Un año con una tigresa... ¡inglesa! (y el viaje a los Alpes que no fue).


Parece mentira pero la de cosas y motos (términos antagónicos, por cierto) que pueden cruzarse en tu vida sin verlas venir... o trabajando para que suceda, eso también. La pequeña historia de hoy quizá mezcle ambas tipologías. El caso es que durante estos días de junio (aunque me leas a partir de julio) cumplimos, cierta moto británica y el menda, un año de fraterna unión... no exenta de detalles, alegrías, chascos y redescubrimientos personales (suena melodramático pero no lo es).

No era ningún secreto entre mis amigos que buscaba, hace tiempo, volver a tener una moto para viajar holgadamente (con la XSR y su "depósito" es insufrible por el tema de los repostajes) y, sobre todo, con mi Inma, ahora que los nenes son mayores y no requieren tanta "monitorización". La Fazer, mi exmoto, la última de mi padre, sigue en perfecto estado pero con la idea de conservarla Forever no pensé en recuperarla para uso, digamos, más habitual, aunque durante estos últimos años la hemos sacado a pasear, a solas o a dúo, varias veces. Digamos que buscaba una nueva moto, de segunda mano, fiable y "razonable" para los dos objetivos que mencionaba antes.

No exagero, siempre me gustó la Tiger. Polivalente, suficientemente potente para viajar con decencia, bonita, manejable y bastante fiable (aunque tiene un talón de Aquiles, el regulador). Encima todo ello con una personalidad británica que me encanta. Recuerdo cómo "me presentaron" este modelo face to face. Ya la había visto docena de veces, al poco de salir al mercado, pero un par de años más tarde, quizá, en el taller de Neumáticos Richards (dónde Mario, no el de Ricardo que tiene el suyo en la calle Cartagena) me la encontré a corta distancia sin proponérmelo. El mecánico arrancó una moto justo a mis espaldas. El silbido me encantó. Antes de girar la cabeza pensé que se trataba de una pequeña deportiva, alguna R de 600 quizá. Cuál fue mi sorpresa cuando me encontré, negra, una Tiger de las primeras. ¡Ostras, qué sonido maravilloso! Ya ese "toque" me hizo mirarla con más cariño desde entonces...

Y sucedió que durante la primavera del año pasado fui haciendo "filtro" y entre las finalistas quedó una Tiger 800 del 2016 en buen estado, aunque con casi 70.000... a un precio muy razonable. Fuimos a verla y tras la inspección de turno me pareció que valía el número que pedían. 

Pronto llegó a casa y tenía claro que lo primero seria cambiarla las ruedas mixtas que llevaba, ya bastante gastadas. La primera vez que monté con ella por mi viejo barrio, el ahora PAU de Carabanchel Alto. Empezó a llover y pensé... "claro, como es una moto inglesa, ¡toca agua!" Apenas estuve veinte minutos a paso de caracol y solo me alarmó que el freno delantero estaba muy destensado, por lo demás me sorprendió lo ágil que era, ¡bien!, la buena posición para conducirla y el tacto de su motor. Y su sonido, claro...

Ya en las primeras salidas serias (por la zona de siempre, "mi" Sierra Oeste de Madrid), después de cambiarle aceite y filtro (no me fiaba aunque me la habían entregado "bien"), nos fuimos conociendo un poco más y cuando por fin conseguí ponerla en modo Rider comprobé que el motor no es un cohete precisamente pero tampoco un caracol, muy lógica y apta para casi todos los públicos. Me empecé a enamorar en secreto de su posición de conducción, cómoda pero nada burguesa, es decir, con las piernas y los brazos haciendo un triángulo que yo llamo "Sport Turing", con las estriberas, afortunadamente, nada adelantadas, ¡menos mal! Su agilidad me dibujaba una sonrisa en la cara... sus frenos, no, sus frenos van justos y eso que cambié pastillas, líquido y la moto ya venía con latiguillos metálicos. La Tigresa se detiene pero tengo que usar tres dedos en lugar de uno o dos como en mi XSR, por dar una referencia... y no puedes entrar colado en una curva porque no hay más freno que el que imaginas. Cambio y embrague me chiflan, suaves y precisos, ¡biennn!

