Hombres, hombrecillos, monicacos y monicaquillos



En ocasiones, algunos de nosotros, y también sociólogos y pensadores, hemos afirmado que cualquier generación que ha sobrevivido a una guerra o a una época francamente dura crece más sabia y más fuerte, valorando más lo que tiene y adaptándose a su entorno sin tantas florituras. Meter a nuestros hijos en una burbuja de felicidad infinita, recursos casi ilimitados y concederles todo tipo de caprichos no es precisamente la mejor manera de prepararles para el futuro que se avecina. Un futuro que algunos ya casi despreciamos, por cierto... 

Viene todo esto a colación de lo relativo que son a veces los juicios que se formulan sobre lo que "es adecuado" y lo que no lo es para crecer o vivir bien, razonablemente. Si lo que buscamos en la vida es, basicamente, solo comodidad y seguridad, sin duda alguna, educar de aquella manera y profesar admiración hacia los todos lujos que podamos conseguir es la más adecuada. Si lo que valoramos para nosotros, o para nuestros herederos, va más orientado al "SER" que al "TENER" estoy convencido que la sociedad actual falla estrepitosamente. Es al final una cuestión de actitud, al máximo nivel. Una actitud que puede modelar y conducirnos por uno de los dos caminos habituales: el fácil o el correcto...

Dentro de nuestro mundo cotidiano, parece que desde hace ya muchos años hay una "moda", una tendencia a mirar mal todo lo que huela a aventura (grande o pequeña), a salirse del guión preestablecido. Uno se pregunta si la gente que piensa así se da cuenta que los logros y los hallazgos de muchos de esos "locos" han sido básicos para que hayamos progresado en algunas áreas como civilización. ¿Qué seria del mundo si los inventores de los aeroplanos, del ferrocarril (¡los expertos detractores de esa época afirmaban que circular a más de 30 km/h dejaría ciego a sus ocupantes!), de los médicos que probaron vacunas en ellos mismos, de aquellos navegantes y locos que se atrevieron a desafiar montañas y océanos desconocidos se hubieran quedado en casa, junto al fuego de la chimenea?

Seguro que conocéis algún caso con nombre y apellidos, algunos de los que nos rodean tiene como máxima aventura mensual conocer nuevos centros comerciales, tener el mayor número de canales de la tele y cosas por el estilo. Y esos chavales que aspiran, sobre todo, a tener todos los juegos de sus consolas, olvidando que la vida real está fuera del mundo digital. No es por criticar, ni por sacar pecho, ni por quedar por encima, no es eso, solo que da rabia ver que estamos perdiendo ciertas buenas costumbres. Ver en un bar algunas mesas donde se hace más caso a los móviles que al que tienes enfrente no parece buen síntoma. Esta claro que algunos somos de la edad de piedra o algo así, de cuando dormir en una tienda de campaña algún fin de semana no era motivo de sorpresa, de excepción..., aquí con Luis (El Mudo), hace dos mil siglos más o menos, cuando Pingüinos era una concentración de motos al uso:


Mi padre que siempre me dejó claro su opinión y su modo de actuar, lo resumía con esa frase que creo acuñó él (no estoy seguro) y que desglosaba, de manera divertida, que en el mundo hay cuatro tipos de personas (de ambos géneros, of course): los hombres, los hombrecillos, los monicacos y los monicaquillos. Estos dos últimos suelen asociarse a la niñez y a la primera adolescencia, no son censurables normalmente, son etapas lógicas que pasamos, pero ya lo de hombrecillos, si te lo dicen con 20 o 30 años, es para preocuparse... 

La primera vez que oí en casa esta frase no sabia muy bien de qué iba pero, con los años, caray,  como la entendí..., por ejemplo una de las primeras veces que la escuché fue después de leer una crónica del gran Dennis Noyes donde contaba unos entrenamientos pretemporada del Team Roberts (en su primera época, con los colores de Lucky Strike) con Baldwin y Mamola como pilotos si no recuerdo mal (creo que con ellos, no con Rainey y Magee). Estaban probando sus motos en el Jarama y a final de recta había por lo visto una grúa enorme. El "objeto" disgustaba un poco a los pilotos que no querian hacerse un recto y pasar a mejor vida, claro. Roberts dijo que "si no eran capaces de mantener sus motos entre las lineas blancas eran merecedores de comerse la grúa" (hablo de memoria pero fue así, con esas u otras palabras). Claro, conociendo como se las gastaban estos tipos duros de 500 me lo creí, y más si el "notario" de la conversación era Noyes. Cojones Gardner también acuñó algunas acciones y actitudes memorables (y tantos otros de esa quinta...), seguro que todos recordamos sus legendarias carreras en Australia o la de Suzuka 1992. Valor, coraje, actitud... ¡ejemplo!


Pues años después, de ruta, conociendo los tres puertos famosos de Gredos (Pico, Mijares y Serranillos), acercándonos al de Mijares adverti a mi progenitor (que rodaba con su GPZ) los "bonitos" quitamiedos de piedra que escoltaban algunas curvas y algunos tramos. En otras zonas no había ninguno, nada, y pasarse de frenada o tener algún percance significaba una caída libre cojonuda por la ladera o el barranco de turno. El father dijo tan sincero como siempre, sin la más minima pretensión dramática que "si era tan torpe como para salirme en alguna curva era justo caerme por un barranco".. toma ya... y claro, como podréis imaginar, en ese momento, pensé lo que había leído años en el artículo de Noyes. Joder con estos viejos rockeros, como se las gastan...

Solo contaré otra más, una de las más gloriosas y divertidas (¡a posteriori, claro!) que vivi en mis carnes con él. Sucedió hace ya casi diez años, un sábado que nos disponíamos a subir a Lekeito para pasar el día o tal vez el finde. Ver el mar es algo que los del centro buscamos queramos o no, pocas veces falla ese feeling...

