Otoños vitales...

 

Los otoños de calendario son épocas asociadas, tradicionalmente, a la melancolía, a la introspección, incluso a la tristeza y la soledad... Supongo que la literatura romántica del siglo XIX contribuyo decisivamente a ello, no lo sé. Realmente es una época con menos horas de luz, algo que no me gusta mucho porque el astro rey es una de las fuentes de alimento del ser humano. Sin el sol no podríamos vivir con salud... ergo es una estación especial, al menos para mí, que tiene su encanto a pesar de ese handicap. Sus colores, su clima moderado, sus paisajes, el adiós al verano, la obertura hacia un nuevo fin de año en el horizonte... Todo eso está muy bien pero si nos invade esa melancolía seria un error encerrarnos en casa salvo que fuera para escribir un buen libro o pintar varios cuadros que se convirtieran en joyas artísticas. La alternativa, como siempre, es salir al mundo y compartir horas felices con amigos y conocidos... y si hay motos y rutas, mejor. Sé que me entendéis, no cuento realmente nada nuevo...

En septiembre pasado tuvimos algunos felices encuentros, de los que permiten cargar las pilas. Volvimos a Juarros para empezar. Ya no celebran su mítica invernal pero, de alguna manera, retomamos cada varios meses el contacto y alguna visita. Esta vez no tocaba cochinillo, eso para la "invernal" prevista para febrero, cuando se celebraba su reunión, esta vez unas sencillas hamburguesas acompañadas con diversos platos sencillos y buenos caldos, fenomenal excusa para vernos y hasta compartir rutilla desde el Alto del León, donde la niebla era terrible, como podéis apreciar en la foto de arriba.


Un placer volver a ver y compartir mesa, entre otros, con Rosa, con Miguelón y Mayka, con mis padres, con Joselito y, obviamente, con Luis y Rosi, los anfitriones, los mejores sin duda, una vez más. Por San Brembo, ¡qué elenco de mujeres tan simpáticas y cañeras, me encantan todas! Una vez más... (risas por favor).

Unos días más tarde nos apuntamos a una presentación de la marca Royal-Enfield. Teníamos curiosidad por probar las 650, las Continental GT e Interceptor y, de paso, saludar a los amigos y conocidos que llegaron con idénticas intenciones, amigos como Angel, Kurtis, Indira, Iñigo y Andrea, mis padres otra vez, Joselito, en fin, buena pandilla... La moto que probé me pareció muy manejable, con buen chasis, con una horquilla mejorable pero una moto llena de personalidad y diseño...


En octubre ya os conté el viaje al camping de Anzánigo en el post anterior. Ya durante noviembre socializamos poco, solo una noche en nuestro bar fetiche, el Daytona, donde Inma y yo nos juntamos con Juanki, Tyto, Rosi.. a falta de Mónika que seguía de viaje, lástima. Un par de horitas de charla y repaso siempre viene bien.


Y para diciembre nos quedaban algunas visitas interesantes... y un reencuentro muy esperado: con la panda de Barajas, basicamente esta vez con el "Choncho" y con Mudo, y con la excusa de tomarnos una buena paella. Dicho y hecho, después de muchos meses de ausencia volvíamos a nuestro viejo taller favorito, Le Mans III, donde Alfonso "Choncho" nos esperaba entre motos clásicas, viejas herramientas y aroma a grasa, para poner rumbo luego, con mi padre y Luisito, hacia nuestro mesón favorito de Barajas. 


La paella fue de escándalo y el pulpito para abrir boca... y los postres... y las copitas... vamos, lo de siempre,  y entre sabios veteranos, ¡yo era el becario en aquella mesa!