Estábamos a mediados de junio, con esta moto en mi garaje, conociéndonos y yo con la mente cruzándola un viejo pensamiento clásico que predicaba y practicaba mi padre: ¡un viaje guapo para conocer bien tu nueva moto! Venga, a la Stella Alpina, vieja cuestión de honor que todavía debía afrontar y cumplir. Quería dejar allí, en lo alto de la montaña una foto donde salíamos mi padre y yo en 1987, en nuestra primera participación, con nuestra Guzzi 850. Esa foto está dentro de un metacrilato rectangular y ancho, imagino que durará varias décadas, ojala pueda medio enterrarlo algún día entre la nieve del Colle del Sommeiller... (3009 metros).

A raíz de estos pensamientos tan previsibles, preparé un poco el viaje, lo justo que pude y antes del segundo fin de semana de julio puse rumbo a la Junquera & Perpignan yo solo. La sensación era extraña aquel jueves: cuando pasé por el desierto de los Monegros no hacia calor, luego me interné por la zona de Manresa, Vic dónde me perdí durante más de media hora, por unas carreteras estupendas que me drogaron... Luego entendí en parte lo que me pasaba. Me era raro volver a la Stella Alpina yo solo, sí, debía ser eso.

Sin más historias llegué perfectamente a la Junquera y luego, ya en Francia, al Ibis que había reservado a las afueras de Perpignan. Quizá al día siguiente, cuando me juntaría con Pablo de los Tortugas, el viaje se haría más ameno (¡menuda sorpresa aquella novedad!) y mucho más divertido podría llegar a ser cuando, el sábado, pasáramos a ser tres o cuatro los integrantes de la "expedición", contando con Angel de Intefolio y Fernando, un amigo suyo. 

Pero nada de eso sucedió porque cuando ese viernes me propuse poner rumbo a la zona de Montpellier y luego tomar rumbo a Briancón, en fin, la ruta típica que hacíamos hacia Bardonecchia, una llamada urgente y familiar me hizo replantearme todo el viaje. No seguiría en paz si no volvía a Madrid. Nadie me obligaba pero el tema médicos es sagrado. Putada sí, inevitable además. Y en menos de media hora, tomé la decisión de volver a casa. Avisé a los dos amigos, Pablo y Angel, que esta vez no nos veríamos, ni a ellos ni a Teresa, cachis... pensé entonces que conseguiría llegar a los Alpes en moto en el 2024, o sea, ahora, en estas fechas que llegan... pero tampoco será así y, encima, hay problemas de organización y permisos para celebrar la Stella, ¡inaudito! No sé qué pasará finalmente pero cuando escribo esto la reunión está cancelada. ¿Cuándo hizo falta permisos especiales o una organización real para celebrarla? ¡Nunca! Ya nos enteraremos cómo termina esta historia pero pinta feo...

Y volemos a aquel viernes temprano. Como tenia muchas horas de margen, decidí alterar la ruta y volver por zona "cátara" (Languedoc) en lugar de volver a casa por la ruta más rápida. Ya había tenía suficiente autovía el día anterior llegando y pasando la frontera. En esas circunstancias la Tiger se muestra una gran moto. Su cúpula es efectiva y puedes mantener cruceros estables de 140/150 perfectamente. Tampoco es una gran bebedora y se muestra, además, como una moto estable y noble, vamos, que da gusto viajar así de cómodo y tranquilo. Antes de nada pasé por Perpignan, para darme un paseo con la moto por sus calles. Había madrugado tanto que pude desayunar en un bar, junto al río, disfrutando de mi habitual ataraxia y de un frescor agradable. No le di más vueltas al tema y me regalé una hora de "turismo" acercándome hasta el parque natural regional de Narbonnaise en el Mediterráneo. Pasada la hora larga, después de adentrarme en dos o tres pueblos algo misteriosos, tranquilos y con casi nadie en las calles, enfilé hacia el sur y luego hacia el oeste para enlazar con la bonita D117, camino a Quillan, otra localidad bien conocida del imaginario cátaro y templario. 


