La concha del caracol

Hace muchos años leí un libro alucinante de J.J. Benítez sobre su ídolo, Julio Verne, uno de mis escritores favoritos. Trataba sobre la autobiografía cifrada por el propio escritor francés y oculta en una de sus obras más conocidas. De esa manera me enteré de cómo fue su vida, al menos en parte. Una vida llena de sucesos, pensamientos, tragedias sentimentales y aventuras fuera de lo que solemos catalogar como "normal". Verne solía decir que se escondía en su "camarote" (su despacho) intentando alejarse del mundanal ruido, de los problemas domésticos y sus, casi siempre, aburridas trivialidades. Se escapaba a menudo inundándose en sus ideas, en sus papeles pero cuando podía se lanzaba a la mar, a navegar y vivir parte de sus aventuras imaginadas. Como diría seguramente Schopenhauer, su mundo interior era muy rico, muy vasto. Y como dije yo una vez, los que son así no necesitan de eventos ajenos, estímulos externos, modas, influencias o tendencias para seguir su camino, batallar, crear o hacer lo que más les gusta. Supongo que esa gente es la que es realmente libre aunque el precio no sea baladí ni sea una manera de vivir fácil. Muy bien hasta ahí. Hablo de todo esto porque Verne y mi padre comparten, fíjate tú, una máxima que yo, otra vez, no me creo, no me puedo creer, al menos todavía. Los dos dicen que la vida, al final, suele ser justa con casi todos. Vamos, que cada uno recibe al final lo que se merece, que recoge lo que sembró. Ojala, ¡ojala!

Cuando el domingo vimos como un piloto de solo 24 años nos dejaba prematuramente no pude evitar pensar en esa afirmación de los sabios. No es la primera vez que me lo pregunto. Y no por saber que estas cosas pueden pasar dejamos de sufrirlas. Nunca preguntaré cómo es posible que sucedan estos accidentes, hace ya muchas etapas que aprendimos y aceptamos que montar en moto no conlleva los mismos riesgos que jugar al ajedrez o dar patadas a un balón. Lo sabemos pero eso es lo de menos... lo que sucedió el domingo no es justo, nunca lo es, y menos si tienes 24 años, o solo 19 como Shoya, o 13 como Peter...

Yo no era fan de Simoncelli, ni era uno de mis pilotos favoritos (de hecho critiqué muchas de sus polémicas acciones dentro de la pista, sobre todo las que hizo en 250) pero, al mismo tiempo, admiraba su valentía, su bravura y esa "chispa" que tanto falta en el paddock de nuestros días, ese inconformismo, ese querer más... Por eso precisamente aprecié mucho, como simple aficionado (no soy nadie para juzgar a un guerrero así), que puliera, a partir de mitad de temporada, las aristas más feas de su brillante talento para pilotar a saco una moto. Sí, para mi, en alguna ocasión en 250 superó la barrera de lo admisible. Sigo pensando que, en ocasiones, el problema era que pilotaba como si no hubiera otros corredores en pista. En esas temporadas jamás le vi rectificar una trazada, levantar la moto para evitar un contacto... Ahora su estilo estaba cambiando, nos consta, mejorando, directo a la cumbre.
Además de eso lo que más me gustaba de este singular león era su forma de ser cuando se quitaba su armadura de combate. Su estilo frente a la vida. Incluso, en ocasiones, él, como su amigo Rossi, me recordaba un poco a Barry o a Lucky o a Randy o a "Pana" o al padre de Valentino. Qué distintos a esos pilotos sosos de ahora que se encierran en sus motorhomes (y solo se mojan con bebidas isotónicas, como decía Lucchinelli el año pasado en Misano). Marco no se escondia detrás de su círculo o detrás de una pantalla de ordenador. Mira que le dieron caña pero no dejo de dar la cara, grande. En fin, creo que solo nos quedaban cuatro tipos de la vieja escuela en el Mundial y, puta fatalidad, dos de ellos, el loco de Edwards y Rossi, han tenido que ser los coprotagonistas de este drama. Maldito gran premio. Otra vez la misteriosa realidad supera a la más fea fantasía.

