Hay zonas de España que nos atraen especialmente. Son varias, sí, pero entre todas ellas hay algunas "top" y, como no podría ser de otra manera (al final somos animales de costumbres), cuando se puede, es fácil adivinar por donde terminaremos. Quizá haya un algoritmo que lo explique. Y me da la sensación que si alguien sigue este blog estará un poco harto de leerme algo parecido sobre los lugares a donde vamos de vez en cuando. Son cosas de la cabra, la que tira al monte siempre que puede...
Llevaba tiempo sin escribir un post, pero tenia ganas, el anterior contaba el viaje inaugural con mi Tiger 800, en el verano del 2023, hace mucho ya... Desde ese momento pasaron muchas cosas, escapadas, viajes, algunas reflexiones y diversos eventos que ya no tengo fuerzas para desglosar con más detalle por lo que, hoy, vamos a viajar solo hasta el otoño pasado...
Pero antes, un breve resumen. En el lejano otoño del 2023, por ejemplo, volvimos a visitar en moto la zona de Las Hurdes. Fueron solo dos días pero muy intensos. Nos apuntamos tres caballeros maduritos: Juanjo, Joselito y yo mismo. Obviamente, penetramos a Extremadura por nuestro querido Gredos, parando en Venta del Obispo y luego comiendo en Béjar. El tiempo de ese octubre era otoñal en su más pura definición, ni frío ni calor, ni vientos ni borrascas, ni lluvias, pero sí un poco de todo eso, con bonitos colores salpicando montes, campos y montañas. Hasta el aire se respiraba mejor. También aprovechamos para visitar al día siguiente el museo de "la moto y el coche clásico" del pionero Juan Gil Moreno, en el pueblo de Hervás, el que yo visité en solitario años antes. Lo pasamos en grande registrándolo y más aún cuando subimos hacia el puerto de Honduras, un puerto para mi siempre diferente a los "habituales". Luego transitamos por el famoso y retorcido puerto de Tornavacas, frontera natural entre el valle del Jerte y Gredos, dirección ya hacia nuestros hogares.
Ese otoño fue muy agradable. También terminamos volviendo a nuestra querida cita de Colombres y su carrera en cuesta para motos clásicas. ¡Cuántas veces hemos vivido aquello! En la cita norteña una vez más disfrutamos de la magia de esas monturas con personalidad, de los viejos amigos y rivales, de una temperatura algo cálida pero agradable, de la comida y, sobre todo, del grupo que fuimos, Inma, Juanjo, Paloma, David, Mónika, Tyto, David Motos y Tere... y de "bonus extra" pudimos pasar un buen rato con Kurtis y Myriam, y contar con la presencia esa mañana de nuestra querida Carlota que venía de su tierra gallega, ¡ya era hora volver a vernos! Pudimos saludar al amigo Champi y a su chica, ¡por fin!, y de remate a Bebeto, que no nos veíamos desde un encuentro de Grillaos del TT, y hasta charlar con el gran Min Grau que era el piloto estrella invitado para el evento. ¡Bonita jornada aquella!
Y ahora sí, viajamos un año en el futuro, al pasado otoño del 2024. Os hablaré del rally que disputamos en compañía de numerosos participantes. Hablo de la famosa Cantabria Rider, en su modalidad media, unos 300 kilómetros de recorrido, un metraje acorde con el hecho de que íbamos en esta ocasión con las chicas y no era cuestión de meterlas muchas millas el sábado del evento.
Algunos miembros de nuestra expedición salieron el jueves (por desgracia, con lluvia torrencial) pero tres de nosotros, por temas laborales, Joselito, Julio y yo, salimos ese viernes, un día antes del inicio del rally. Aparte de no pisar apenas las autovías, cerca de Reinosa, les tenía preparado el regalo que habíamos comentado días atrás: subir el precioso puerto de Palombera, uno de mis favoritos de la península. Aparte de saludar a las inevitables vacas, era obligatorio alucinar con las vistas y parar en lo más alto...
Y llegó el sábado señalado tiempo atrás en los calendarios. La salida ya, solo para empezar, fue una auténtica pasada. Madrugamos un montón pero merecía la pena. Nos dejaban recorrer y salir desde el precioso parque de Cabárceno, bajo nubes grises sospechosas. Recorrerlo a baja velocidad (sin estridencias, claro, para no molestar a los animales) poco después del amanecer fue una experiencia alucinante. Daban ganas de pararse para tomar fotos pero no era posible. Tardamos una media hora larga en transitar por sus caminos, asombrados por la naturaleza que nos rodeaba.