La temperatura era perfecta, el escaso tráfico, también. Estaba empezando a disfrutar de verdad del inesperado rutometro de vuelta a casa, descubriendo o redescubriendo tramos espectaculares como este que os enseño a continuación. Con ese ánimo paré algo más tarde en un supermercado con gasolinera, lo típico. Después de dar de beber a la fiel montura fui tan listo de tomarme medio litro de zumo natural. Yo, que en aquel entonces, pensaba que nunca sería diabético. Llamé a mi madre y la tranquilicé, yo estaba bien, y en día y media estaría por casa. Ya era media mañana y tenía un poco de hambre. Repostamos y enseguida me subí con ganas a la británica, avanzando con ritmo, disfrutando de los paisajes y agradecido del tráfico ligero que me encontraba. 

Me relajé extraordinariamente, había que disfrutar todo lo posible del improvisado viaje que estaba construyendo. Cierto que mi plan original se había evaporado pero tenía un día y medio antes de llegar a casa. Viajar solo tiene sus ventajas, obviamente, una es que casi siempre haces lo que te apetece, no siempre, pero muchas veces. Pero también sucede, en ocasiones, que echas de menos compañía, contar con alguien cercano compartiendo la carretera y las vivencias que puedan surgir. De hecho, para este viaje, meses atrás, había surgido la posibilidad de contar con buena compañía. No pudo ser, o algo parecido, nunca quedó claro, pero yo sí tenía claro que lo haría solo o acompañado.

A pesar del límite de tiempo con el que contaba, me sentía libre para detenerme, visitar o cruzar los tramos que fuera eligiendo en live, ya me preocuparía más tarde por buscar dónde dormir. Gracias a mi mapa Michelin era muy dificil perderse, como os imaginaréis, y más por mi zona favorita de Pirineos y zonas más al norte aledañas. Y estaba claro que lugares "clave" pasaría a visitar aunque fuera solo durante unos minutos. Enseguida llegué al misterioso pueblo de Rennes le Chateau, ahora más turístico que hace décadas, por desgracia. Aunque llevan años restringiendo la entrada de vehículos privados, como no había nadie vigilando, pude ingresar un poco en sus calles, a bajas revoluciones, y admirar las ubicaciones típicas del pueblo... aunque no entré en la famosa iglesia, ese emplazamiento tan decididamente extraño y evocador que visitamos en el pasado varias veces. Si os pica la curiosidad es muy fácil informarse en internet de la historia de esta pequeña localidad y las misteriosas obras emprendidas por el cura que tuvieron a principios del siglo pasado, Bérenguer Sauniére

Ya saliendo de vuelta, tuve que parar unos minutos de nuevo para regar el campo un poco, eligiendo para ello esta curva del camino donde una pancarta anunciaba un festival de cine para las fechas de agosto señaladas. Caminé una docena de metros detrás de esa vegetación y pude hacer alguna foto chula de la famosa Torre Magdalena, torre que forma parte del increíble edificio que mandó construir el párroco en sus días de misterio, posibles y extrañas decisiones que, por pura lógica, no podría llevar acabo ningún cura de pueblo normal y corriente

A eso de las dos de la tarde volví a detenerme en el pueblo de Quillan, para comer en una terraza junto al río Aude, con un clima estupendo y una tranquilidad contagiosa. Devoré una estupenda ensalada y una cerveza más que decente. Quillan es una localidad digna de visitar por su castillo, sus calles y su naturaleza. Además, está cerca de la famosa ciudad medieval de Carcassonne y un montón de emplazamientos cátaros, principalmente castillos y fortalezas. A quién le apasione esta parte de la historia toda la comarca del Aude, todo el Languedoc, es de visita obligatoria. 


Sin prisas, después del café, a falta de echarme la siesta, me volví a poner el casco para intentar visitar el viejo castillo de Puivert, cuya historia es de mis favoritas. Subí por la notable pendiente que asciende hasta el en completa soledad, tanta, que parecía todavía más antiguo y terrible. Desde luego ya no quedan trovadores por aquí. Me imaginé cómo sería estar allí por la noche... Apenas estuve media hora detenido, mientras el sol calentaba un poco más, pensando ya en acercarme a Montsegur, por supuesto.


