Descubriendo Cazorla (¡hacia Segura de la Sierra!)


Hay muchos rincones en España dignos de visitar. Pasan los años y como en ocasiones repetimos trayectos al final también apetece conocer paisajes nuevos. Hacia tiempo que rondaba mi cabeza conocer con la moto la zona limítrofe a la "frontera" entre las provincias de Albacete y Jaén. Solo había estado por Riópar, el nacimiento del río Mundo y el pueblo de mi madre, Bienservida. Tenia ganas de bajar más al sur y conocer la famosa sierra de Cazorla y su Parque Natural. A Iñigo y a Julito les cuadraba bastante la idea y allá que fuimos los tres a principios de noviembre, saliendo un viernes de casa con la intención de pasar una o dos noches por allí. Un placer siempre hacer kilómetros y vivir aventuras con estos elementos...


Salir un viernes después de comer por una carretera tan transitada como la de Andalucía suele ser bastante latoso a esas horas pero no teniamos mucho más margen. Al final nos juntamos en Valdemoro y tiramos a buen ritmo hasta que paramos en un bar a corta distancia de Valdepeñas. Para esta ocasion yo iba con mi "renovada" FZR, ya con su reglaje de válvulas hecho y recién carburada, menuda diferencia de aceleración en comparación con la versión de un par de meses antes, camino a Zamora.


Antes de entrar al restaurante, donde disfrutamos de unas ricas sopas castellanas y unas carnes sabrosas, descubrí alucinado que uno de mis pulpos estaba ¡roto!, anclado todavía a la estribera trasera derecha. En algún momento se había cortado en marcha, con el peligro que estas cosas siempre suponen. Por fortuna, no sentí ni pasó nada. Quizá lo tensé demasiado y no aguantó. Iñigo salió al rescate y metió mi pequeño macuto en una de las maletas de su fabulosa Z1000SX...¡gracias! Aqui una foto de los figuras (una foto donde no sale la botella del buen vino de esa tierra...).


Por fin abandonamos la autovía y empezamos a transitar por carreteras más desconocidas y divertidas. El sol iba declinando poco a poco mientras tomábamos rumbo hacia Villanueva de los Infantes. El ambiente era tranquilo y con pocas luces. Pronto rodariamos de noche, pensé, mientras llenábamos los depósitos en un pueblo del que ya no recuerdo el nombre.

Yo iba algo incómodo con mi vieja chupa de cordura, a la que tengo que cambiar las cremalleras, por cierto, pero estaba disfrutando detrás de estos dos tunantes y de la docilidad de mi ágil montura. Enseguida nos cubrió la noche, estábamos a unos cien kilómetros, o pocos menos, del pueblo donde habia hecho la reserva para dormir, un pueblo que era por lo visto realmente hermoso: Segura de la Sierra. Antes de llegar disfrutamos de muchas curvas y hasta de la "emoción" de ver un animal cruzando rapidamente la carretera. Paramos en el límite de una glorieta desértica para que fumaran mis dos amigos y orientarnos un poco. Eran más o menos las siete pero parecía mucho más tarde. El pueblo estaba en lo alto de un monte, y coronado por un viejo castillo, en pleno corazón de la Sierra de Segura, casi ná. Sin duda toda una experiencia conocerlo y subir por aquella carretera angosta y con pendiente que ascendia poco a poco hasta el aislado pueblo, cuna del poeta Jorge Manrique


Costó encontrar el alojamento, un curioso apartamento rural bien decorado rodeado de calles empinadas. El viento y el frio se habian incrementado a medida que subiamos hacia el pueblo y el alojamiento estaba justo a las faldas del castillo, en lo más alto de la localidad. El viento era tan molesto que hasta me quedé con el casco puesto un buen rato mientras intentamos ubicarnos y hablar con el señor del apartamento por el móvil. Era un laberinto de corredores, callejones y calles pero resultaba muy auténtico y pintoresco el pueblo, sin duda. Por fin pudimos dejar los trastos, cambiarnos y buscar dónde cenar. No habia muchos sitios abiertos a eso de las once de la noche pero encontramos un magnífico mesón cerca de la entrada del pueblo, donde disfrutamos mogollón, casi en solitario, y junto a una lumbre que no esperábamos pero que agradecimos bastante.


Luego visitamos algunos de los rincones del pueblo, algunos dignos de ser enmarcados, para terminar, como último acto de la noche, en un garito de copas y música. Siempre que paso por un pueblo así y descubró el precio de las copas me maravillo. En otros tiempos aprovechaba, ahora nada, un vodka con naranja y poco más. Lo mejor son las charlas entre nosotros y con los paisanos que se cruzan en el camino. Y esa sensación, como siempre, de libertad, de estar a tu bola... ¡y solo había comenzando el finde!


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GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...