Escapada a Hervás... y a dónde nos llevaba el viento.

Con poco más de 7000 kilómetros en el marcador digital de mi querida XSR llegamos a finales del mes de junio y apareció la oportunidad de estar día y medio rodando por puertos y tramos guapos bajo un clima bastante benigno, ¿quién no se iba a dejar seducir por tal propuesta? Además la orografía escogida era de las mejores que tenemos los madrileños a mano: hacia el Oeste, hacia Gredos y el Valle del Jerte, ¡sobran comentarios!

Salí después de desayunar, rumbo a Venta del Obispo, uno de nuestros tramos favoritos (desde El Barraco). La de veces que lo habré disfrutado. Muchos años, muchas ocasiones pero desde hace más de diez años siempre con mi fiel Infinita, que todavía estaba en rodaje en esos días. Se nota enseguida la diferencia entre ambas magníficas monturas. La Fireblade, logicamente, tiene un chasis más de carreras, un tremendo apoyo delantero... y un motor casi infinito. Esa combinación junto a la experiencia sobre ella provoca que cualquier mortal como yo parezca "rapidillo" encima de ella y el tramo de marras pase volando, lleno de emociones, frenadas interesantes y aceleraciones fulgurantes... Pero con la XSR la cosa cambia un poco... aunque la esencia es muy parecida. Llevas una posición mucho más cómoda que te permite trazar y rectificar mucho más fácil. Su chasis es noble y suficiente para rodar alegre, por supuesto. Su motor también es suficientemente potente como para no notar que vas de "paseo" y sus frenos ahora mismo van de lujo por lo que, aunque no tengamos mucha experiencia con ella, y no la estemos sacando mucho partido, al final no tardamos mucho más en llegar a la "meta volante" de la Venta en comparación con la del ala dorada. Cosas de la vida, etapas que uno va quemando... 

Ahora me cuesta un pelo subirme en la Fireblade. Mi espalda no me duele pero ya no tengo veinte años, ni treinta, sé que me entendéis. Con estas pequeñas reflexiones de recta y con mi pequeña mochila detrás como único equipaje (más que suficiente) paré allí a tomarme el segundo desayuno de la mañana, ligero pero super agradable: Coca normal y pincho de tortilla. Como era viernes no había tráfico ni gente, estaba casi solo. Bendiciones que suceden pocas veces...

Seguí rumbo a Barco de Ávila por ese fantástico tramo que surge desde el cruce famoso hacia el Parador de Gredos y demás localidades (AV-941), lindando casi en todo momento con el río Tormes. Tuve la fortuna de no encontrarme con apenas tráfico y las condiciones eran perfectas para rodar. En un momento anterior había repostado (fruto de la maldición de esta Yamaha: su ridículo depósito de solo 14 litros te obliga a pensar dónde hay gasolineras mucho más que con otras motos). Enfilé pronto hacia Extremadura y el apreciado puerto de Tornavacas (sobre todo subiendo) que tenía que gestionar esta vez cuesta abajo mientras ya pensaba dónde repostar (¿podría en el pueblo de Jerte?). Bajando casi piso con la rueda algo en el suelo.. ¿una piedrecita?, no, ¡una cereza!, claro, menuda zona de cerezas ricas aquella, por no hablar de sus preciosos cerezos en flor allá por abril más o menos.

La idea era desviarme hacía el viejo conocido puerto de Honduras (carretera CC-102). Antes tuve que adelantarme varios kilómetros hasta una gasolinera porque estaba claro que no llegaría al pueblo de Hervás, una vez atravesado el mencionado puerto, con caldo, y no me atraía la idea de bajarlo en putno muerto y luego buscar otra gasolinera. 

Hacía muchos años que no pasaba por allí. Me habían comentado, tiempo atrás, que lo habían reasfaltado. La verdad que me lo encontré en buenas condiciones y muy solitario pero no me pareció tan magnífico como la primera vez que lo descubrí. Paré arriba del todo para ver las fantásticas vistas y, a lo lejos, el pueblo mencionado antes, el mismo que acoge el famoso museo de motos y coches antiguos. Esa sería mi parada "larga" programada. Llevó años recomendando su visita a mucha gente pero por H o por B yo era el que no iba nunca. Mi padre también tenía ganas de conocerlo. A ver si lo logramos juntos algún día...

No era ni mediodía cuando llegue a Hervás. Enseguida localicé el museo después de escalar por una rampa que no me esperaba. No había gente, estaba todo rodeado de una calma tan densa que me hizo pensar que estaría cerrado... pero no. Me atendieron muy bien y estuve un par de horas disfrutando de los tesoros que allí guardan. También me subí al mirador que tienen... espectacular. 