La rutilla hasta Montsegur fue muy agradable. No recuerdo cuánto pude tardar pero estamos hablando de distancias cortas entre castillos y pueblos. Siempre me emociono un poco al llegar a esta vieja fortaleza cátara, a su campo de mártires, a su dramática historia final, y más ahora, porque desde hace casi dos años es el lugar donde reposan las cenizas de mi padre (en la cima, junto al castillo):

Me detuve una media hora y algunos recuerdos golpearon la memoria. La última vez que estuve aquí fue junto a mi hija Laura, el día que subimos a lo alto con las cenizas del máster. Eso había sido en octubre del 2022, ahora estábamos en julio del año siguiente, ni un año había trascurrido. Con esa sensación agridulce y el corazón un poco tocado me volví a poner el casco para seguir navegando a ritmo tranquilo por aquellos parajes, ya tenía claro donde buscaría alojamiento, un conocido hotelito que nos encanta a toda la familia, en la localidad de Bélesta, retrocediendo algunos kilómetros. Como siempre, su dueño me trató de maravilla y pudimos hablar en español, aunque ya lo habla peor que su idioma de adopción. Pasé la noche tranquilo, después de un buen paseo por sus calles desiertas.

Llegó el sábado y nos internamos en Pirineos, camino, como no, de Aix Les Thermes y Andorra, no sin antes pararme un ratito en un viejo conocido, Chioula:


Las curvas de esos tramos son adictivas y, aunque me pasaron al final dos GSs, disfruté de lo lindo. Solo echaba en falta mejores frenos en la Tiger, por lo demás, moto más que aceptable. Al llegar a Aix paré en su zona más turística, claro, junto al viejo hospital, y metí los pies en su famosas aguas termales, como hemos hecho desde hace varias décadas. La temperatura ya no era la del día anterior, empezaba a hacer calor del bueno, o del malo, según se miré. Había que beber agua, o lo que fuera...


Cuando luego llegué a Andorra (después de disfrutar del mítico puerto de Envalira2408 m) el calor empezaba a ser asfixiante y "me tuve" que parar cuando vi un sarao motero con auténticas joyas plantadas a ambos lados de la calle central del principado. Tenía curiosidad y empecé a disfrutar de auténticas bellezas; casi olvido el calor...





Todavía me quedaban un par de horas largas para comer en algún lugar y decidí bajar al centro peninsular comenzando por un tramo mítico de mis amigos catalanes, el que pasa desde Adrall a Sort (el pueblo de la lotería), es decir, conquistando el mítico puerto del Cantó (1721 m.), al que solo conocía de una vez... y en coche. Así que en lugar de poner rumbo a Lérida directamente y seguir hasta casa, me desvié en Adrall y empecé a devorar curvas. En muchas ocasiones, curvas lentas y tramos muy retorcidos, donde eché de menos, sí, unos frenos más potentes, porque si me pasaba con la aceleración, y con el peso que llevaba encima, me faltaban escapatorias, ja, ja...


De repente encontré un mirador (Creu de Guils) y una jauría de motos trails, caras y preciosas, estacionadas. Ducatis, KTMs... woooww, yo parecía el pobre de la comarca. Lo parecía y lo era pero no pasó nada, intercambiamos algunas palabras aunque todos eran guiris. Durante unos minutos disfruté de las vistas. Pensé que comería en Sort, por qué no, quizá tuviera la suerte de mi lado (más allí por sus premios de lotería). 


Efectivamente, con un calor demoledor, comí en Sort, en una terraza, melón con jamón, espectacular. Bebi todo lo que pude y, con muy poquitas ganas, afronté la idea de bajar ya hacia la autovía de Zaragoza por la nacional N-260, dirección Tremp y luego Balaguer, bastante entretenida aunque nada que ver con lo que había dejado atrás. Aquellas horas fueron un suplicio de calor. Cuando paré en una pequeña gasolinera conocida me volví a empapar el pañuelo rojo que llevaba al cuello. Por cierto, ¡ese día lucía la bonita camiseta de mis amigos Tortugas y su 40 aniversario! Duró poco el fresquito, pero fueron unos minutos más agradables. Ya por la tarde empecé a divertirme un poco cuando pasé Zaragoza. En esos tramos tan bien conocidos de autovía solo los límites de velocidad son obstáculos a nuestras ganas. Debo decir que la Tiger se comporta de maravilla a alta velocidad, en curvones rápidos especialmente. Es una moto estable que solo la notarás ligera de delante a ciertos ritmos ilegales, sobre todo si llevas peso atrás, obviamente. No era plan de pasar de 140, y menos con aquellas neumáticos mixtos a medio uso...  pero incumplí esta idea.