Tenia unos treinta y pocos, vamos, un chaval (al menos en teoría). El tiempo no era malo (era casi primavera) ni nada en el horizonte nos preocupaba lo más minimo. Iba a ser una bonita vuelta, deseada muchos meses atrás. Seguramente hariamos noche alli (visto que por entonces ya veía poco por la noche). Me abrigué como siempre pero pasé a recogerle a su casa. Subi las escaleras rapidito (tercero sin ascensor) y, quizá por eso, no lo sé, se fraguó un poco el desastre. Llevaba tanta ropa encima que senti calor y me quite hasta la camisa. Un rato después bajábamos a su garaje mientras me vestía. Salimos con las motos sin novedad pero, en pocos minutos, empecé a notar una sensación rara e incómoda en la espalda, cerca de los riñones. Enseguida desapareció. Saliendo de Madrid, cogiendo la carretera de Burgos, volví a notar un dolor un pelin más agudo en la misma zona. Me removí encima de la moto, por si acaso era culpa de la postura. Nada. Los kilómetros comenzaron a pasar y aquel dolor comenzó a ser más agudo. Al pasar por El Molar ya empecé a preocuparme. La pregunta que me hacia era obvia "¿Qué coño pasa?"... frío no llevaba, ni me dolía nada más, había dormido placidamente esa noche y ninguna preocupación me atenazaba la neurona.. Cerca de La Cabrera aquel dolor ya era jodido de verdad... bajé la marcha y empecé a pensar a toda velocidad... ¿qué demonios haria? .. pues lo normal, parar un rato y ver qué pasaba... el caso que quería que fuera un poco más adelante, quizá pasando Somosierra, pero llegando a la primera indicación del desvío a Buitrago la sensación iba a peor, aceleré, pasé a mi padre y le indiqué que me siguiera... 

Enseguida llegamos a una pequeña plaza donde había un surtidor de gasolina y algún bar. Me bajé ya medio mareado de la Fazer. Mi compañero de viaje se extraño y me interrogó por aquella parada tan tremprana. Le expliqué lo que pude. Entramos al bar y pedí una manzanilla o un poleo, no recuerdo. Mi padre empezaba a alucinar mientras se encendía un cigarro (en aquellos años se podía fumar dentro de los bares, sí). Hasta se acercó a la barra a por las consumiciones. Lo mio iba a peor. Empecé a doblarme en la silla. Algunos desde otras mesas observaban curiosos. Me tomé la infusión pero aquello solo aplacó un poco las mariposas del estómago. Me disculpe como pude. Y entonces llego esa imagen que no se me borrará de mi memoria. El abuelo me miró con cara de Clint Eastwood, con el pitillo en sus dedos, y me dijo, irónico y medio sonriendo, aquello de "Vaya juventud...".. touche!, él con sus problemillas de diabetes, su hipertensión, fumando encima y sin un dolor a la vista... sin comentarios. Quería que me tragara la tierra. Casi me reí.. o tal vez lo hice al final, no lo recuerdo, andaba alucinado, vaya show que había montado. El caso que al rato, San Glas nos envió un "emisario", un tio joven con pelo rizado que se acerco a nuestra mesa. Por lo visto era el gasolinero. Se interesó por nosotros al ver los cascos.. y no sé si por verme a mi en unas posturas extrañas que creo no salen ni en el libro del Kamasutra. El caso que le contamos que me dolía la espalda, que lo mismo tenia un lumbago de esos... 

El desconocido se ofreció a llevarme a urgencias en su coche, imposible decir no. Salimos como pudimos y vimos su coche. Un deportivo y bajito Mitsubishi.. ¡¡toma ya, chaval!!.. joder, fue verlo y me dolieron más los riñones. Entré como pude a la parte de atrás... y nos fuimos para el ambulatorio (creo que es la única dependencia que conozco de Buitrago, por desgracia). El buen samaritano nos contó al fin su afición a las motos y sus problemas de espalda. No sé cuantas veces le di las gracias, mientras aguardaba en un pasillo, tumbado en una camilla retorcido de dolor... Afortunadamente no había casi nadie y pasé pronto a la consulta. Enseguida me chutaron un calmante. Me dijeron que no me despistara, que el efecto se pasaría en menos de dos horas... asi que calculé, me puse la puñetera faja motera que llevaba en la mochila, y tiré pa casa bastante más aliviado de lo que imaginaba. Mi padre tiró a la suya y llamo horas más tarde. Fue llegar, aparcar la moto en el garaje, subir a casa y volver a ver todo negro. Fueron tres días horribles, no sabia como ponerme, como sentarme ni como dormir. Al final surgió la famosa frase, claro, inevitable...

Han pasado muchos años, muchas cosas, seguimos sin tener del todo claro en qué tipología solemos estar, pero, bueno, dentro del caos habitual es solo otra incógnita más que, imagino, solo el tiempo aclarara del todo o en parte. Dicen que de eso va este business que llamamos vida, de experimentar y aprender lo que podamos, disfrutando por el camino... Al final el tiempo y las decisiones que tomemos formaran el balance final. Lo que está claro, como ya hemos dicho muchas veces, es que la verdadera edad se lleva por dentro. Sirva este post para homenajear una vez más a todos los aventureros de corazón, cuya verdadera edad la llevan inscrita dentro del pecho, y no en ese documento nacional de identidad que tan poco dice de nosotros (1)...


((1): ¿Por qué el D.N.I. no incluye un campo que indique marca o circuito favorito?)

GRACIAS A TODOS LOS QUE ME AYUDARON POR EL CAMINO...