El lunes, camino del quiosco, me preguntaba como estaría su familia y el pobre Fausto Gresini. Qué paradoja, en apenas unas pocas semanas hemos pasado de una considerable satisfacción motera (título de Checa, curva Santiago Herrero) a una vieja sensación de tristeza y abatimiento. Insisto, no por saber cómo funcionan las cosas deja uno de sentir los palos. Malditos sean los que decidieron poner a todo color, en el MARCA, ocupando mucho espacio, una foto horrible y morbosa del accidente de Malasia donde se ve, de frente, el atropello. ¿Vendisteis muchos más ejemplares el lunes?, ¿Cuantos cm2 dedicasteis a Marco cuando ganó su título en el 2008? Algunos "profesionales" dan ASCO. No lo conseguiréis, esa no será la última imagen de Simoncelli en nuestra memoria. Felicidades a Dorna y TVE por hacer justo lo contrario con sus imágenes en directo y en diferido.

¿Con qué nos quedamos? con su ejemplo, incluso el último, luchando hasta el final, con su valentía, con su humor y con su fidelidad a su propia libertad. Entendiendo por ese concepto, libertad, la capacidad que tenemos de elegir, más que por ese típico dejarse llevar siempre. Marco voló libre y eligió convertirse en un guerrero moderno, en un piloto de carreras hasta sus últimas consecuencias, muriendo en la arena sin rendirse un solo segundo. "Gladiator, gladiator" decían en el aeropuerto de Roma al recibirlo...

Qué amargo es escuchar en la radio, o donde sea, a algunos “expertos” que juzgan sin saber de lo que hablan. Menos mal que también hablan los que han vivido en los grandes premios durante muchos años. En general, otra vez, dos grandes “bandos”, dos grandes opiniones. Qué diferentes somos algunos de otros. No hay seguridad, buena suerte ni burbuja que dure intacta cien años pero algunos tratan de engordar esa concha para que les proteja de sus miedos, de los peligros, de los demás... Muchos viven con esa concha dura y pesada sobre sus espaldas y se mueven torpes, lentos, muy lentos, como caracoles. Bípedos pacíficos (en el peor sentido de la palabra) que se arrastran por el mundo buscando triunfos y alegrías fáciles, destacar a costa de otros, sobrevivir muchos años a casi cualquier precio.

Menos mal que nos quedan los “raros”, los idealistas y los guerreros. Adelgazan sus conchas para poder avanzar más deprisa, más libres y sentirse más vivos. El precio que pagan por esa decisión es ser más vulnerables ante cualquier tropiezo serio. Lo aceptan. Algunos no lo entienden pero lo respetan. Otros ni lo entienden ni los respetan. A veces los llamamos cariñosamente “locos maravillosos”, “favoritos” o “niños grandes”… Algunos no comprenderán esa elección ni en cien vidas, jamás entenderán la letra de canciones como el "I'm eighteen" de Alice Cooper. Ninguno tenemos la clave de la vida y mucho menos la clave de la (supuesto tesoro) inmortalidad. Algunos buscan la clave y su propio yo corriendo en moto o llegando al polo Norte caminando. Para ello se marcan objetivos y adelgazan su concha... sabiendo que no hay auténtica vida sin lucha, sin esfuerzo, sin bregar en algún desafío más o menos duradero, sin caer y levantarse del suelo, sin conseguir pulir alguna destreza, lograr algún objetivo vital. Quién no se cae alguna vez o no tropieza es porque no ha hecho nada reseñable en su vida.

Esta pequeña reflexión va dedicada a esos maravillosos locos que todavía nos encontramos por el camino. Por todos aquellos, conocidos o no, que suelen vivir al sur de la razón, por aquellos que, en ocasiones, hacen justo lo contrario a "lo razonable", a lo "políticamente correcto", que evitan cruzarse de brazos esperando milagros, a los que estiman más la calidad que la cantidad, la vivencias al número de años, a los que hacen lo que el corazón les pide aunque al final, en ocasiones, no les comprendan, a esos discretos guerreros y guerreras que nos enseñan con sus acciones hasta dónde podemos llegar si hay voluntad y co...raje. En estos tiempos tan cerebrales, tan de robots, tan de ovejas, no nos podemos permitir el lujo de quedarnos sin ellos ni con sus más famosos ejemplos.

Va por ti, Marco, ejemplo de vitalidad humana, uno de los nuestros. Inconformista y valiente piloto, honesto y simpático ser humano, cabalga en paz guerrero del número 58.



"HACIA LA INMORTALIDAD Y LA ETERNA JUVENTUD." Epitafio de Julio Verne

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