Esperaba terminar la jornada y el viaje sin ninguna otra anécdota digna de mención pero me equivocaba. Después de disfrutar por los tramos de Calatayud, Arcos de Jalón, etc, donde -confieso- no cuide demasiado la mecánica y, quizá, fui más alegre que en cualquier otro momento del viaje, justo al llegar a la zona de Medinaceli noté unas perturbaciones ligeras y extrañas en la rueda trasera. Bajé a 120 y pareció que desaparecían. Luego volvieron a producirse, y pensé en un pinchazo. Baje a 50 y busqué donde detenerme en el arcén con un mínimo de seguridad. En la bajada que precede a la salida a la autovía, desde el pueblo, paré. Puse la moto en el caballete, alucinando un poco, pero bendiciendo que cualquier problema sucediera allí y no a miles de kilómetros de casa. Inspeccioné la rueda y no encontré ninguna perdida, ningún clavo, nada raro... Espero un rato y el neumático no pierde presión. Lo muevo y todo parece correcto. 

Miré la cadena y por la zona del piñón de salida, nada parecía incorrecto. Pero cuando me dio por mover la rueda hacia los lados noté que se "tambaleaba" un poco. Probé a rodar unos metros y volvió a reproducirse los mismos síntomas. Estaba claro, algo pasaba con los rodamientos. Al final no tuve más remedio que llamar a la grúa, salvador que vino enseguida y cuya base estaba en el mismo pueblo de Medinaceli. Allí dejé parte del equipaje y un taxi me llevo, ya de noche, a casa. Aun así, no me arrepiento de la escapada aunque el resultado final fuera agridulce: no llegué a Bardonecchia... pero pudimos darle un poco la vuelta a la situación y volver a tierra cátara. Llegar a la Stella y los Alpes es ahora cuestión de estado para mí, toca hacerlo sí o sí.


EpílogoSemanas después me cambiaron los rodamientos de ambas ruedas; mmmmm..., ¿su último dueño la metió mucho por agua?, ¿apretaron demasiado en el taller?, no lo sé, pero sí que ya nos íbamos conociendo la Tigresa y yo, ella pedía mimos, y desde entonces no le han faltado. Impresionante moto, no es un cohete, ni tiene mucha electrónica (¡bien!), ni va a la última pero para viajar tranquilo, todo un acierto como moto "razonable", barata y fiable. Seguiremos interactuando... y seguiremos rodando con ella cuánto quiera la británica o su nuevo jinete. God saves Tiger!

Verano pasado... ¡hace tiempo!


Es notorio que llevo muchos meses sin hacerle caso al blog. Demasiadas actividades en el mundo real me dejan en ocasiones sin fuerzas o tiempo para contar aventuras o anécdotas en este espacio con la periodicidad habitual de otros tiempos. Mis disculpas a los lectores más acérrimos, si es que los tengo (risas por favor). Lo dicho, he estado perezoso y ocupado con el mundo racional e incluso con el mundo romántico, todo ello te quita tiempo y apenas he escrito en ningún lugar (¡malo!). 

Y ahora me pregunto lo de siempre: ¿merece la pena contar mis historias? Todos tenemos cosas que contar, cierto, cómo no, pero mi vocación a veces se ve mermada ante pequeños "fantasmas" como "¿tendrá sentido contar lo que hice en enero?

Solo cuando el evento o la experiencia suena más o menos interesante, insólita o especial se me quitan las dudas. Uno de los motivos es muy egoísta: lo hago sobre todo por mi, para que cuando pasen los años pueda consultar en algún sitio los detalles o impresiones de tal o cual viaje o encuentro. Si os hago feliz por el camino con mis textos, de verdad, ¡cojonudo cinco estrellas!