Terminamos el mes con otra escapada ligera y corta hacia las postrimerías de Gredos con David y Pablete. Paramos en la icónica presa de El Burguillo, en el valle de Iruelas. Habíamos pasado juntos más de tres horas, bajo un clima apacible, rodando a nuestra manera, con dos motos grandes y la humilde 125 del joven cadete, todos con ganas de que llegue abril para que pueda subir de categoría y en las rectas no se aburra tanto el infante y el personal... Cómo no, hicimos esa foto típica de las motos en la presa, con el embalse al fondo y, al otro lado, en alguna parte, el río Alberche


Y para rematar la temporada, hablamos de volver a quedar en Cruz Verde el último día del año para decir adiós a, precisamente, ese año extraño, el 2021, donde al final tuvimos más sucesos extravagantes de los previstos, como el asalto al congreso americano, nevadas gigantescas, volcanes en erupción... ¿cuándo saldrían los aliens o los zombis?

Subimos pocos aquella mañana de viernes al mítico cruce de caminos, aunque el sol estaba fuera hacía algo de fresquete, normal, pero creo que no había excusa sólida para no verse con los amigos. Cuando hay ganas de verdad es fácil verse, nos pilla a mano a la mayoría y aunque era viernes algunos, como nosotros, no tenían que trabajar ese día. Mientras llegaba a la Cruz pensé que no iba a pedir un caldo como el año pasado en las mismas circunstancias, aquel caldo que me marcó: tres euros por un líquido soso a más no poder, sin ningún tipo de "aliño", ni huevo, ni un chorrito de Jerez ni nada por el estilo..., marca de la casa en todo caso, imposible pedir nada serio en aquel mesón mítico, lugar que, sinceramente, queremos pero donde resulta costoso consumir cualquier cosa que cruce tu mente. Si pido algo, suele ser lo "mínimo"  y más que nada para ver la foto de mi padre que sigue en su marco, junto a la cafetera, con su marco rojo rodeando la mítica foto en blanco y negro de 1965...

Al llegar, acompañado de David y sus hijos, Pablete con su Honda y su hija de paquete en la Fazer, esperamos un rato bajo el solecillo que alumbraba. Después revisé el móvil y vi que Joselito y Alvaro no podrían acercarse al final. Registramos con la mirada la "pasarela Cibeles" de aquel viernes y en un rato nos abrochamos los cascos. Nos dimos una buena vuelta para decir adiós al año de marras. Terminamos en Navaluenga, pero el Pit Lane estaba cerrado hasta pasado Reyes, decía. Por el camino, les lleve por la zona de curvas desde pasado las Navas hacia Hoyo de Pinares, para que Pablete disfrutara. Le dejamos delante y, ciertamente, imprimió un ritmo increíble, tan rápido que fue alcanzando un coche de los de verde que iba más adelante... Detrás de Pablete vi que no cortaba, yo sí, lo último que quería era terminar el año con alguna "receta". Afortunadamente, al llegar al pueblo lo perdimos de vista, esperamos a David y le pregunté al zagal si no había visto el coche delante, ya a escasa distancia.

Luego continuamos el camino hacia Navaluenga, y en el tramo que llega hasta Cebreros vimos un accidente de tráfico, con un coche involucrado y seguramente algún vehículo más, quizá alguna moto por el numeroso grupo que aguardaba justo en la mítica y complicadilla curva del río Becedas, dónde se detuvo precisamente el coche de Tráfico que habíamos "perseguido" minutos antes... Mala manera de terminar un año.

Subimos aquel tramo sinuoso sin compañía, ligeros y pasado Cebreros seguimos disfrutando de unas carreteras casi desiertas hasta llegar, como dije, a Navaluenga y cambiar el famoso bar-asador mencionado por otro establecimiento más céntrico, donde había otro grupo de motoristas comiendo ya.

Y tranquilamente, sin prisa y sin pausa, tomando algún bocadillo y regresando tiempo después con una sonrisa en la cara, así fue como terminamos el último día del año pasado. Esa tarde habría que preparar la mesa grande en casa para la cena de noche vieja y sacar las copas, en fin, todas esas cosas tan familiares y tradicionales... pero lo mejor lo habíamos disfrutado durante muchas horas ese mismo día... con los amigos y las motos, dejando atrás además el otoño y dando la bienvenida a un invierno que esperábamos con ganas...

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GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...