El rutometro del rally fue una pasada, comenzando por el tramo que desemboca en la carretera que llega a Cabezón de la Sal. Mira que he pasado trillones de veces por esos pueblos y no conocía ese recorrido previo, ¡fue brutal, curvas entre vergeles rodeando una estrecha lámina de asfalto! Una vez "recuperados" y totalmente despiertos, por fin, tuvimos que mirar los mapas y el GPS para orientarnos bien, no queríamos tocar la autovía como sí hicieron algunos otros amigos y conocidos (cosa que yo personalmente no entiendo).
El lindo rutometro nos llevó por maravillosos parajes, llegando incluso a las famosas cuevas del Soplao, mítico punto turístico. Antes de llegar allí ya nos comimos unos buenos platos de curvas y horizontes montañosos que daban ganan de enmarcar. Paramos en una gasolinera para repostar, el típico "por si acaso". Allí fueron llegando más participantes, algunos con motos tradicionales y modelos gloriosos. Me llamó la atención la preciosa KLE que llegó conducida por su gentil propietaria:
En nuestro grupo, Joselito iba con su mítica Enfield Himalayan, máquina que en recta no anda nada, pero por zona de virajes, en buenas manos, se comporta muy bien. Menuda marcha llevaba su dueño, delante de todos, marcando nuestro ritmo. Hasta algunas KTMs modernas tardaron en pasarnos, ¡cómo nos reíamos dentro del casco! Y qué decir de cómo disfrutaron David con sus Versys y Julio con su legendaria VFR del año 91, no era para menos, de verdad, ¡vaya atracón de curvas! Llegó un momento que algunos pensaron, ¡¿pero cuando terminarán?! De las chicas, qué decir, unas campeonas. Tanto Paloma como Laura y mi Inma se lo pasaron en grande desde sus puestos traseros.
Afortunadamente, el sol salió un poco más y comenzó a brillar con ganas mientras llegábamos a tramos retorcidos cercanos a Piedrasluengas, etc, aunque empezamos a despreocuparnos del recorrido oficial, no nos obsesionaba sellar todos los controles (ya estamos muy mayores para esas cosas), nuestra prioridad era seguir conduciendo y disfrutando... con la idea de comer en Potes, ¡esa era la clave de la motivación, detenernos luego allí, dónde uno nunca queda defraudado! Entre devorar el bocadillo de la organización o sentarnos para degustar un buen cocido allí... no había color. Y, por supuesto, incluyendo su sidra, o sidras en plural, cómo manda nuestra "religión". Antes de comer en Potes hicimos una breve parada por la carretera CA-182 que desemboca en la que viene de Palombera hacia Cabezón. Descubrimos un local con una terraza inmensa y una piscina, ¡un lugar para recordar! Tomamos algo y continuamos hacia nuestro target, como contaba antes. Yo disfruté aquella mañana aunque noté en los descensos que iba ya muy justo de pastillas, como luego pude comprobar en el taller.
La tarde también fue intensa aunque hubo un rato de "amodorramiento", lógico por otra parte. La vuelta fue por el famoso desfiladero de La Hermida, que seguía parcialmente en obras. Cayeron cuatro gotas y había algunos semáforos de obra pero se intentó disfrutar también. Sobraban coches, eso sí, como siempre... Terminamos en la localidad de Lamadrid, en casa de Tyto, horas más tarde, para cambiarnos y acercarnos a la cena y entrega de premios que se celebraba en Santander. Fuimos afortunados en el grupo pues varios regalos del sorteo cayeron en nuestras manos. Luego, más tarde, dormiríamos en el hotel Los Angeles, conocido por muchos, donde nos alojábamos varios participantes, todos, me atrevería a decir, satisfechos de los kilómetros disfrutados.
La mañana del domingo se levantó también interesante, ¡volveríamos a la meseta por el Escudo con paradita programada en el bar de Sotopalacios!, ya sabéis, para revisar las morcillas de Burgos, todo un clásico. El puerto del Escudo fue, como casi siempre, salvo en crudos inviernos, muy placentero. La paradita era inevitable:
Y así concluimos aquel weekend fascinante de tres días para algunos, y cuatro para otros. Mi Tiger se comportó de maravilla, pronto la cambiaria pastillas y algunas cosillas más. El intenso otoño acababa de empezar pero no teníamos ni idea, ni yo ni la Triumph, de las movidas que viviríamos en breve..., pero eso ya será otra historia.