Y después de esta breve (o no) "introducción" debería contaros, a modo de pinceladas, algunas experiencias que vivimos a finales de año pasado, quizá desde el pasado verano con la cita ineludible de volver a La Bañeza para ver las mejores carreras que se celebran en nuestro país (¡y que duren!).

Subir al pueblo leonés es toda una tradición anual que pocas veces interrumpimos, ¡cuantas entradas en este blog habré dedicado a esa fiesta! Esta vez, aprovechando el típico "parón" estival de agosto mi compadre Julito y yo decidimos la escapada en otro orden, primero haríamos algo de "turismo" por Cantabria o Asturias y luego bajaríamos a ver las carreras antes de retornar a casa. 

Y como somos recurrentes muchas veces con pasar por lugares especiales que nos gustan, decidimos volver a subir hasta Potes o su zona para hacer la primera noche. Para ello, tocaba ir hasta Aguilar de Campoo para conquistar la preciosa zona que arranca allí hacia Potes, cruzando bonitos parajes de la CL-627, especialmente desde Cervera de Pisuerga, con escaso tráfico y actividad. Aunque nos tocó un camión en un tramo de curvas lentas el resto fue agradable. Al llegar a las postrimerías del famoso puerto que muchos conoceréis una inesperada niebla empapo nuestra visión e, incluso, un poco nuestras ropas. Las vacas a los lados no se sorprendieron tanto. Alcanzamos algún coche y decidimos mantenernos detrás visto que la niebla se espesaba un poco. La temperatura descendió bruscamente cuando llegábamos al Piedrasluengas. No hubiéramos visto nada desde su famoso mirador.

El descenso fue comedido mientras caía la tarde, algo lento. Llegar a Potes fue agradable, sobre todo por la temperatura, ¡no parecía verano! En lugar de detenernos y comenzar a beber sidra (lo más lógico) decidimos ir al alojamiento que había reservado pocos días antes casi de casualidad en la aldea de Espinama, un lugar tranquilo y pintoresco. Nos atendieron de maravilla, asegurándonos que podíamos dejar las motos en la calle/carretera principal sin problema... y nos fuimos pronto a dar una vuelta y buscar donde cenar. No fue dificil tampoco terminar la jornada dentro del bar y sentarnos en una mesa de madera bien original. Con manga larga en pleno verano, ¡maravilloso!

Al día siguiente, después del desayuno, antes de rutear, teníamos una pequeña misión. Como en tantas ocasiones, me coincidía "viaje" con "rueda trasera en las últimas". Por fortuna, días atrás encontré un lugar cercano a Potes donde me podían cambiar la goma esa misma mañana. Llamé y cerramos el asunto. Sí, podía haberla cambiado en Madrid semanas antes pero tampoco era cuestión de regalar caucho. Efectivamente, cuando llegamos al establecimiento (una mezcla entre tienda y tallercito) la goma trasera de mi XSR estaba ya casi en las últimas. Nos fuimos al bar más cercano y esperamos, eso sí, más de lo previsto: casi tres horas. Teníamos ganas de salir y hacer kilómetros. Por fin, cerca de mediodía pusimos rumbo nuestro querido puerto de San Glorio, para respirar, ver buenos paisajes bajo un cielo azul increíble, saludar a bamby (ejem) y recordarnos lo afortunados que somos de rutear en paz por donde nos da la gana. En esta ocasión había muchas motos en el mirador y aluciné con el número de pegatinas que hay pegadas al guardarail, im-presionante.

Nuestro siguiente objetivo fue poner rumbo a Riaño y comer por allí. Decidimos comprar la bebida en el pueblo y aprovechar los embutidos sabrosos (sobre todo jamón rico, rico) que llevaba Julito en sus alforjas. Dimos la vuelta un poco y llegamos al viejo embalse para buscar dónde comer cómodamente. Paramos en uno de sus salientes, bajo unos árboles, junto a una mesa... Aquel par de horas largas fueron un lujazo. Con siesta incluida, ¡fenomenal!

