos al mismo ritmo. Ninguno tenia que esperar al otro, cosa que sí pasaba años atrás. Aquel viaje de vuelta a Madrid lo recuerdo con ternura porque fueron unas pocas horas llenas de pasión y disfrute al máximo. En aquellos años no se miraba tanto las cunetas, no habia tantos radares, tampoco habia tanta tonteria sobre “qué gomas has puesto en la moto”, no habia muchas preocupaciones. Mi casco era viejo y feo y mi chupa de cuero "Best" de Andorra era muy bonita pero iba combinada con mi viejo pantalón de camuflaje de la mili, una combinación espantosa pero auténtica ja,ja... (Años atrás, en el 92, volviendo también de la Estrella, él con su XT600E y yo con mi lenta SR250 la cosa habia sido muy distinta).

Otro momento glorioso lo compartimos hace pocos años, tal vez en el 2005, junto a otros buenos amigos, David y Mario entre ellos. Ibamos a una reunión de los franceses, en Issor, en total 4 o 5 motos. Mi padre delante. Llegamos a un cruce con una autovía, pasado Tafalla si no recuerdo mal, y en una rotonda se equivoca y se mete en la autovía en dirección contraria. Enseguida se da cuenta, justo en la incorporación. Se detiene en el arcén y nos lo dice mientras se enciende un cigarro. Dar la vuelta es imposible y peligroso. Mira a los lados y nos dice que crucemos la autovía cuando no vengan coches. Nos miramos y algunos sonreímos. Venga. Lo hacemos en un instante, no se ve un alma. Reemprendemos la marcha convencidos de que nadie ha sido testigo pero justo un minuto después cuando miro por uno de los retrovisores veo la inconfundible silueta de una blanca BMW de la Guardia Civil. Obviamente nos paran a todos (bueno, miento, uno, Mario, se escapó discretamente, como quién no quiere la cosa). Silencio. Pasa fácil un minuto entero. Nos piden los papeles. Pasan dos o tres minutos más sin que pronuncien palabra alguna. Mal rollo. Mi padre ya está fumando otra vez, los demás algo acojonados esperando la "sentencia". De repente uno de los dos guardias le increpa lo que hemos hecho. Mi padre le da la razón (norma básica para poder “negociar” con ellos) pero les dice (cito casi textualmente): “Mira, muchacho, tienes razón pero como comprenderás a mis años esto de las autovias es muy moderno, me lio enseguida, confundo las cosas, tantas lineas y señales... lo siento, vamos hacia la frontera y me he equivocado, si pudieráis indicarnos el camino...” La cara de la autoridad era un poema, claro, y nadie soltó palabra alguna, yo flipaba internamente justificando al mismo tiempo lo que habiamos hecho solo por disfrutar de aquel momentazo. Enseguida, uno de los guardias, no recuerdo cual, nos dijo que solo nos iba a sancionar por un motivo pero que podia hacerlo por varios: cruzar linea continua, no respetar señalización vertical, conducción temeraria, etc. Para más coña terminó su arenga diciendo que podiamos avisar al otro, el que se habia escapado, que no le iba a sancionar y que luego nos indicaban la dirección correcta para subir a Francia. Sin duda aquellos guardias eran unos santos varones, quizá porque también eran motoristas.


En marcha y en parado... también en parado se disfruta. No solo de los bailes, de las infinitas charlas nocturnas, de los juegos, de las reparaciones de emergencia, de dormir en los arcenes un rato, de perderte en mitad de ninguna parte... recuerdo sobre todo esa sensación de pequeña libertad tranquila que reina cuando te sientas en el suelo, apoyado en la pared de una casa desconocida de un pueblo por donde nunca habías pasado antes. Da igual si es a las dos de la tarde o son las dos de la mañana. Sin preocupaciones, sin prisas. Esa paz interior que inundaba tu alma mientras tu fiel compañera se enfriaba a muy pocos metros de ti. No sé si me sé explicar pero jamás he vivido sensación similar de tranquilidad, de calma, de estar en paz. Sí, tal vez en la cumbre de una montaña respiro la misma sensación (¡que no el mismo aire!).

De vez en cuando recuerdo que cada día está más cerca la hora en que nos quedaremos más o menos solos, en que muchos seres queridos ya no estarán por aqui. Seguirán estando pero no de la misma manera. A veces creo que en ese futuro solo estarán los hijos como seres queridos cercanos. Los amigos más mayores desapareceran, los padres, los tios, algún profesor, ese buen vecino, ese compi de la oficina inigualable, algún camarada del alma... es ley de vida. No es un reproche pero pienso en ocasiones en ese momento y qué nos quedará del pasado: los recuerdos. Todo se termina alguna vez, por eso, supongo, opino que los homenajes hay que celebrarlos MEJOR EN VIDA. El homenaje de rodar, de vivir, de aprender, de dar las gracias, de reconocer y, sobre todo, de disfrutar. De no perder el tiempo. De no ahorrar una sonrisa. No quiero cerrar el libro pensando que desperdicie muchas páginas.

Gracias a todos los que nos habéis acompañado en el homenaje. Gracias, por supuesto, a los amigos que habéis soportado a mi padre estos últimos cincuenta años, a todos los que nos habéis acompañado, ayudado y mil cosas más. A todos, mi más sentido agradecimiento. No quiero poner nombres porque, seguro, se me olvida alguno. Sin vosotros no somos gran cosa. Os aviso, todavía quedan cartuchos por quemar, la fiesta todavía no se ha terminado. Durante este año iniciamos una nueva aventurilla en los circuitos. El maestro estará alli controlando el percal. Otra excusa más para disfrutar de la vida, de los amigos y de las motos. No hay paréntesis, no hay excusas, no hay afán de protagonismo, solo ganas de seguir haciendo lo que nos gusta, mirando hacia delante, siendo lo que somos. Gracias por tus lecciones, papi.



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GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...