Entre los modelos que descubrí en el museo me llamaron la atención la BMW R-27 de 1962, una Royal Enfield militar, los sidecares, una preciosa Velocette negra, alguna antigua Derbi y, por supuesto, una Ducati Elite, muy parecida a la que reconstruyó mi padre en el año 2002, con la que llegó en marcha hasta el evento de clásicas de Colombres. También me encantó ver una YZF 750, eso sí, pintada de amarillo (podía ser otro color...), la hermana mayor de mi FZR del 94. Los coches americanos que luego descubrí también me parecieron interesantes, curiosos. Parece mentira que se movieran con vehículos tan largos y anchos, ¡vaya barcos!

Iba a comer por allí pero al final decidí arrancar y seguir camino, esta vez dirección puerto de Béjar. Iba tan a gusto que los minutos pasaron con tranquilidad y sin hambre. Luego llegué de nuevo a Barco de Avila, por la misma glorieta que había abandonado aquella misma mañana. Me detuve como quince minutos para ver el río y hacer un par de llamadas. Pensé en buscar dónde comer allí mismo... pero otra vez continué, rumbo hacia Gredos donde, por fin, algo después paré en un bar de pueblo. Una rica hamburguesa aldeana y una Estrella Galicia fresquita, acompañado de más gente y de demasiadas moscas, formaron mi comida aquel soleado día, a unas horas ya algo tardías. No tenía prisa. Pedí el obligado café con hielo y surgió la oportunidad (¡vaya racha!) de ver a mis padres aquella tarde. Como faltaban casi dos horas para vernos en Venta del Obispo (¡otra vez!) me pase la mitad de ese espacio de tiempo recorriendo el tramo desde Hoyos del Espino hasta el cruce con la N-502 un par de veces. Algo ilógico pero muy divertido. Sobra decir que no había casi nadie por aquellas carreteras. Parecía un regalo... Y llegaron las 17h30 (si no recuerdo mal). Llegué a Venta y solo tuve que esperar como quince minutos. Vi un Opel gris acercarse. Eran ellos. Otro cafetito pero en mejor compañía. Yo tenía la opción de volver a casa pero, al final, decidimos ir juntos hasta Hoyos del Espino y dormir en el hostal Galayos, un viejo conocido. Un poco de aire puro nos vendría bien y hacía eones que no compartíamos una escapada juntos. Justo recordamos el Gredos Trophy de finales de abril del 2019 con los amigos Tortugas y nuestra estancia allí. Menuda excursión fantástica aquella de dos días. No había vuelto a parar en aquel establecimiento. 

La tarde pasó tranquila y agradable. Hicimos algún recado como ir a la farmacia mientras disfrutábamos de la terraza del mesón-hostal. No había mucha gente pero de vez en cuanto pasaba alguna moto. Cenamos muy bien en uno de los sitios que conocemos de toda la vida y la noche trascurrió sin frío ni calor. Amaneció temprano y me di una vuelta a pie por las inmediaciones del lugar, viendo caballos, alguna vaca antipática y algún lugareño atareado con su huerto. Luego descubrí varios conejos, algunas gallinas y algún gato, todos conviviendo en aparente armonía detrás de una valla. Me quedé como hipnotizado un buen rato viendo lo sabio que son los animales, siempre viviendo en la naturaleza, sin ciudades, sin dinero, sin diferenciar un día de otro, sin humos y sin prisas... ¡Cuánto deberíamos aprender de ellos! También pensé en mi futuro, bueno, en uno de ellos, de esos que vas pensando sin prisa y sin demasiadas ilusiones por si acaso se tuerce: el de vivir en unos años en un lugar tranquilo, lejos de las ciudades. Mientras volvía hacia el hostal descubrí pájaros que parecían estar empadronados en el pueblo... y cigüeñas (o algo parecido, seguro que no acierto), y algunos nidos ubicados en alguna atalaya o tejado, esas cosas habituales y tradicionales que no vemos mucho los de ciudad...

Desayunamos de lujo, como no podía ser de otra manera. Otro paseo pero esta vez no visitamos la plataforma de Gredos. Siendo sábado empezaba a masificarse, por supuesto. Decidimos a mediodía poner rumbo a casa tranquilamente, parando luego a comer en el pueblo de Navas del Rey, en uno de nuestros restaurante favoritos. Antes, por el camino, paré en algunos lugares par hacer fotos, también en Navalosa (el pueblo de mi abuelo paterno) dónde hay alguna figura curiosa del folclore local, a pie de carretera, como el de la imagen que os pongo aquí... ¡el Cucurrumacho!

Y así concluyó aquella escapada bastante improvisada pero muy satisfactoria. Pasar por Gredos y todos aquellos lugares revitaliza mente y cuerpo, estoy seguro. Que a cambio echemos algo de humo es casi imperdonable pero como la XSR cumple la normativa Euro4 no me siento muy mal por ello... 


GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...