¿Qué precio tiene la libertad sencilla y la paz de vivir el presente? Además el calor no apretaba demasiado. Bien hidratados y contentos de cómo iba el día, "solo" nos quedaba seguir haciendo kilómetros aquella tarde para llegar hasta nuestra vieja conocida en La Bañeza, la pradera, frente al polideportivo... y montar la tienda de campaña, detalle que no me hacía demasiada ilusión sabiendo como se las gastan por allí durante la noche del sábado... pero tampoco teníamos otra opción realista (imposible encontrar una cama libre por toda la comarca esos días, obviamente). 


Sin demasiadas ganas decidimos arrancar las motos y ponernos por fin en marcha. Qué rato más bueno pasamos a la sombra allí... Tirábamos hacia La Bañeza, claro, con un poco más de calor y por paisajes ya más planos y menos verdes... En una de aquellas rectas paramos a tomar algo en un bar, quizá a sesenta o setenta kilómetros de nuestra meta. Se nos agregó a la mesa el dueño de una Tracer pequeña que, en menos de quince minutos, nos contó su vida como camionero en el extranjero y mil detalles más que no me aportaron gran cosa... Tomamos los café correspondientes y arrancamos, en teoría los tres juntos, aunque enseguida nos pasó en otra recta, casi al corte, porque recuerdo que yo iba alegre y me dejó totalmente clavado, ¡pobre Tracer 700! ja, ja, ja...


Por fin llegamos al prado frente al polideportivo, todo repleto de motos y tiendas de campaña. Aun así no fue dificil encontrar un claro y montar la nuestra, ideal para dos personas. Nos pusimos ropa fresca y comenzamos el ritual de cruzar el pueblo a la espera de ver a varios amigos, en principio a Pedrito, María y Dani, todos por allí. Los encontramos por la noche y tomamos algunas birras, no demasiadas. Había concierto en el pueblo, claro, en fiestas como siempre, con mogollón de gente, quizá demasiada para mi gusto. Disfrutamos del ambiente y, también, de algunas motos que vimos. Allí, cada año, no es dificil encontrar monturas algo insólitas, raras de ver en otros saraos.


Ya el domingo madrugamos como siempre y subimos a la zonas que más nos gustan para ver las carreras. Por supuesto, buscamos a Paco Motos que estaba en "su curva", bien sentado, justo donde termina la bajada apocalíptica de después de recta de meta y chicane. Allí estuvimos un buen rato con él, ¡hacía tiempo que no nos veíamos!

Me gustó mucho la carrera de las Twins, categoría llena de monturas italianas, claro, categoría en la que me gustaría participar algún año... Nos fuimos a verla al famoso "Sacacorchos" y pude hacer alguna instantánea meritoria, admirando como entraban los punteros a la curva de izquierdas.


Luego buscaría a Edu, Juan Vegas y demás colegas en boxes... aunque personalmente tenia otro gran aliciente, ¡iba a ver correr mi antigua Ossa, con su nuevo dueño, Daniel! Y así fue... ¡¡qué delicia verla en marcha, viva, rugiente y preciosa! Encima seguía luciendo un emblemático dorsal 7. Ya os podéis imaginar la envidia y al mismo tiempo satisfacción de ver aquello. Además su dueño hizo una buena carrera, a pesar de salir mermado. Por desgracia, de manera insólita, no pudimos verle luego en la calle de boxes, ¡y mira qué buscamos!

También me quedé con las ganas de ver a Juan y al gran Sergio Romero que participaba en la prueba aunque, por otra parte, sí pudimos charlar y felicitar al otro Sergio, el vencedor en 250, Sergio Fuertes (una vez más), cuando finalizo esa carrera. 

El calor apretaba pero terminamos la jornada volviendo a otra parte del circuito (la anterior a recta de meta) para ver la última carrera (la de Moto3/125) echando de menos no ver a Manu Varea por allí con su Honda..., esperemos que para este año en curso podamos disfrutar de su compañía.

Y así terminó otra aventurilla guapa y sana para mi viejo compadre y para el que esto escribe, terminando la escapada de esos días en el templo del motor nacional, donde siempre disfrutamos a pesar del calor y de la masificación inevitable de esta cita histórica.

¡Volveremos! (¡vaya novedad!)...

GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...